Después del largo camino que los mexicanos recorrieron junto al PRI y bajo sus gobiernos, la sola eventualidad de un cambio en el panorama político, y de nombres en el liderazgo, hacen surgir, desde las entrañas de las inseguridades personales y colectivas, los temores ante lo distinto y desconocido. Poco importa si tales modificaciones en realidad sean escenográficas, a medias, de simple enfoque o en pequeñas dosis. Si las transformaciones llegan a percibirse de sustancia y envergadura, entonces bien puede sobrevenir el pánico, punto crucial de los recules.
A pesar de ser la nuestra una sociedad de gente joven, con ralas pertenencias, magro horizonte de oportunidades y con un volumen creciente de migrantes, los miedos a la disolvencia de sus pocas propiedades, al desarraigo, a la pauperización, la indefensión, el desamparo o la simple intranquilidad y descobijo, forman un pastoso sedimento del que se vale el sistema establecido para ensayar su continuidad.
La población, aún en sus más precarias condiciones educativas, intuye o sabe que la situación bajo el estado de cosas actual es una amenaza mayor para sus afanes de seguridad.
Pero de todas maneras los miedos atosigan a los votantes por su carga de incógnitas y riesgos. Males pensados que, muchas veces, no tienen fundamentos tangibles pero que van formando un conjunto inasible de pulsaciones premonitorias de sombras y barrancas. La lucha contra ello es por demás azarosa, pues tales sensaciones parecen provenir desde muy abajo de la epidermis de las personas. Alentar a la población a tomar tan aventuradas o valientes e informadas decisiones de cambio, conlleva responsabilidades que deberán asumirse.
Si algún fenómeno político puede observarse hoy en día entre los electores, es, precisamente, la disposición que muestran para optar por un camino inédito o sólo probado a medias, muy a pesar de las notables resistencias en contrario. El rechazo al oficialismo parece dominar, con amplitud, a los bien acendrados afanes de tranquilidad que tienen los ciudadanos. Todas las encuestas de opinión, los análisis de la academia y el periodismo, las sensaciones que se captan en el diario contacto con distintos grupos y personas, indican la existencia de una corriente mayoritaria (entre 60 y 70 por ciento) que se viene inclinando por tomar distancia del PRI y sus promesas de un futuro mejor. El sufrimiento, los golpes de desesperanza, la impunidad, los escándalos y el atropello impelen a los votantes a inclinarse por una opción distinta al PRI.
Sin embargo, mucho es, todavía (20 a 25 por ciento), lo que permanece del antiguo y abundante capital político que al priísmo le dejó una época de mejoría continuada y de consensos en lo básico. Otro tanto, sin duda, puede ser rescatado con trabajo e imaginación por aquéllos que entiendan lo que pasa y se muevan con sensibilidad (10 o 15 por ciento). La sola inercia de las costumbres puede dar sustento suficiente a una promesa de gobierno remozada y atractiva, aunque surja de entre los males pasados. Pero estos cauces se antojan cada vez más angostos y alejados de la visión oficial.
Por otro lado, hay que hacer un esfuerzo más para denunciar ciertos hechos que enturbian el medio ambiente electoral. Todo parece indicar que, desde la cúspide del poder, se empuja una tendencia a resaltar los peligros que intentan recrudecer los miedos de nuestros miedos.
En muchos lugares de la República, sobre todo aquéllos de mayor marginación, se emplea, además, la cruda amenaza, la presión y la ya bien documentada compra de votos. Nadie puede negar la eficacia de tales mecanismos y prácticas, ellas empañarán las próximas elecciones. La esperanza entonces estribará en que no sean los factores que definan rumbos y mandatarios.
La lucha por sobreponerse a los propios miedos es francamente meritoria, sobre todo cuando lo que se puede llegar a creer susceptible de pérdida bien podría ser lo estrictamente necesario para la subsistencia. Aquéllos que tienen más saben que el arriesgue nunca sería total y que, por el contrario, se tienen buenos chances de salir ganando algo.
En los continuos debates tenidos entre los contendientes por el poder público, claramente se nota la postura de un partido que amenaza con la ingobernabilidad, la parálisis y la ineficiencia si el voto le es contrario. Los demás, tratan de dar seguridades de una continuidad mejorada si por ellos se inclinan las simpatías de los mexicanos.