Al escribir estas líneas aún no se tienen los resultados de las elecciones francesas, pero es más que probable que el bloque de centroizquierda pueda derrotar al de centroderecha y obtener el control de la Asamblea Nacional y, por consiguiente, el gobierno, forzando así a una cohabitación institucional con el inquilino del Palacio del Eliseo, el neogaullista Jacques Chirac.
Pero lo que caracteriza cada vez más a todos los países es que el proceso de constitución o de reafirmación de la llamada sociedad civil no sólo se hace contra el Estado sino también, en gran parte, al margen del sistema de los partidos y de los sindicatos, cada vez más integrados en el Estado, cada vez más separados de los movimientos, y que son organismos de consenso para dicho Estado y de integración en éste, aunque se presenten bajo la bandera de la oposición al gobierno.
En una palabra, aunque los que tratan de decidir en la calle y en las movilizaciones, llegado el caso votan por los partidos de la izquierda tradicional o de la ultraizquierda que hacen suyas partes de las reivindicaciones de esos movimientos heterogéneos y no coordinados por nadie, no se identifican con esos partidos ni con los sindicatos ni, mucho menos, acatan su disciplina.
La ola de huelgas explica el crecimiento de la izquierda pero no le da una base firme. Primero, porque si los movimientos sociales no tienen objetivos claros de renovación y una dinámica ascendente, pueden refluir tras conseguir resultados parciales y recaer a un nivel puramente reivindicativo. Segundo, porque esos movimientos seguramente serán estimulados por el propio crecimiento de la izquierda y, en el caso eventual de un gobierno de ésta, lo harán entrar en crisis ya que la política moderada de las direcciones políticas y sindicales y el deseo de que ``dejen maniobrar al timonel'' chocan con las movilizaciones y luchas al margen de las instituciones.
Por eso ``arriba'' puede haber una cohabitación (y en el seno de las direcciones de la oposición se reforzará la tendencia a cohabitar y conciliar con el Poder Ejecutivo), pero ``abajo'' no la hay, ni con el Eliseo ni con Matignon (o sea, ni con el Ejecutivo ni con el gobierno, aunque éste pudiera ser izquierdista).
Además, no hay cohabitación duradera en el plano nacional por la sencilla razón de que, cada vez más, las cosas se deciden en el plano europeo y ahí subsisten tanto la política de Maastricht decidida por Bruselas al margen de los Parlamentos nacionales como la presión social crecientemente internacionalizada contra las privatizaciones, la desocupación, los atentados contra lo que queda de la política social. Una prueba directa la da la marcha internacional sobre Amsterdam, acompañada por huelgas en Italia y por manifestaciones en todos los países, mientras los centroizquierdistas juran que aplicarán el Tratado de Maastricht.
De modo que, si gana la izquierda (por moderada que ésta sea) se abrirá un proceso rico y quien ganará no será el Estado, sino los movimientos. El aprendiz de brujo Alain Juppé, ex primer ministro de derecha, que convocó a elecciones para cortarles el impulso, habrá conseguido estimularlos.