Las declaraciones recientes del Secretario de Salud acerca del problema del cáncer son de indudable trascendencia. Este padecimiento que ha afectado al hombre en todas las épocas, en todos los países, y en todas las edades no había sido considerado problema de salud en México hasta hace poco menos de 10 años. Varios factores influyeron para que el cáncer saliera de la penumbra de las prioridades nacionales de salud para ocupar un terrible segundo lugar: a) la reducción de la elevadísima tasa de morbilidad por enfermedades infecciosas y parasitarias y de la mortalidad infantil; b) el consecuente aumento del promedio de vida, que sólo en nuestro siglo se incrementó en 28 años y c) el enorme caudal de contaminación al que estamos expuestos. Esta enigmática dolencia constituye un reto para la investigación biomédica ya que es un sólo padecimiento con más de 100 caras diferentes.
La alteración común en todos los tumores malignos es la pérdida del control de la replicación y de la muerte celular, lo que permite que se acumulen células anormales e inmortales, que a su vez invaden los tejidos vecinos y dan siembras a órganos distantes. Pero cada tipo de cáncer parece tener un origen diferente y a su vez una forma distinta de desregulación del recambio celular normal. Por ello parece remoto encontrar una cura o una medida preventiva universal para todo el cáncer. Quizás esto es lo que desconcierta más al público lego en estos asuntos, pues no entiende cómo para otros padecimientos, por ejemplo, una infección, existen medicamentos como los antibióticos capaces de curarlos, así como multitud de vacunas altamente eficaces, pero no existe una contra el cáncer.
El asunto es realmente complejo y al mismo tiempo fascinante y frustrante para el investigador biomédico, pues se sabe que una neoplasia maligna, salvo algunas excepciones, se desarrolla a través de muchos años y en pasos sucesivos todavía mal entendidos. El fenómeno que desencadena una cascada de errores genéticos es la alteración del ADN llamada mutación. En los últimos 25 años la genética molecular, que estudia estas alteraciones, ha abierto un territorio inmenso que apenas se empieza a explorar para entender en forma precisa, los cambios moleculares que conducen a la transformación maligna y con ello a diseñar estrategias finas y novedosas para su diagnóstico y tratamiento. Pero lo más importante, como ante cualquier proceso morboso, es la prevención.
Cuando un paciente presenta síntomas clínicos de un padecimiento maligno, lo más probable es que se encuentre en etapas avanzadas y por ello difícilmente curable. Todo lo contrario, cuando el diagnóstico es temprano, la mayoría de los cánceres pueden tratarse con éxito. Aún más, es posible predecir el riesgo de desarrollar un tumor maligno en ciertos padecimientos genéticos o en algunos tipos de actividades laborales. Ahora resulta claro que la mayoría de los cánceres, particularmente los del adulto, se deben a la acción de agentes externos, como el hábito de fumar, la promiscuidad sexual, la ingestión inmoderada de alcohol o la excesiva exposición al Sol que son cancerígenos y promotores, que sinérgicamente conducen a la transformación maligna y que por ello son susceptibles de prevenirse.
La Unión Internacional contra el Cáncer ha estimado que con la eliminación de la exposición a estos agentes se evitará la aparición de más del 80 por ciento de todos los cánceres. Con la nueva tecnología de la epidemiología molecuar, seguramente será posible descubrir nuevos mecanismos de interacción entre genoma y ambiente, que abrirán otras rutas para el diseño de estrategias preventivas. Pero esto sólo podrá lograrse mediante la investigación biomédica multidisciplinaria del más alto nivel. En esta forma las políticas de salud podrán incidir en los 3 ámbitos fundamentales: a) la prevención; b) el diagnóstico temprano y c) la búsqueda de tratamientos eficaces y menos costosos.
El conocimiento científico emanado de los grandes centros de investigación del cáncer en otros países es insuficiente, pues si bien los descubrimientos fundamentales del proceso oncológico son aplicables a todos los cánceres, es indispensable conocer las peculiaridades étnicas, geográficas y sociales que causan variaciones locales en su frecuencia y susceptibilidad. A guisa de ejemplos pueden señalarse la gran diferencia en morbiletalidad del cáncer cervico-uteirno, nuestro cáncer nacional, con la de los países escandinavos; la mayor frecuencia de cáncer gástrico en México en relación a EUA; el incremento notable, en los últimos 25 años, de cáncer de pulmón y de la próstata, así como el aumento progresivo del cáncer de mama en estratos socioeconómicos elevados.
No basta con hacer exhortos para reforzar las fallidas campañas de detección oportuna y poner advertencias explícitas en los artículos nocivos. Ante un problema de salud de tal magnitud, no debe dependerse sólo de datos científicos extranjeros, es condición sine que non para el diseño racional de políticas de salud, la generación de datos propios. Urge por lo tanto, estimular la precaria y desarticulada investigación nacional, mediante la asignación proporcional de recursos y la creación de un centro de investigación de cáncer, como existen en la mayoría de los países desarrollados y muchos latinoamericanos. Sería la forma más simple y económica de coordinar la investigación multidisciplinaria con la participación de instituciones de salud, centros de investigación y de la industria privada, tanto nacionales como extranjeros.