Miguel Covián Pérez
¿Triunfadores o triunfalistas?

Como los perredistas y sus adherentes de escritorio no han sido (sino muy excepcionalmente) triunfadores en lides políticas, no están vacunados contra el virus del triunfalismo. Cada vez resulta mayor el número de enfermos de este mal que se adquiere con la lectura acrítica de encuestas.

El candidato a quien las sacralizadas intenciones de voto han dado motivos para sonreír y no para pensar, ha asumido en los días recientes una actitud reveladora de que los humos se le han subido a la cabeza y han reducido su capacidad de discernimiento. El único argumento que se le ocurre para desvirtuar cualquier declaración que le sea adversa, quien quiera que sea su autor, es el ritornelo de intereses ligados con José Córdoba y Carlos Salinas como instigadores de una campaña de desprestigio para impedir su triunfo.

Si dirigentes empresariales manifiestan públicamente su unánime preocupación por los señalamientos del candidato perredista cuando exhortó a los trabajadores a no inscribirse en alguna de las Afore, Cuauhtémoc Cárdenas responde que son representativos de las cúpulas favorecidas por el régimen de Carlos Salinas, pero se abstiene de justificar su flagrante contradicción entre la posición asumida para ganar el aplauso de un grupo muy específico de trabajadores, y las preferencias en cuanto a modelos económicos que expuso en el extranjero para no inquietar al capitalismo trasnacional.

El paraguas construido con la invocación de que hubo mano negra de sello cordobista, le permitió desviar la atención en el turbio asunto de playa Eréndira. Posteriormente, en el debate con el candidato del PRI volvió a refugiarse bajo esa sombra protectora cuando soslayó el tema de sus manipulaciones patrimoniales: Córdoba no proporcionó a su adversario los datos correctos; fue su salida por la tangente. Ahora resulta que los dirigentes empresariales no están de acuerdo con sus veleidades en materia económica porque son agentes del salinato. Espero que no me ubique de ese lado de las barricadas por lo que voy a escribir a continuación.

Es imposible que Cárdenas obtenga los votos suficientes para ser elegido jefe de gobierno si su partido no cambia la actual correlación de fuerzas en los frentes distritales de esta entidad. Ha trascendido que análisis prospectivos del PRD concluyen que sus candidatos a diputados locales difícilmente podrían ganar la elección de mayoría en más de 16 de los 40 distritos en disputa. En cuatro de ellos el PRD tendría desde ahora el triunfo asegurado y en los otros 12 se considera que las fluctuaciones de última hora en la votación (el todavía imprevisible comportamiento de los indecisos) podrían inclinar la balanza en favor de ese partido. En cambio, en las otras 24 demarcaciones la eventualidad de una victoria perredista se percibe como una posibilidad remota.

Por su parte, el PAN se adjudica, en un estudio similar, 20 de los 40 distritos locales, mientras reconoce que el PRI obtendría mayoría en 15 y el PRD tan solo en los cinco restantes. El PRI realizó sus propios cálculos, sobre la base de castigar hasta en 25 por ciento los votos que obtuvo en las elecciones del 94, y distribuirlos entre sus dos principales contendientes en proporciones que varían según sus respectivas zonas de influencia. El resultado sería: el PRI gana en 24 distritos, el PAN triunfa en nueve y el PRD solamente en siete.

Como se advierte, en ninguno de los tres estudios el PRD aparece como el partido dominante, pues ocupa siempre el tercer lugar según el número de distritos donde obtiene la mayoría de sufragios. El contraste con las predicciones derivadas de las encuestas de opinión es abismal. Quienes proclaman, con certidumbre, pero sin fundamento, el triunfo anticipado de Cuauhtémoc Cárdenas, desconocen los estudios prospectivos realizados con un instrumental mucho más serio que el precario y aleatorio de los sondeos o muestras, válidos y aprovechables para otros fines; o bien consideran superados los escenarios distritales por obra y gracia del factor personal.

¿De verdad creen que la fuerza de la ``nueva imagen'' del candidato perredista tendría una magnitud capaz de demoler tendencias históricas, voto duro, zonas de influencia e intereses socioeconómicos? ¿Convicción de triunfadores o triunfalismo utópico?.