Algunos lo han descrito como un shock, otros como fatalidad, algunos más como la esperanza. Cualquiera que sea la manera de adjetivarlo, el futuro representa el espacio intangible por el cual el presente adquiere su razón trascendente.
Es el futuro, su definición, su diseño, su construcción, aún como ilusión, lo que permite que los seres humanos encontremos sentido a nuestro cotidiano accionar, más cuando el presente tiene características de dureza que dejan poco margen para la satisfacción.
Queda muy claro que, teniendo futuro, estamos dispuestos a cualquier sacrificio presente por absurdo que parezca, como también que, sin esa perspectiva, de poco o de nada sirven las ventajas que hayamos podido alcanzar.
Los ingleses no escatimaron esfuerzo cuando se les pidió sangre, sudor y lágrimas, porque la oferta de futuro era mantenerse como Nación en momentos que el nazismo amenazaba con aniquilarlo todo; en cambio, las aparentes ventajas de una economía sólida como la norteamericana, que genera la mayor riqueza en la historia económica del mundo, es incapaz de evitar el brutal incremento de la drogadicción, de la violencia y la desintegración familiar por la simple razón de que no propone ningún futuro.
En la historia nacional, el gran cambio se generó cuando pudimos, después de largos años de guerra civil y de inestabilidad política, construir una idea de futuro, edificar ese ``algo'' por el que valía la pena luchar: la educación pública y gratuita, como el medio privilegiado de movilidad social; el derecho a la salud, como el mejor seguro que como colectividad teníamos; la expectativa de un patrimonio familiar, la tierra para producir, la casa comprada en abonos; la civilidad para dirimir las confrontaciones de poder político, caracterizadas tradicionalmente por su violencia, fueron los instrumentos que nos permitieron superar los enconos que caracterizan a todo presente, a cambio de un mejor y más equitativo futuro.
Hoy, después de duras pruebas que hemos resistido ejemplarmente, tenemos la oportunidad de construir nuevamente el futuro. Cierto, en un mundo y un país profundamente transformados en los cuales las viejas fórmulas resultan inviables y que demanda de nuevos retos y otras formas para alcanzarlos.
Así como hemos podido enviar mensajes de futuro adecuados para estabilizar la economía, en términos de inflación, de saldo en las balanzas, de acumulación de reservas monetarias, así también tenemos la obligación de construir y enviar mensajes de futuro en aquello que a todos impacta: creación de empleo, recuperación del salario, metas medibles en el mejoramiento de los servicios de educación y salud, eficaz combate a la inseguridad pública.
El medio para enviar estos mensajes es la política, que es el espacio en el cual debemos diseñar y consensar ese futuro por el cual estemos dispuestos a seguir luchando. La política que, entendida en su sentido profundo, ha sido siempre la mejor portadora de futuro.