En 1992 el triunfalismo económico no parecía tener límites. El 17 de noviembre, cuando el secretario de Hacienda compareció ante la Cámara de Diputados, algunos congresistas manifestaron preocupaciones sobre la tendencia a la sobrevaluación del tipo de cambio y el crecimiento del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, que empezaba a ser financiado crecientemente con inversión extranjera de corto plazo. El secretario descalificó la validez de esas observaciones y, con despliegue de recursos pedagógicos, pasó a explicar por qué el desequilibrio externo, al ser financiado con movimientos voluntarios de capital, lejos de ser preocupante era un síntoma inequívoco de fortaleza económica. Se trata, dijo en esencia el ex funcionario, de una reacción positiva de los mercados ante el esfuerzo de ahorro del sector público y el aumento esperado de ingreso futuro.
Y aunque este planteamiento fue después debidamente formalizado en el libro El camino mexicano de la transformación económica (ECE, 1993), debe decirse que ésta no era una mera interpretación pesonal del entonces secretario, sino la convicción de todos los macroeconomistas del primer círculo gubernamental. Una convicción que fue refrendada el 15 de diciembre de 1994 por el nuevo gobierno, quien según sus Criterios Generales de Política Económica para 1995 también esperaba que el capital foráneo continuara financiando un déficit en cuenta corriente de 8 por ciento del PIB. Todos recordamos lo que ocurrió una semana después.
En el transcurso de estos duros años de crisis la interpretación económica oficial sobre el periodo 1998-1994 registró un giro sorprendente y ahora el gobierno reconoce que el tipo de cambio estuvo sobrevaluado y que el desequilibrio externo era insostenible. Estos dos factores de riesgo fueron señalados durante años por numerosos críticos y desdeñados con acrimonia por los responsables de la política económica; hoy, el diagnóstico en que se sustentan las propuestas del Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo ya los hizo suyos. De acuerdo con este documento, en efecto, ``la sobrevaluación del tipo de cambio real y el aumento de las tasas de interés internacionales influyeron en la fureza en que estalló la crisis, pero ésta también respondió a otros factores, entre los que destacan: el financiamiento del déficit en cuenta corriente mediante entradas de capital sumamente volátiles; un excesivo crecimiento de la deuda de corto plazo denominada en moneda extranjera y el mantenimiento de una rígida política cambiaría''. La lección parece estar bien asimilada y aprendida. Lo único malo es que la curva de aprendizaje de los macroeconomistas oficiales tuvo un enorme costo económico, financiero y social para la nación.
La nueva interpretación del gobierno sobre el origen de la crisis tiene una consecuencia práctica: reducir las necesidades de financiamiento externo. Esto da lugar a un planteamiento programático y a lo que parece estar convirtiéndose -como ayer el libre comercio- en la nueva panacea de los problemas nacionales: incrementar el ahorro interno privado. Desde luego que este asunto tiene una gran importancia; atenderlo, como ahora se propone el Pronafide, es una tarea prioritaria. El nuevo sistema de pensiones tal vez sea el único medio para alcanzar en el corto plazo este objetivo. Se trata de un mecanismo de ahorro forzoso impuesto a los trabajadors en un momento en que el ingreso familiar fue drásticamente ajustado a la baja. Según el ``ejercicio de contabilidad'' del Pronafide, por este conducto es razonable esperar aumentos graduales pero sostenidos del ahorro. Con ello se pondría en marcha un círculo virtuoso: esos recursos financiarían nueva inversión, cada año se crearía un millón de nuevos empleos y, por fin, se erradicaría el espectro de las crisis recurrentes.
Cierto, el nuevo sistema de pensiones es un factor que, por su naturaleza, asegura el incremento del ahorro interno. Pero lo que no está garantizado es la utilización eficiente de esos recursos, como parecen dar por descontado los autores del Pronafide. En la realización de las inversiones que son decisivas para impulsar el crecimiento a largo plazo, la calidad del sistema financiero es un factor tan importante como el monto del ahorro. La experiencia reciente en esta materia no da lugar al optimismo, y el Pronafide no avanza ninguna propuesta nueva sobre el problema que sigue representando el sector bancario. Por otra parte, la disponibilidad de un mayor monto de ahorro interno no significa que las empresas vayan a experimentar automáticamente una mejoría en las condiciones generales de financiamiento.
Salvo que se introduzcan cambios de orientación que no están a la vista, todo parece indicar que los costos financieros se mantendrán elevados durante los próximos años debido a dos factores: los márgenes de intermediación con que operan las instituciones financieras son aún muy amplios y el entorno macroeconómico sigue sometido a políticas restrictivas. En estas condiciones, el objetivo residual del Pronafide (crear un mínimo de tres millones de nuevos puestos de trabajo en lo que resta del sexenio) corre el riesgo de convertirse en una más de las muchas promesas de esta temporada electoral.