Adolfo Sánchez Rebolledo
Nota sobre Guerrero

Uno de los escenarios elegidos por el Ejército Popular Revolucionario (EPR) para librar su guerra contra el Estado es la región de La Montaña, una de las zonas más pobres, aisladas y olvidadas de México. Datos confiables aportados por las autoridades confirman que allí se encuentran reunidos los mayores niveles de pobreza extrema junto a las menores posibilidades de desarrollo que puedan imaginarse. La economía local es a todas luces insuficiente para darle empleo y sustento a sus habitantes, de los cuales más del 70 por ciento son indígenas pertenecientes a las etnias náhuatl, mixteca y tlapaneca. Persisten, además, fuertes conflictos por la delimitación de los linderos y la certificación agraria. Por lo demás, el 41 por ciento de las localidades tiene menos de 100 habitantes, lo cual hace aún más difícil dotarlas de agua y energía eléctrica, servicios de los que carece el 61 por ciento de las comunidades. No extraña, pues, que La Montaña tenga sólo un médico por cada mil 956 habitantes; una cama por cada 8 mil 672. En consecuencia, la tasa bruta de mortalidad, según los datos aportados en un documento de trabajo del Consejo Regional de La Montaña, se calcula en 8.55 por ciento, cifra superior a la estatal que es de 6.8. El analfabetismo es enorme: el 52 por ciento de los adultos de más de 15 años no saben leer ni escribir; ocho de cada diez analfabetas son indígenas.

Estas condiciones de vida se sustentan en una base productiva débil y atrasada. Un 71 por ciento de la fuerza de trabajo está ocupada en el sector primario. El 94 por ciento de la superficie cultivada es de maíz, cuyo consumo constituye, conforme al documento citado, dos terceras partes de la dieta de los indígenas de la región. Parcelas de una a tres hectáreas aseguran subempleo, migración estacional y permanente a otros estados. Téngase en cuenta que el rendimiento de maíz es el más bajo de la entidad ya que apenas alcanza en promedio los 700 kilogramos por hectárea. Otros cultivos, como el café, que congregan a 3 mil 303 productores, distribuidos en 21 localidades, también registran bajos rendimientos, así como los problemas seculares de ese producto en cuanto al precio y la comercialización. Aunque la región tiene potencialidades para el fomento del ganado ovino y caprino, la ganadería no es rentable, por ello, más de 5 mil becerros salen hacia Veracruz y Tamaulipas para su engorda y sacrificio.

En materia forestal, que siempre fue la esperanza para el desarrollo regional, las empresas madereras terminaron con el 60 por ciento de los recursos, de tal modo que hoy su explotación tampoco redunda satisfactoriamente en la economía campesina. Sólo el 6 por ciento de los productores se inscribe en el llamado ``sector industrial'' que incluye a los talleres que fabrican mezcal, tabique, o bien a las artesanías de la laca y la palma que tienen una importancia considerable. Las dificultades que se interponen al desarrollo son de tal magnitud que de seguir las tendencias actuales la región dejaría su condición de altamente marginada hasta el año 2040.

Para romper con el círculo vicioso de la pobreza, los municipios de la región, las comunidades, las organizaciones sociales y las autoridades de todos los niveles, constituyeron allí el Consejo Regional de La Montaña, un esfuerzo sin precedente para canalizar recursos y darle autonomía real a los habitantes de la región. Del éxito que sea capaz de obtener esa instancia depende que los problemas citados comiencen a replantearse en una perspectiva no instrumental o de corto plazo, en consonancia con los intereses reales de quienes han padecido sus consecuencias.

Sobre ese fondo es que aparece el riesgo de inaugurar un ciclo de destrucción y muerte. Los informes periodísticos procedentes de la región de La Montaña de Guerrero son alarmantes, por decir lo menos. Las acciones contra el Ejército desatan, a su vez, respuestas que agravan más aún la situación. Es indispensable, pues, salir a la búsqueda de una solución política, antes de que sea demasiado tarde. Es preciso un acuerdo de fondo, una solución, no un compromiso electoral. La violencia en Guerrero es el signo más preocupante en el horizonte de la transición mexicana. No le sirve ni a la democracia ni al desarrollo social del pueblo mexicano. Por eso, más vale ocuparse de él seriamente. Dedicarle atención y recursos antes de que el fuego estalle.