Esa es la cuestión. Si nos atenemos a los programas escritos de los distintos partidos políticos, la idea común que domina la mayor parte de las propuestas es la construcción de la ciudad, antes que su reconstrucción. La fascinación por lo nuevo proviene de las viejas políticas urbanas en boga desde los años cuarenta. La modernidad urbanística alejada de la historia no brindó a la ciudad el valor y los tiempos para restaurarla. Han dominado desde entonces, las prisas constructoras de corte sexenal.
Desde aquella época, los planes reguladores han mostrado con orgullo las majestuosas obras sin reparar en los impactos de lo nuevo. Entre l940 y l970 se entubaron 110 kilómetros de ríos para convertirlos en modernas vialidades. Así se hicieron, entre otros, el Viaducto Miguel Alemán, el Río Churubusco, el Río Consulado y el Río San Joaquín. Ni quién pensara, entre los influyentes círculos gubernamentales, en la opción de restaurar los viejos ríos del drenaje con la finalidad de regresar a sus cauces el agua limpia que algún día tuvieron.
Al finalizar el periodo de López Mateos, se intentó ensanchar la calle de Tacuba con un eje vial para unir Reforma con el Aeropuerto. Salvo algunas excepciones, muchos de los urbanistas oficiales y académicos estuvieron de acuerdo. Afortunadamente la propuesta no fructificó, pues se hubiera destruido toda la fachada norte de la calle de Tacuba.
Años más tarde, el modelo urbano de la Unidad Tlatelolco, con 12 mil nuevos departamentos para 80 mil habitantes, se intentó aplicar en otros rumbos de la ciudad. Como se aprecia en los dibujos anexos, gran parte del Centro Histórico iba a ser destruido para levantar gigantescos edificios similares. El proyecto entusiasmó en l967 a los más cercanos colaboradores del presidente Gustavo Díaz Ordaz, pero el movimiento social de l968 fue determinante para impedir su realización.
La fascinación por lo nuevo continuó en l977 con los ejes viales, esos sí construidos a costa de la destrucción de una parte importante de la ciudad. Su propósito, hoy lo podemos comprobar, brindó mayores ventajas de circulación a los vehículos privados.
Entre l983 y l984 otro proyecto llamado ``Centros Urbanos'' intentó construir grandes edificios para viviendas y oficinas en San Angel, Tacubaya, La Villa y otros lugares. Hoy nadie se acuerda, pero tal proyecto pasó a formar parte del Programa General de Desarrollo Urbano del DF. Las inesperadas condiciones sociales del sismo de l985 lo enterraron, pero la concepción urbanística permanece en la mente de algunos de los planificadores de la actual administración. Es la misma que sustentan, por ejemplo, los denominados megaproyectos: construir lo nuevo desechando las posibilidades de arreglar y restaurar lo existente. Ahí, el gobierno del DF ofrece como única alternativa para reducir los conflictivos congestionamientos en el Periférico, la construcción de un Tren Elevado y un doble piso; pero nos preguntamos ¿no podrían resolverse modificando la vialidad actual con obras menos ostentosas?
La prioridad de construir lo nuevo por sobre la restauración de lo actual, adquiere importancia hoy, pues tal concepción podría ser parte de la política del nuevo gobierno, específicamente del PRD, encaminado al triunfo, como todo parece indicar. Algunas de sus propuestas así lo sugieren, como crear más líneas del Metro, sustituir con nuevos autobuses los actuales microbuses, continuar con las grandes obras hidráulicas y construir nuevos espacios culturales.
Para enfrentar las crecientes necesidades sociales, no se trata, por supuesto, de eliminar totalmente la construcción de nuevas obras, sino de reducir su prioridad para también adecuar las actuales. La crisis de l994 cambió el panorama radicalmente. Los ajustes en las finanzas del gobierno, hoy más endeudado que antes, obligan a modificar las futuras pero inmediatas visiones sobre el desarrollo urbano de la ciudad. Hay que aprovechar mejor lo que se tiene. Ya no son tiempos de pensar en las grandes obras con sello sexenal o trienal. Los nuevos planes urbanos del gobierno electo deberían, en consecuencia, reducir la fascinación por lo nuevo en aras de incrementar la indispensable restauración de la ciudad. Reconstruir lo que se tiene, antes de construir más obras nuevas.