Comenzaré con datos del Sistema Nacional de Investigadores, el cual comprende cuatro niveles: candidatos a investigador y tres niveles de investigadores (I, II y III). La gráfica que incluyo muestra la evolución del número de miembros del SNI desde su creación hasta 1996. El número de candidatos ha disminuido en casi 50 por ciento desde 1992 hasta la fecha. Si los candidatos disminuyen, ¿de dónde saldrán los investigadores? En la gráfica también se nota que la tasa de crecimiento de estos últimos en el periodo 92-96 (17 por ciento) es considerablemente menor que la de los cinco años precedentes (67 por ciento). Quizá el descenso en el número de candidatos y la disminución de la tasa de crecimiento de los investigadores por fin deje felices a quienes piensan -y hay quienes piensan así- que la mayor deficiencia del sistema es que se está admitiendo ``a cualquiera'', lo que causa enfado en la aristocracia dentro de la democracia académica. Para otros, por desgracia realistas, hoy tiene plena vigencia el adjetivo de candidotes que se les aplica a los candidatos.
El tobogán se inicia con el emperador Alzati, cuyo estandarte fue la excelencia y su blasón la competitividad, falacias que encantaron a quienes ya habían ganado la competencia de cuyas reglas fueron inventores. Con la debacle de los candidotes podría ponerse en duda el juicio de los distinguidos colegas de los comités del SNI, necesariamente jueces y ejecutores involuntarios, y seguramente honestos, aún aquellos poseídos por la Fe del Santo Klan. Pero el asunto va más allá de las pequeñeces humanas. Los candidatos son jóvenes frustrados por un sistema que adopta el ideal de la excelencia académica del llamado Primer Mundo, ideal impuesto por decreto en los países del Tercero, aunque la inversión que en éstos se dedica al desarrollo científico y técnico sea insuficiente, y las políticas para orientar el magro gasto sean inadecuadas y carentes de imaginación. Buena parte de los candidatos fueron podados porque no cumplieron con lo requerido para ascender al nivel I. El puntillo en discusión es sobre los requerimientos. ¿Sería posible que éstos fuesen cumplidos dadas nuestras condiciones? Yo apuesto a que los requisitos no pudieron ser cumplidos porque los candidatos no dispusieron ni de los medios necesarios, ni de las condiciones de trabajo indispensables. ¿O habrá quien piense que los candidatos son mentirosos redomados, o que de pronto se volvieron estúpidos? Nada de eso. Ocurre que nuestro sistema para promover las ciencias y las técnicas está basado en los méritos que reconoce o desconoce la meritocracia de notables y mandarines. Los jueces fueron fieles a la ley. Con eso basta. Por ley -su ley- se elimina a los que a su juicio no tienen méritos suficientes. Por ley -su ley- se apoya y premia a los que ya tienen de sobra. Como la banca. El problema no está en la observancia de la ley, sino en la ley misma.
En un número pasado de La Jornada, el doctor René Drucker Colín se quejaba de la incomprensión de quienes rechazan solicitudes de apoyo al Conacyt porque el solicitante no suma los méritos necesarios, aunque el proyecto sea interesante y potencialmente valioso. El caso con el que simpatizó René no es el único. Tengo en mis manos otro, y cuento con la anuencia de la doctora Beatriz Eugenia Baca para exponerlo. La doctora Baca es investigadora en el área de ciencias de la salud en la Universidad Autónoma de Puebla. Su currículum profesional es dignísimo; de la nada levantó su departamento de investigación acreditado, y ha hecho escuela. Pocos pueden ufanarse de algo parecido. Ella, que se sigue esforzando para mantener a flote el laboratorio a su cargo, envió un proyecto a Conacyt que fue juzgado por un par de pares. En la opinión de ambos, el proyecto merece ser apoyado, aunque uno lo calificó como regular y el otro como muy bueno. ¡Pares tan dispares! Aun así, el promedio parejo no puede ser otro que el de bueno, con lo que se esperaría que el proyecto sería financiado. Pero no. El doctor René Drucker Colín, quien preside a los dispares, le informa a su colega que el proyecto, lamentablemente, no puede ser financiado. Probablemente no alcanzó el umbral de la excelencia.
Seguramente René firmó la sentencia abrumado por el pesar, pues como dijo el año pasado en un coloquio, no hay mala leche. Todos tratamos de ser salomónicos. Yo mismo he calificado unos proyectos como malos y otros como buenos, muy buenos o excelentes. En alguna ocasión, el calificar como malo un proyecto no tuvo efecto. Ahora me temo que el calificar a otros favorablemente tampoco pueda tenerlo. La política del Conacyt se ha convertido en la política del terror. No vale la argucia de Fouché de que hay que estar a la cabeza del comité para no estar en la lista de la guillotina. Yo, por mi parte, renuncio desde ahora como revisor de proyectos enviados al Consejo. El caso de la doctora Baca y el de los candidatos obedecen a una misma causa: una política miope, caótica y destructiva, y una comunidad científica entre desorientada y caníbal, con orejeras y zanahoria al frente, y en la que han logrado penetrar los ``ideales'' del éxito personal, la competitividad y la fama, ``ideales'' que ya han hecho presa en buena parte de nuestros jóvenes investigadores. ¡El sistema ha triunfado y se dispone a conducirnos al cuarto mundo!.