Apenas ayer --16 Foro Internacional-- los cinéfilos que fatigamos la Cineteca Nacional y otros espacios donde proyectan filmes de nivel artístico y documental, tuvimos oportunidad de comprobar visualmente la real existencia del cine noruego a través del thriller psicológico Cero grados Kelvin (Zero Kelvin, 1995), segundo largometraje de Hans Petter Moland, sobre el cual escribí: ``Groenlandia, costa este, año 25; hielos permanentes, mares tranquilos. Intervención directa de la naturaleza en la dinámica existencial de los protagonistas: Larsen, el joven depositario de una interminable carta de amor y los dos toscos cazadores, Randbek y Holm. Esta cinta me transmitió durante sus 110 minutos de duración, soledad, nostalgia, dolor, pero también poesía''.
Antes de aquel inicial contacto visual y auditivo había investigado en los textos de George Sadoul --historiador francés-- acerca de la presencia en el universo cinematográfico de los cineastas escandinavos. El resultado de aquel acercamiento lo resumo así: ``Este cine nórdico fue desde 1915 no nacionalizado sino municipalizado. Las ciudades poseen las 151 salas más importantes de un total de 577 que atraen por sí solas las nueve décimas partes del público (30 millones de entradas anuales). El estudio más importante y la principal agencia de distribución están (¿estaban?, recordemos que el francés recogió los datos hacia finales de la quinta década) controladas por la asociación de cines municipales (KF) y posteriormente por la Norks Film AS. Sin embargo, demos un giro de 180 grados para aproximarnos más allá de los datos político-administrativos expuestos, a los estilos narrativos que ha desarrollado en el celuloide aquel cine. Por ejemplo, la primera película de ficción realizada en Noruega narra Los peligros de la vida del pescador. Un drama en el mar (1908). Es decir, de nueva cuenta, tal y como sucede en Zero Kelvin, las inesperadas convulsiones de la naturaleza ejerciendo su interminable poder sobre los seres humanos. Numerosos filmes con idéntica preocupación extremecieron las pantallas silenciosas durante esos años mudos. Entre otros: A la montaña, Hermosa es la ladera y La aventura de la montaña.
El arribo --en los años treinta-- del cine sonoro vino a marcar una nueva época durante la cual los cineastas noruegos, acorde con las tendencias cinemáticas de moda (realismo socialista, realismo poético francés), se abocaron a recrear la realidad social. Tancred Ibsen, hijo del famoso dramaturgo, fue con Vagabundo (1937) el máximo exponente de aquella extrema vocación. También Olav Dalgard recogió semejantes preocupaciones en Se rompen las cadenas (1938) de temática obrera. Durante los años de la ocupación nazi (1940-45) el cine noruego registró en los fotogramas insípidas comedias y thrillers de suspenso que sirvieron a los escasos espectadores que concurrían a los salones como escape de la guerra que rugía feroz frente a sus costas. Una vez concluido el conflicto, la heroica lucha de la Resistencia contra el invasor, inspiró los mejores filmes. Dramas de contenido heroico como Englands farene, de Torlaf Sand, que transvasa al lienzo el aterrador relato del único superviviente de un grupo de inconformes aniquilado por la Gestapo; o como Kampenbom Tungtvannet (La batalla del agua pesada), de Titus Vibe Muller, que describe la destrucción a manos de valerosos resistentes de un depósito atómico, o como El rescatado, de Arne Skouen, que cuenta las peripecias de un guerrillero perdido en la nieve, son las mejores muestras de este cine.
Durante la quinta década, una ley dictada en 1955 promovió y subvencionó trabajos de valor artístico (de 8 a 10 filmes por año). Sin embargo, únicamente destacan Nueve vidas, de Arne Skouen, nominada al Oscar y los documentales de Thor Heyerdahl. Desde entonces, el renombre internacional de la cinematografía noruega se han manifestado mediante la obra de inspirados creadores. Entre otros, Anja Breien, con su cuarta película La herencia (1979) a propósito de la ambición y la avaricia participó en Cannes; Nils Gaup, director de El guía del desfiladero (1987), basada en una leyenda lapona del siglo XI, nominada al Oscar; Bent Hamer, realizador de Eggs (1995) proyectada en la Quincena de los realizadores en Cannes. Entonces, sí existe el cine noruego, y a partir del 10 de junio será posible constatar su presencia en la Cineteca Nacional.