La Jornada jueves 5 de junio de 1997

León Bendesky
¿Fin de las crisis?

El gobierno reconoce de manera explícita en el Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo 1997-2000, que durante los últimos 20 años la conducción de la economía mexicana la han sometido a una creciente vulnerabilidad, expresada en las continuas crisis, el muy lento crecimiento productivo y el deterioro del nivel de vida de la población. Pero lejos de distanciarse de esas políticas y proponer al país una alternativa que convoque a la participación de los diversos grupos sociales, reafirma el proyecto vigente desde 1982, centrando ahora las acciones de política económica en el fortalecimiento del ahorro interno.

De acuerdo con las cifras presentadas en el Pronafide, durante el sexenio anterior se registró la caída más pronunciada del ahorro en las últimas cuatro décadas. El ahorro interno pasó de 21.3 por ciento del producto interno bruto en 1988 a apenas 15 por ciento en 1994, y la parte privada de ese ahorro se desplomó en ese mismo lapso de 20.7 por ciento del PIB a 11 por ciento. Y esto ocurrió precisamente cuando el proyecto económico proponía que el espacio que dejaba el retraimiento del Estado sería llenado por el sector privado.

Es cierto que esta economía tiene que generar recursos propios para financiar el desarrollo, aunque esto parece a veces incongruente con la gestión del régimen cambiario (ahora se acepta que la sobrevaluación del peso en 1994 era del orden de 20 por ciento) y con la velocidad de las políticas de apertura y la ausencia de políticas complementarias que fortalezcan la capacidad de los sectores productivos, de las empresas y de los trabajadores para operar en el marco de una mayor competencia. Para generar más ahorro no es imprescindible crecer, como sugiere el Pronafide, tal y como lo demuestra la experiencia de 1995 cuando el PIB cayó 6.2 por ciento y el ahorro aumentó 4 puntos porcentuales, situación que se provocó mediante la abrupta caída del consumo privado que fue de casi 10 por ciento en ese mismo año. El problema es que ese método no es sostenible políticamente. Que el ahorro se pueda obtener mediante una caída del consumo es una conclusión elemental de la contabilidad nacional,cosa que también sabía y aplicó con rigor Stalin, sin tener conocimientos macroeconómicos, durante la formación de la Unión Soviética. El aumento del ahorro que se propone como base del programa económico significa necesariamente que el consumo privado, es decir, el de las familias y las empresas seguirá contenido. Y la verdad es que no hay de otra, el asunto es que tiene que hacerse en un momento de gran debilidad económica y de una rezago muy grande en el bienestar de la población. El fomento del ahorro interno no puede darse de modo aislado del patrón de la distribución del ingreso, asunto que no se considera de manera directa en las políticas públicas. Los márgenes de maniobra son muy estrechos cuando quiere conseguirse también un balance presupuestal del gobierno y abatir de modo rápifo la inflación. La propuesta del Pronafide no altera para nada las expectativas iniciales de crecimiento fijadas desde el inicio de este gobierno. En la perspectiva de la larga crisis económica no se puede hablar ya de una recuperación y convertirla en el argumento de sustentación del nuevo programa.

Tal y como están planteadas, las metas económicas que se propone el Pronafide no pueden cuestionarse. La economía tiene que crecer, deben generarse más empleos, elevarse el gasto en inversión y es necesario reducir la dependencia del ahorro externo. El aumento del ahorro interno ocupa un lugar preponderante para conseguir dichas metas y el nuevo sistema de ahorro para el retiro se sitúa como el instrumento básico para lograrlo. Sin embargo, todos estos propósitos parecer partir del supuesto que la estructura productiva e institucional del país se ha transformado ya de tal manera que será capaz de sostener la transformación que se persigue. Esto es altamente cuestionable y hay evidencias en la dinámica desigual que muestra actualmente el crecimiento del producto. El requerimiento de importaciones asociado con la producción y las exportaciones es muy alto y el mismo programa señala que para el año 2000 habrá que financiar un déficit en cuenta corriente de más de 15 mil millones de dólares Es poco probable que se mantenga un ritmo de expansión anual de las exportaciones de 10 por ciento mientras las importaciones lo hagan en 11 por ciento y con un PIB creciendo 5 por ciento al año. El sector externo puede seguir siendo la restricción crónica del crecimiento económico.

La propuesta del gobierno enfrenta un obstáculo mayúsculo en el terreno institucional del sector financiero. Los bancos comerciales están en una situación muy precaria y no están preparados para cumplir las funciones que les asigna el Pronafide como intermediarios entre el ahorro y la inversión. La banca privada es un sector altamente protegido y tolerado y se está consumiendo una enorme parte de los recursos sociales. La banca de desarrollo, o lo que queda de ella, está quebrada o es ineficiente en el mejor de los casos. El Estado no cuenta con la base institucional para promover el crecimiento mediante crecientes recursos financieros. Es temerario asegurar que con el Pronafide se podrá acabar con las crisis recurrentes que han diezmado a la economía mexicana. En todo caso, este es el instrumento que ha propuesto el gobierno para conducir la economía en lo que queda del sexenio. Servirá como una referencia para las disposiciones fiscales que falta conocer y para la gestión monetaria sobre la que sigue recayendo el peso de la estabilización.