La Jornada 11 de junio de 1997

``Miserables mercaderes'', los opositores al estelar de Mastroianni en Sostiene Pereira

Roberto Faenza
Sostiene Pereira*

En mayo del 94 estaba proyectando realizar una película ambientada en Moscú, una ciudad tan desconcertante que merecería no una sino cien películas. Un amigo de Tabucchi y mío, Francesco Margiotta Broglio, insistía en que yo abandonase este proyecto y filmara una película basada en Sostiene Pereira. No sé por qué pero me resistía a leer el libro y seguía dándole largas a la oportunidad de conocer a este extraordinario escritor. Hasta que un domingo llegó la ocasión de verme con Tabucchi en Florencia .

Desde ese momento, todo sucedió con una rapidez que tiene mucho de increíble. Normalmente, se necesita por lo menos un año para dejar lista una película, pero cuatro meses después de este primer encuentro ya habíamos iniciado las filmaciones. Sobre la candidatura de Mastroianni para el papel de Pereira no teníamos la más mínima duda: ¿quién mejor que Marcello para interpretar el papel indolente y tierno del viejo periodista marginado por la dictadura?

Marcello y la lucha contra el tiempo

Le mandé a Marcello el libro a París y luego de poquísimos días llegó su telefonema. Leí en varias entrevistas que había debutado diciendo ``Pereira soy yo''. No sé si realmente dijo así, pero su entusiasmo ante la propuesta era en verdad enorme. Me preguntó en cuanto tiempo tendríamos lista la película. De inmediato, respondí. Recuerdo como si fuese hoy el resonar de su risa gentil en la bocina del teléfono. No me creía, conociendo la precariedad del cine italiano y las dificultades para obtener el capital necesario para una película costosa y compleja.

Además, Marcello ya estaba en lucha contra el tiempo, y temía que la puesta en marcha del proyecto pudiese tomarle demasiado tiempo. Sobre la cerrazón de nuestra industria cinematográfica no andada muy errado. Por doquier que presentábamos el proyecto se oponían más reservas que interés.

En particular, financiadores y distribuidores titubeaban en dos cosas. Primero: la presencia de Mastroianni, un hombre que ya no era considerado comercial, visto que en los últimos años sus películas no habían tenido éxito. Segundo: la reciente victoria electoral de la derecha italiana que, decían, sin duda alguna obstaculizaría una película como la nuestra.

Yo les replicaba que sus miedos serían en realidad las cartas ganadoras de nuestra partida. Y era verdad: desde hace un tiempo Marcello no aparecía en una película de éxito, pero por una razón evidente: el público, ligado a su imagen de latin lover, aún no había tenido la oportunidad de verlo y apreciarlo con sus facciones actuales, las de un hombre anciano y, no obstante, no resignado. Pereira, yo insistía, representaba una oportunidad irrepetible para darle a conocer al mundo a un nuevo Marcello Mastroianni viejo y cansado; el público lo recordaba joven y de buena apariencia, rebatían los mercaderes de siempre.

Si hubiese aceptado sustituir a Marcello con un hombre más ``redituable'', me hubiera hecho de la vista gorda ante las preocupaciones políticas, pero respecto a lo vendible del protagonista se mantenían en su terquedad. Esta es la bajeza de la industria cinematográfica italiana: llegar al punto de desdeñar a un actor que todo el mundo nos envidia. Me quedé aterrorizado a la mañana siguiente de la desaparición de Marcello, cuando vi a estos mismos miserables mercaderes competir, en la televisión y en la prensa, por celebrar su muerte con palabras llenas de ostentosa estimación y acentuada admiración.

Italia está hecha así: se da cuenta de los tesoros que posee sólo cuando los ha perdido, el hecho está en que nos quedamos solos. Con Elda Ferri, la productora a cuya combatividad se debe la efectiva realización de la película, decidimos no renunciar a Marcello Mastroianni a cambio del financiamiento, y de arriesgarnos nosotros mismos hipotecando nuestros bienes a fin de obtener el dinero necesario.

Afrontar la complejidad del trabajo

Por su parte, Marcello quiso solidarizarse con nosotros poniendo su parte. Luego, gracias a la ayuda de Mikado y de la RAI 1 y en Francia de Daniel Auteil, que se había ofrecido para el papel del doctor Cardoso, personaje clave para la maduración de Pereira, logramos arrancar contra la voluntad de muchas Casandras.

Interpretar el papel de Pereira implicaba superar no pocas dificultades. Antes que nada, era necesario afrontar la complejidad del plan de trabajo: lleno de continuos traslados de una parte a la otra de Portugal, con pasajes imprevistos de una estación calurosa a una fría, incluyendo zambullidas en las gélidas aguas del Atlántico. Para interpretar ese papel era necesario, por lo tanto, estar fuertemente motivados. ¿Qué era lo que motivaba a Mastroianni al punto de soportar muchísimas penas y tantísimas incomodidades durante varios meses de trabajo?

Baste pensar que hasta el día de su septuagésimo cumpleaños tuvo que pasarlo nadando durante horas y soportando las bromas de la juventud salazarista, él, que odiaba el agua y apenas y sabía mantenerse a flote.

Encuentro una respuesta a la interrogante entre los papeles de nuestra correspondencia. Dice Marcello, con la humidad que lo caracterizaba: ``Pereira me seduce porque es un hombre que sabe suscitar conmoción y simpatía, alguien que a un cierto punto saca el coraje para cambiar radicalmente su propia vida. ¡Cómo estoy lejos de la dignidad de Pereira! He superado los 70 años y sigo siendo actor porque no sé hacer otra cosa''.

Pereira, agregaba, es un pequeño burgués que se vuelve un héroe sin aspavientos, el actor, en cambio, se cree un héroe y en realidad es sólo un pequeño burgués. Había otra motivación, quizá menos manifiesta, que nos unía y nos hacía sentirnos atraídos por esta historia. Ambos pensábamos que el corazón de la película no estaba tanto en el significado político de la vicisitud, sino en el recorrido y en la maduración del protagonista.

Dos escenas hacen evidente esta convicción. La primera escena de la película, cuando Pereira baja, cansado y claudicante, a lo largo de las calles de Lisboa, torturado por el pensamiento de la muerte de la que no sabe alejarse y, en efecto, ya parece un hombre muerto.

La última escena, cuando después de haber burlado al periódico del régimen, Pereira avanza entre la multitud, animado por unas enormes ganas de vivir y parece que vuelve a ser un jovencito.

Aplauso para un pequeño gran hombre

Sostiene Pereira es, ante todo, una película sobre el tema de la vida contra la muerte. Existe una continuidad, una especie de íntimo nexo entre este personaje y los protagonistas de mis otras películas. Tanto en Jonás que vivió en la ballena, que precede a Pereira, como en Marianna Ucria, que aparece en pantalla dentro de unas cuantas semanas, los protagonistas parecen señalados por el destino más oscuro, y sin embargo logran encontrar la fuerza de luchar para desembocar en la calle de la redención. Y posteriormente, qué hermoso, finalmente, poder contar una historia que afronta el drama de la dictadura sin comunicar un sentido de derrota, pero más bien convenciendo al espectador de la importancia de lo complicado de la acción.

Me siento contento de haber realizado una película aparentemente lejana de nuestro tiempo y de nuestro país, y sin embargo, tan cercana a nuestros sentimientos más profundos. En la época en la que el dominio de la televisión nos va atrapando día tras día en un mundo aparentemente real que, sin embargo, cada vez es más virtual, el remerger de la memoria nos puede ayudar para encontrar el sentido del presente.

Recordar a Pereira, para mí, significa volver a ver la última secuencia de la película, cuando el anciano periodista decide responder a la dictadura con un gesto extremo, del que, en un principio, no se hubiera considerado capaz. Para filmar la secuencia bloqueamos la Rua Augusta, una de las calles principales de Lisboa, y decoramos en el estilo de la época toda una manzana entera.

Mastroianni tenía que avanzar en medio de centenares de personas con paso despreocupado, impávido, como en los tiempos de su juventud. Yo estaba preocupado en que la escena no saliera: Marcello ya no se sentía bien, y parecía cansado y marcado por la enfermedad. Me dijo que no pensara en ello. Se echó al hombro la chaqueta y comenzó a avanzar, al principio lentamente, luego, cada vez más veloz, hasta convertir su caminata en una verdadera cabalgata. A medida que venía avanzando entre la multitud, su rostro y su cuerpo adquirían los semblantes de un hombre que había rejuvenecido treinta años. La cámara de cine había comenzado a imprimir la película y yo, siguiendo a Mastroianni-Pereira en el monitor, me preguntaba cómo había sido posible una transformación semejante. Es de tal manera impresionante la metamorfosis de la que Marcello fue capaz, de tal manera intensa la emoción que logra transmitirnos, que cuando esta escena pasa en la pantalla, el público Älo he podido constatar tanto en Italia, en Francia, en Portugal, en España y por todos lados en donde hasta ahora se la presentado la películaÄ estalla en un aplauso fuerte y caluroso, que se prolonga hasta el final de los créditos. Creo que es el más bello homenaje que todos podemos pagar, fuera de toda retórica, a este pequeño gran hombre.

Traducción de María Teresa Meneses.
Tomado del Film Book ``Sostiene Pereira'', Editrice II Castoro, Milano, Italia, 1995.