La Jornada Semanal, 8 de junio de 1997


UNA DOBLE VOCACION

Hugo Gutiérrez Vega

Yorgos Stilianós Seferiadis, conocido como Yorgos Seferis, Premio Nobel de Literatura en 1963 es, junto con Cavafis, Elytis y Ritsos, uno de los grandes poetas griegos del siglo XX. En este ensayo, Hugo Gutiérrez Vega (escritor y diplomático, como Seferis), emprende un breve recorrido por la vida y la obra del autor de Mitologías, Cuaderno de ejercicios y , quien hizo de la lengua demótica su patria esencial.


Diplomacia y literatura. En la larga lista de escritores que han ejercido la carrera diplomática, Yorgos Seferis ocupa uno de los lugares principales. Lo acompañan en la aventura de conciliar el anhelo de vivir y crecer en la propia tierra con el exilio voluntario y la identificación con otros pueblos, otras lenguas y culturas, los franceses Paul Claudel y Alexis Leger, el británico Lawrence Durrell, los españoles çngel Ganivet y Ramón Pérez de Ayala, y una impresionante nómina de latinoamericanos, de la cual citaré solamente algunos nombres: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Miguel çngel Asturias, Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, José Juan Tablada, Octavio Paz y Alejo Carpentier.

El oficio de escribir. No son muchos los escritores que han logrado vivir de la literatura y hacer de ella, simultáneamente, una vocación y un oficio. Cervantes fue un descuidado cobrador de impuestos, Dante se vio obligado a dominar las escurridizas artes de la política, Cavafis y Pessoa desempeñaron pequeños y asfixiantes trabajos de oficina, Chéjov, con su carga de enfermedades a cuestas, sirvió a la medicina y a la ecología, Wallace Stevens fue un competente y exitoso vendedor de seguros, Faulkner y Fitzgerald escribieron, con suerte variable, guiones para el cine comercial, y Poe, Dylan Thomas y Lowry realizaron trabajos más para beber que para vivir. Otros, como Eliot, Hemingway, Machado, Borges y García Márquez, han cumplido oficios cercanos a la literatura: la cátedra, el periodismo, las labores editoriales y la dirección de bibliotecas, y algunos, con el paso del tiempo, el aumento de la fama o los generosos premios, ganaron con justicia el derecho a vivir de sus escritos y a conciliar, de manera definitiva, la vocación con el oficio. Sobre este tema, que ha sido objeto de múltiples controversias, conviene afirmar que los grandes escritores han alcanzado sus metas pasando por encima de las condiciones adversas, y de las angustiosas trivialidades de los trabajos para sobrevivir.

En la vida de Yorgos Seferis el servicio diplomático se convirtió en la manera más profunda de ligarse a una lengua, una cultura, una historia de siglos y una visión del mundo que había recibido un golpe mortal con el fracaso de la ``megali idea'' en 1922 y el derrumbamiento definitivo del helenismo en el Asia Menor. En su historia personal convivían la memoria del trágico muelle de Esmirna, la desesperada huida de miles de griegos y la arrogante entrada a la ciudad de las tropas de Kemal Pachá, con una Atenas recostada en las faldas de la Acrópolis y con la Avenida Singrou que lleva de la mano a la ciudad de piedra, polvo y pinos amenazados para ponerla en el regazo del Egeo remansado en las playas de Paleo Fáliro y, a veces, enfurecido hasta inmovilizar a la ilustre marinería de El Pireo.

La infancia recorrió las playas de Esmirna, la adolescencia estudió en la antigua Clazómenas y la juventud dejó el mundo helenístico envuelto en llamas y se refugió, junto con millón y medio de helenos de Asia Menor, en una Atenas que amplió calles y plazas y construyó a gran velocidad barrios enteros para recibir a los hermanos del zozobrado mundo helenístico.

Estas pérdidas, estas huidas, estas adaptaciones a realidades nuevas, hicieron que Yorgos Stilianós Seferiadis tuviera, como decía Pessoa, una patria esencial: la lengua demótica. A su defensa y expansión dedicó su vida y su trabajo. Por eso, en su caso, el poeta no se explica sin el diplomático defensor de una identidad nacional en la cual estaba involucrada su propia vida, y el diplomático no se entiende sin el poeta y sus construcciones de palabras en una lengua que es, en última instancia, una cosmovisión. Hay en estas dos vocaciones una afirmación de su pueblo y de su persona, y en el fondo de ella latía ``el dolor de ser griego''. Dolor, sí, pero también el deslumbramiento y la conciencia de llevar sobre los hombros todos los siglos de occidente, todos sus cantos y lágrimas, sus millones de muertos y su pensamiento vivo y ágil como una estatua de efebo oculta entre la maleza o la columna trunca de un templo derruido por el tiempo, la naturaleza o la estupidez de los fundamentalistas. De esta manera, el poeta y el diplomático afirmaron, a través del helenismo, su esencia universal. El ``esmirniota'', el nacido en la antigua Jonia, encontró en su lengua y en la defensa de la soberanía de la patria griega todo un sistema de interpretación y de valoración del hombre y del mundo.

Sus peregrinaciones. El diplomático Seferis inició su peregrinar por el mundo como Vicecónsul en Londres (1931), y Cónsul en Albania (1936). Los días en Inglaterra lo acercan a la poesía anglosajona y lo ponen al tanto del acontecer cultural europeo. Estas inquietudes se plasman en la fundación de la revista ateniense Ta Nea Grámata, fragua de la generación literaria de 1930, de la cual forman parte Elytis, Ritsos y Embiricos, el gran surrealista griego.

La publicación de su primer Diario de a bordo, inaugura la poesía viajera de este Odiseo que amaba los paisajes y la variedad del mundo y, al mismo tiempo, ansiaba regresar a su êtaca. Por su parte, el diplomático se percataba de la inevitabilidad de la guerra europea y veía a Grecia envuelta en la contienda y victimizada por las potencias totalitarias.

Ocupada Grecia por los nazis, Seferis se pone al servicio del gobierno en el exilio, primero en Creta y más tarde en El Cairo. Viaja por çfrica y el Medio Oriente en misiones oficiales, y en Alejandría dedica una buena parte de su tiempo a profundizar en la obra de Cavafis. En Londres hizo lo mismo con la obra de su admirado T.S. Eliot. De esta manera, nuestro poeta supo conciliar las urgentes tareas públicas con su vocación más entrañable. Sólo en contadas ocasiones, las unas dañaron a la otra, pero, con prudencia y buen cálculo, Seferis supo armonizarlas y, en algunos momentos, hacerlas complementarias. No olvidemos que el viaje y la preservación de la memoria del mundo helenístico son dos constantes de su poesía.

Su viaje se reanuda en 1948, ya como Consejero. Sirve en Ankara (esta es una prueba de fuego para los diplomáticos griegos) y después en Londres. Cuando lo nombran Embajador, trabaja en Líbano, Siria, Jordania e Irak, y termina su carrera en la Gran Bretaña. En 1963 le otorgan el Premio Nobel de Literatura. Junto con él lo recibió la lengua del pueblo griego, llena de resonancias de siglos y símbolo de libertad y de independencia durante los largos años de la dominación otomana.

El viaje, la nostalgia y el regreso. Tanto los libros de poesía como los ensayos y la novela Seis noches en la Acrópolis, muestran las huellas de los viajes de Seferis, de sus aproximaciones a otras culturas y de su constante profundización en todos los aspectos del helenismo. Sus frecuentes visitas a Chipre le entregaron uno de los más grandes poemas de la lírica moderna, ``Helena''. Desde la playa de la isla de Afrodita, y escuchando en silencio la voz de Eurípides, el poeta, bajo el sortilegio de los ruiseñores de la aldea chipriota de Platres, ve a Helena, la hembra por antonomasia, ya convertida en sombra, esa sombra por la cual padecieron tantos soldados que se fueron al abismo ``por una túnica vacía, por una Helena''.

En sus poemas y ensayos hay constancia de su nostalgia por las playas de la infancia y por la Atenas de piedra y mar y, al mismo tiempo, de su amor por los viajes que le habían permitido conocer a Auden, Spender, al admirado T.S. Eliot, a André Gide y a la ciudad en la que nació, vivió, sufrió, gozó y murió el joven padre de la nueva lírica griega, Constantino Cavafis.

Sin embargo, llegó un momento en su vida en el que la conciliación entre las dos vocaciones se volvió problemática. En una de sus notas relacionadas con sus visitas a Eliot, habla de una conversación sostenida en el restaurante Garrik. En un momento de la charla dice Seferis: ``Cada vez se vuelve para mí más difícil pasar del trabajo personal al público.'' Eliot le responde: ``Pienso que el poeta debe tener otro trabajo. No podemos dedicarnos sólo a la poesía, porque creo que una gran parte de la creación poética es inconsciente, y debe haber horas durante las cuales otras cosas ocupen nuestra atención.'' Y Seferis le contesta con una estremecedora sinceridad: ``Sí, pero el problema surge cuando esas `otras cosas' comienzan a intervenir en nuestro inconsciente. Tuve la impresión de que mi trabajo público se hacía peligroso precisamente cuando sentí que se asomaba ahí; cuando comenzó, a principios de la guerra, a aparecerse en mis sueños. Las responsabilidades comienzan por los sueños, como dijo uno de sus poetas. Sin embargo, incluso en aquellos años difíciles siempre escribía, por disciplina, una página o algunas líneas en mi diario. Lo hacía para mantenerme en forma. Eso no puedo hacerlo ahora.''

Esta charla tuvo lugar en 1952. Todo indica que Seferis superó la crisis, pues siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte.

El regreso a êtaca se cumplió en 1962, fecha de su jubilación del servicio diplomático. Al lado de su esposa, María Sanu, se instaló en su casa ateniense y se dedicó por entero a la literatura. El golpe de Estado de los coroneles marcó la última etapa de su vida. Con entereza notable publicó su manifiesto contra el régimen militar y en defensa de la democracia, y vivió esa terrible época en el exilio interior de su casa. Es una terrible ironía el hecho de que su último poema, ``Sobre los aspálatos...'', se tuviera que publicar en francés, traducido por él mismo. En 1971 terminaron sus viajes, sus exilios y sus preguntas. Regresó a la Casa del Padre, a quien saludó en verso, con cortesía diplomática y en la lengua ``dimotikí''.