Jaime Martínez Veloz
El otro PRI

Las campañas están demostrando, con una gran claridad, nuestro particular desarrollo político. Muchos creemos que, a pesar de todos los esfuerzos, aún no se está a la altura de las exigencias de una sociedad que en general no simpatiza del todo con los partidos, pero que se identifica, a pesar del tiempo transcurrido, con las grandes aspiraciones de nuestra Revolución.

La política ha salido a las calles y se asoma a los horarios de más concurrencia de lo medios electrónicos, rivaliza con otras áreas de interés de un público ávido de respuestas, pero cansado de torneos verbales y acusaciones. Los ciudadanos parecen dispuestos a escuchar los debates de ideas, pero no las discusiones sobre las honras de los candidatos.

La ciudadanía está pidiendo que los que nos dedicamos a la actividad política rescatemos el sentido esencial de las campañas, esto es, ofrecer alternativas de gobierno viables y convincentes. Se está exigiendo dejar atrás el abuso discursivo, el chantaje político, la amenaza encubierta y el catastrofismo. La palabra es fugaz, pero repercute y trasciende; afecta, con una fuerza a veces inusitada, el clima de la vida política y hasta económica de nuesto país. Su uso exige responsabilidad.

Por cierto, la gran mayoría de los que se dedican al periodismo han entendido que la palabra del político no puede quedar en el aire y se han dado a la incisiva tarea de recordarnos lo que hemos dicho o prometido en algún momento. Han refrescado el comentario facilón que alguien susurró, y lo machacan una y otra vez. Qué bueno, bienvenida esa actitud, porque su primer deber es con esa cosa de millones de cabezas que se llama opinión pública.

En este marco, los priístas no debemos hacer campañas como si nunca hubiéramos tenido el poder. Para bien o para mal, o ambas cosas porque la realidad no es maniquea, el México de hoy no se entendería sin la influencia del partido, que se deja sentir hasta en la forma de hacer política de la oposición, con sus aciertos y sus errores.

Los vicios consolidados a lo largo de décadas, representan una piedra en nuestro cuello que es menester sacudirse o corremos el riesgo de hundirnos. Por fortuna, hay otro PRI que tiene propuestas y experiencias, que cuenta con personas capacitadas, honestas y comprometidas. Hay un bagaje ideológico y político, a la par que una estructura territorial y sectorial importante.

En este sentido, dentro de las buenas noticias que han traído las campañas encontramos el debate que protagonizaron los candidatos a senadores por el PRI y el PAN, Esteban Moctezuma Barragán y Ricardo García Cervantes, respectivamente.

Si bien es cierto que el debate no tuvo el auditorio que merecía y se notó la ausencia de algún representante del PRD, hay lecturas interesantes del mismo. Aunque no se puede calificar de cordial el ambiente en que el debate se realizó, lo que era difícil dado el contexto de beligerancia que ha caracterizado las campañas, los participantes recurrieron poco a la acusación y en cambio pudieron o quisieron explayarse en tópicos estrictamente políticos.

Es difícil, casi imposible, que pueda señalarse un ganador en eventos como éstos. La ciudadanía dará su opinión en las urnas. Sin embargo, el saldo del debate entre aspirantes al Senado de la República es positivo, porque permite vislumbrar dos cosas: primero, que se puede hacer política ante los ojos de ciudadanos sin recurrir al chantaje, a la denostación del contrario o a la descalificación de las ideas.

En segundo lugar, enseña que ese otro PRI que tiene argumentos, no teme confrontar ideas. Ese otro PRI hoy tiene bajo su responsabilidad la tarea histórica de reorientar al conjunto de la organización y alejarla del autoritarismo, la simulación y la subordinación. Ese otro PRI está dispuesto a sujetarse a la decisión de aquél que finalmente es quien manda en este país: el pueblo de México.