El acusador, acusado; negó todo o casi todo lo que se le cuestionó
Alonso Urrutia y Rosa Icela Rodríguez Ť Por el estrecho conducto de la escalera de servicio, a paso acelerado y rodeado de improvisados guardaespaldas, José María Córdoba buscaba la salida. Con la sonrisa petrificada repelía todo cuestionamiento: ``¿Hay deslinde político con Carlos Salinas?''
La pregunta no alcanzó a desdibujar la sonrisa de su rostro en el largo trayecto de ocho pisos desde la oficina del juzgado 23 de lo civil, hasta donde fue para dirimir sus diferencias con Cuauhtémoc Cárdenas.
-¿Cuánto vale su moral?
No hay respuesta.
-¿Le inquieta la imagen de Cárdenas
como candidato? ¿Violó, usted, la Constitución al participar en política siendo francés? -Las preguntas se sucedían sin respuestas.
A ratos nerviosa, a veces sarcástica, la sonrisa no se perdió en el rostro sudoroso del hombre fuerte del salinismo.
-¿Cómo queda su imagen después de esta audiencia? -fue lo último que alcanzó a preguntársele antes de que se retirara del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.
Habían terminado diez horas de una accidentada audiencia que, en principio, Córdoba pidió que fuera privada. Pública, fue la posición de la parte demandada.
Eran apenas las diez de la mañana.
Sin mediar saludo ni contacto alguno, inició la larga diligencia atestiguada por decenas de fotógrafos, camarógrafos y reporteros, tras el cristal que dividía al juzgado de la estrecha oficina de la juez Griselda Martínez Ledesma, la misma que media hora después mandaría desalojar la oficina.
10:30. El vigilado acceso al juzgado abrió sus puertas a la fuerza pública, llamada minutos antes por la juez. Paso casi marcial y característico sonido del chocar de botas y escudos anticipaban la refriega.
Los flashes no dejan de activarse hacia la diminuta oficina donde se daba el inusual y forzado encuentro.
Segundos después, la veintena de granaderos comienza la arremetida contra reporteros, camarógrafos y fotógrafos.
En rápida sucesión inician el desmontaje de la improvisada infraestructura de escritorios y sillas que habían sido colocados para obtener los mejores ángulos de la diligencia.
-¡No empujen... estamos trabajando! -se alcanzó a oír un grito, entre el creciente choque de los escudos de los granaderos contra los reporteros, sin mediar diálogo.
Entre gritos, golpes y empujones, los granaderos avanzaban en su intentona de conformar una valla que se interpusiera entre el ventanal de la juez y los periodistas.
-¿Por qué nos hacen esto cobardes? -gritaron algunos.
``¡A un lado!'', ordenó el responsable del operativo -quien se quitó las barras y las insignias de la camisola para permanecer en el anonimato- pedido por la juez que, para entonces, ya había suspendido la diligencia.
Los golpes en los cristales y la madera magnificaban el choque entre granaderos y reporteros. En la refriega cayeron al piso botellones de agua y la papelería de la oficina.
Cinco, diez minutos de forcejeo intenso por ganar posiciones, al cabo del cual el enjambre de reporteros y fotógrafos fue replegado dos metros atrás, aunque no cesaron en el intento por recuperar terreno.
-¡No sean cabrones, déjenos trabajar! -exigían los periodistas
Tras los cristales, la obsesiva sonrisa de Córdoba Montoya, el rostro adusto de Cuauhtémoc Cárdenas y una juez que parecía asustada por los efectos de su instrucción.
Igualmente protegido por los cristales, el responsable del operativo apenas esbozaba una mueca frente a los manotazos que se daban a los cristales.
Segundos después, tan sorpresivo como comenzó el operativo, se daba la orden: el repliegue de la fuerza pública.
La valla, formada por los granaderos a punta de golpes y empujones contra los representantes de los medios de comunicación, cedió dócilmente ante la instrucción de su superior; pronto se transformó en una fila para resguardar la salida del jefe policiaco, quien huía entre los gritos de los reporteros de ``¡Cuauhtémoc, Cuauhtémoc¡'', convertidos de súbito en comunes ciudadanos que mostraban así su hartazgo por las agresiones de que han sido víctima durante los últimos
días; y en rechazo a lo que, se rumoró, fue un intento más del personaje más representativo del salinismo por refrendar que aún goza de la impunidad que tuvo durante sus años de ejercicio del poder.
Los gritos que festejaban la retirada de los granaderos sólo encendieron más la sonrisa de Córdoba.
Fracasado su intento por imponer el ``orden público'', la juez continuó la audiencia.
Dentro de la oficina, la temperatura seguía subiendo... Tres ventiladores no eran suficientes para aclimatarla.
-Diga si es cierto, que los es, que carece de pruebas para acreditar sus declaraciones motivo de esta audiencia.
-Sí es cierto, carezco de pruebas, pero hay innumerables indicios en los propios medios informativos que darían pie a que las autoridades pudieran profundizar las investigaciones del caso -devolvió Cárdenas.
Sin mirar a su demandante, Cárdenas continuó sus respuestas.
-Que usted sabe que con las declaraciones públicas que usted ha hecho sobre mi supuesta vinculación con el asesinato de Luis Donaldo Colosio se afecta la integridad síquica de José Córdoba Montoya.
-No, no es cierto; no sé qué le suceda al señor Córdoba.
A la una terminó el interrogatorio a Cárdenas. Vendría después el ``juicio'' perredista al salinato, representado para la defensa en
Córdoba.
El ex poderoso asesor presidencial lo negó todo o casi todo. Hasta su relación con Carlos Salinas:
-Que usted fue el servidor más íntimo, más cercano, más influyente de Carlos Salinas durante su gobierno.
-No, como jefe de la Oficina de la Presidencia de la República ejercí las funciones establecidas en el acuerdo de su creación -respondió a Cárdenas.
Vendrían decenas de preguntas sobre el salinismo, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la secuela de escarnio, rencor y descrédito público'' de quien fuera su superior jerárquico.
``No, no, no'', fueron sus respuestas, las menos de las cuales eran seguidas por un escueto: ``aclarando que...''.
De acusador a enjuiciado
En el largo periodo de preguntas sobre el salinismo, Córdoba se notaba inquieto y, con frecuencia, miraba a un indiferente Cuauhtémoc Cárdenas, sumergido en la lectura durante las casi cinco horas que duró el interrogatorio a Córdoba.
Ni el agua que mandó traer el abogado de Córdoba fue aceptada por Cárdenas.
17:55. La audiencia llega a su fin, pero no la incómoda convivencia. Una hora encerrados en la oficina de seis por cuatro metros a la espera del cotejo de declaraciones, impresión de las mismas y las respectivas firmas de aceptación.
La indiferencia de Cárdenas. La risa nerviosa de Córdoba Montoya.
Los contactos son escasos, apenas lo elemental entre las representaciones legales de ambos. Sin embargo, discreto, uno de los abogados de Córdoba deslizó su ``respeto'' para Cárdenas.
``Fue un saludo profesional'', acotó Samuel del Villar.
Diez horas después las rúbricas de Cárdenas y Córdoba finiquitaban su primer encuentro en el juicio que apenas comienza.
Cerca de las 20 horas, concluyó la audiencia. Apresuradamente, Cárdenas abandonaba la oficina ante la mirada de Córdoba, en quien se notaron intenciones de despedirse del perredista.
De salida, Córdoba apenas respondió dos preguntas: ``Ellos me han acusado en falso. Lo único yo quiero es que corrijan sus dichos o bien, los condenen. Lo importante es que el ingeniero Cárdenas confesó que no tiene absolutamente ninguna prueba para acusarme''.
Seguido de varios de sus correligionarios y miembros del equipo de campaña, Cárdenas salió con menos exabruptos.
-¿La audiencia de hoy beneficia o perjudica la campaña?
-No sé si me beneficia o no me beneficia, pero es un claro enfrentamiento con la parte mas representativa del salinismo. Esta es quizá más salinista que el propio Salinas.
La trifulca y la versión oficial
Por la noche, la Secretaría de Seguridad Pública informó: Policías agredidos verbal y físicamente durante la comparecencia de Cárdenas-Córdoba.
``Los uniformados llegaron y formaron una valla entre los periodistas y la entrada al juzgado, lo que molestó sobremanera a los comunicadores, que la emprendieron contra los guardianes con leperadas y puntapiés, sin que los oficiales de Seguridad Pública hayan repelido ninguna de las dos agresiones.
``Ante tal situación y para evitar un conflicto mayor, la juez Griselda Martínez pidió a los policías que se retiraran y al hacerlo, éstos fueron nuevamente agredidos con recordatorios familiares y patadas.''