Aunque Ruy Pérez Tamayo ya lo hizo en este espacio, no quiero dejar de recordar aquí a mi amigo el filósofo Fernando Salmerón, quien murió el pasado 31 de mayo. Aunque nuestras relaciones de amistad coincidan en parte, en otra se diferencian en tiempos y circunstancias.
Mi relación con Salmerón se alarga hasta 1959 cuando fui, joven egresado de la Facultad de Filosofía y Letras, como profesor a Jalapa, a la Facultad del mismo nombre en la Universidad Veracruzana. Se habían hecho por entonces dos intentos de formar facultades de letras en las universidades de Guanajuato y de San Luis Potosí y allá habían ido algunos profesores jóvenes, pero ya con algún merecido prestigio (Guerra, Rius, Villoro...). Los cambios tan frecuentes entonces en las universidades estatales habían hecho fracasar esos intentos al poco tiempo. Cuando Gonzalo Aguirre Beltrán fue nombrado rector de la Veracruzana, encargó al joven Salmerón la fundación de la facultad. Esa sí persiste en la actual Facultad de Humanidades.
Dos cualidades de Salmerón: su rigor académico y su capacidad y empeño en hacer cosas fueron fundamentales para que el ensayo de Jalapa prosperara. Me recuerda algo que Carlos Chávez dijo en su momento: ``si me voy a quedar aquí tengo que hacer las instituciones''. El las hizo. Y se creó una vida universitaria veracruzana modesta en su dimensión, pero muy activa y rica. Consiguió llevarse a numerosos profesores de su generación --unos veracruzanos, otros no y por lo tanto padecimos un poco los primeros tiempos--, consiguió llevar para dar cursillos a figuras como José Gaos o Edmundo O'Gorman. Primero como director de la facultad y luego secretario general, después ya como rector concibió una verdadera universidad, en la docencia y la investigación, en las múltiples actividades, desde la editorial y la revista La Palabra y el Hombre, con Sergio Galindo a la cabeza, el Instituto y el Museo de Antropología, teatro, sinfónica, galería, Escuela de Bellas Artes y muchos etcéteras. Por mi parte, ahí me hice amigo de muchos que lo siguen siendo o que lo fueron, como ahora Fernando, hasta su muerte.
El tiempo nos trajinó. Salmerón regresó, como lo hicimos la mayoría, a México, a la Facultad de Filosofía y a la Secretaría de Educación Pública. Luego fue electo por dos periodos al Instituto de Investigaciones Filosóficas. Ahí también su capacidad académica organizadora lo llevó a establecer una etapa importante en la formación e incorporación de personal académico, en el notable enriquecimiento de su biblioteca, en la preocupación de la práctica de una filosofía más consistente, más rigurosa y más abierta. Luego sería rector de la Universidad Autónoma Metropolitana.
En la Universidad Nacional nos rencontramos constante y continuamente, un tiempo como colegas directores, en el Consejo Técnico de Humanidades, en el Consejo Universitario, así como en la Facultad de Filosofía, en comisiones dictaminadoras, últimamente en la comisión especial del Consejo Académico de Humanidades y Artes y en el Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos. Dedicó un gran pedazo de vida a la Universidad. Fue 12 años miembro de la Junta de Gobierno. Ella se lo supo reconocer otorgándole el Premio Universidad Nacional y nombrándolo, vía el Consejo Universitario, investigador emérito de su instituto. También tuvo otros merecidos reconocimientos: miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores, miembro de número de la Academia de la Lengua, miembro de El Colegio Nacional, Premio Nacional de Ciencias y Artes y suma y sigue.
Dicen León Olivé y Luis Villoro (éste, amigo de toda la vida y confundador, con Fernando y con Rossi de la revista Crítica; aquél, amigo de media vida) en el prólogo a Filosofía moral, educación e historia, libro en homenaje suyo (775 páginas, 49 colaboradores) que ``... se puede afirmar que la filosofía en México, y en Iberoamérica, no sería la misma sin la labor que Fernando Salmerón ha desarrollado a lo largo de su vida...'' Desde hace meses pudo tener ese libro en sus manos. Ya no llegó a ver la próxima redición de su primer libro: Las mocedades de Ortega, de 1956.
Vi nacer a varios de sus hijos. El y Licha vieron nacer a los míos. Además de la filosofía y la marcha de las instituciones, su otro interés vital fue la familia y la amistad. Y fue correspondido.
Tuve dos largas pláticas con él en las semanas anteriores a su muerte. El sabía que la leucemia no perdona y que no le quedaba mucho tiempo. Pero seguía trabajando y aun haciendo planes. Estaba en cierto sentido entero. Fueron pláticas de ayeres y de hoy. De risa, de comentarios, de sensatez, de conciencia plena: de verdadera filosofía moral.