Aun escritas en la prensa, sus palabras se percibían tonantes. Ese día el presidente Ernesto Zedillo estaría en Monterrey y a él iban dirigidas. Antonio del Valle Ruiz, presidente de la Asociación de Banqueros de México; Patricia Armendáriz, vicepresidenta de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, y Eugenio Clariond Reyes, presidente del grupo IMSA y especie de vocero del Comité Industrial de Monterrey --conocido también como el Grupo de los Diez-- hicieron sendas declaraciones sobre política económica, economía y política.
Eugenio Clariond dio muestras de la autonomía que jamás se permitiría un líder obrero del sistema --por señalar la parte opuesta de los empresarios-- al calificar de nefasta la política del Banco de México (BM). Su argumento: la inflación no se ha visto reflejada en la devaluación correspondiente del peso y ello hace que las empresas exportadoras pierdan competitividad (palabra horrible si las hay) y dejen de crecer. Afirmo estar de acuerdo con la política económica del régimen, pero no en la intervención del BM para mantener sobrevaluada la moneda. El presidente Zedillo le dio fundamento al sentir del hermano del actual gobernador de Nuevo León y primo de quien pretende el mismo puesto bajo los colores de Acción Nacional cuando consideró prioritarias las exportaciones en la economía nacional. No obstante sostuvo como adecuada la política del banco central. Con la familiaridad con que se entienden, Zedillo pudo haber dicho a Clariond: ``¿Devaluar? Oye, lo que tú quieres es que nos gane tu primo. Ya platicaremos después de las elecciones''.
El presidente de los hombres de la banca se refirió a los deudores. Y fue tajante: la banca no apoyará más a estos sujetos y no negociará masivamente con los grupos en los que se han organizado. Los bancos tratarán los casos de cartera vencida uno-por-uno, subrayó. La vicepresidenta de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores le hizo segunda: descartó todo apoyo a los deudores hipotecarios y se lanzó contra los barzonistas que desde hace días mantienen un estruendoso plantón frente al Congreso del Estado para protestar contra un proyecto de ley cuyo objeto es modificar varios artículos del Código Civil de Nuevo León, modificación que permitiría a los bancos, so pretexto de una justicia expedita, hacerse de los bienes de los deudores mediante juicios sumarios y con dispensa incluso de notificación. Quienes así protestan, dijo la funcionaria, van en contra del crecimiento y fomentan la cultura del no pago.
El episodio a que dio lugar el Noveno Foro Nacional del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas en Monterrey sugiere, al menos, una reflexión. Los gobiernos neoliberales que hemos padecido desde hace tres lustros han urdido, en connivencia con los banqueros y grandes industriales, una política de aspiradora de los menores ingresos en favor de un pequeñísimo núcleo de empresas, que son las únicas capaces de medio competir en el mercado mundial. A ese enclave exportador se lo pretende apuntalar con un mercado interno encogido, con un campo pobre, con bajos salarios, con un hoyo enorme en materia de educación, de tecnología e investigación científica y, para colmo, con una banca sobreprotegida.
Esa política tuvo por consecuencia el famoso error de diciembre y la creciente insolvencia de la mayoría. Quienes se endeudaron lo hicieron de acuerdo a un esquema de ingresos que los bancos aceptaron como adecuado al monto del préstamo y a las condiciones de su pago. Después, arbitrariamente, les elevaron a los deudores contra todo derecho los intereses. Ahora los banqueros pretenden, tope donde tope, hacer que su arbitrariedad y, en el caso, su falta de previsión (la información financiera más sofisticada la maneja la banca) sean pagadas por aquéllos que han sido empobrecidos por la política económica oficial y por ellos mismos.
La prepotencia, demagogia y miopía de los banqueros no los llevará demasiado lejos. Ellos politizaron a la clase media y ésta vio una salida en el PAN cuando el Estado les quitó la concesión para operar la banca; ahora son ellos mismos los que propician su politización para votar por una opción diferente de las ofrecidas por el PRI y el PAN, partidos que comparten la misma obsesión de crecimiento hidrocefálico y el mismo desprecio por los que menos tienen. A la anticultura de la insolvencia, los muchos que la sufren le oponen ya la cultura de la lucha organizada.