Hace unos días finalizó la edición número 19 del Foro Internacional de Música Nueva; como de costumbre, la oferta musical fue amplia y variada tanto en compositores y geografías, como en géneros y estilos, y el nivel de las obras recorrió todos los niveles posibles de la subjetiva gama de calidad. He aquí una condensada revisión de algunos de los sonidos escuchados en los primeros días de ese foro.
La primera sesión tuvo como vehículo sonoro a La Camerata, conducida por Jesús Medina. Del uruguayo Miguel del Aguila se interpretó una toccata cuyo discurso central, lleno de sabor latino y apuntes percusivos, es precedida por una sección contemplativa atípica en una toccata. Giros populares y episodios aleatorios complementan el perfil de esta atractiva pieza de música nueva de Uruguay. A su vez, el ecuatoriano Diego Luzuriaga envió al foro su Procesión, música ritual con una interesante combinación de pulsos regulares y discurso discontinuo en la que el compositor aprovecha de modo admirable los ecos y las resonancias.
Del mexicano Carlos Sánchez Gutiérrez se presentó M.E. In memoriam, obra viva y nerviosa, cuya energía motriz contrasta con las melopeas usuales de las músicas luctuosas. Pieza de buena factura técnica, se distingue por la habilidad del compositor para las combinaciones tímbricas. Roberto Sierra, de Puerto Rico, ofreció su Concierto caribe para flauta, en el que la solista Asako Arai manejó con solidez y prestancia la luminosidad extrovertida de la pieza, dando su justo valor a los referentes populares de esta música habitada por una especie de neoimpresionismo tropical. Algunos discretos toques sentimentales, un mágico episodio anclado en el trabajo del glockenspiel una sabrosa cadenza en el movimiento conclusivo fueron momentos destacados de Concierto caribe. Este concierto inaugural del foro incluyó también piezas del español Joaquín Homs, el estadunidense Brian Banks y el argentino Octavio López.
Si las más recientes presentaciones del percusivo cuarteto Tambuco habían logrado el milagro de convocar multitudes a la música nueva, su actuación en el foro atrajo números mezquinos de oyentes, cosa en verdad preocupante. Ello no impidió, sin embargo, la realización de un concierto típicamente Tambuco, en el que resaltó el estreno de la nueva versión de la Danza isorrítmica, de Mario Lavista, atípica en el contexto de una producción señalada sobre todo por los gestos refinados y económicos, y no por la extroversión rítmica y dinámica de esta pieza. En El libro de los teclados, el francés Philippe Manouri ofrece una cátedra de cómo manejar las resonancias como parte fundamental del desarrollo musical, proponiendo un complejo uso de dedos, baquetas y pedales a manera de sordinas selectivas, con resultados sorprendentes. Tambuco interpretó también Silencio por favor, pieza compuesta por uno de los miembros del grupo, Raúl Tudón. La obra refleja con claridad el contacto cotidiano de Tudón con su instrumental y su creciente capacidad como compositor, que es sabiamente matizada con un saludable subtexto de humor socarrón.
Interpretaciones de primera, como siempre en el caso de Tambuco, complementadas con obras del estadunidense William Kraft, el mexicano Ignacio Baca Lobera y el chino-australiano Julian Yu.
Un par de días después, el indispensable recital del Cuarteto Latinoamericano, en el que la selección de obras no pareció tener el nivel homogéneo que suele caracterizar las programaciones de este singular grupo. Mano segura, coherencia, claridad, concisión, lenguaje moderno sin experimentos, caracterizan al Segundo cuarteto, del chileno Juan Orrego-Salas, obra compacta y directa en la que no se escucha nada superfluo o fuera de lugar. Del inglés Andrew Glover se ejecutó la pieza La voluble virgen de diecisiete veranos, que refleja con claridad algunas de las tendencias básicas de la música de hoy en Inglaterra. Desconcertante por momentos debido a un par de falsos finales, la obra es por lo demás una buena construcción episódica de ambientes sonoros en los que el compositor plantea severas demandas técnicas, que fueron resueltas cabalmente por el Cuarteto Latinoamericano. Y ahí donde otros han compuesto tanguedias (tragedias a base de tangos), el argentino Luis Jorge González propuso una especie de cuento a base de lo mismo, un cuentango en el que el estilizado sabor porteño es hábilmente mantenido de este lado de la frontera con lo banal, gracias a lo cual la anécdota anexa puede salir sobrando para permitir la audición abstracta de esta Historia de orilleros. El cuarteto había abierto su programa con la obra A fuego lento, del mexicano Bernardo Feldman, en la que las múltiples influencias y puntos de referencia parecen carecer de una dirección propia y de un anclaje formal y estilístico, a pesar de algunos momentos aislados bien logrados en lo expresivo.