Retenes e interrogatorios a la población, estrategia militar
Roberto Garduño, enviado, Comunidad Río Santiago, Atoyac, Gro., 30 de mayo Ť En los últimos tres días el Ejército Mexicano definió la estrategia para ``cercar'' a tres grupos del EPR --identificados por unidades de inteligencia militar-- que se mueven en la región de Filo Mayor y Filo de Caballo. En todos los accesos, brechas, caminos, cañadas y terracerías se han instalado retenes para controlar el ingreso y la salida de la sierra de Atoyac.
De tres décadas a la fecha, recuerdan los habitantes de las comunidades serranas, la presencia del Ejército Mexicano en la zona ha sido familiar. Primero, para combatir al movimiento cabañista y, posteriormente, para enfrentar la creciente influencia del narcotráfico en el área.
Operativo militar a raíz del enfrentamiento del martes pasado con
militantes del Ejército Popular Revolucionario. Foto: Francisco
Olvera
Pero la de ahora es una movilización de las fuerzas federales que no tiene referente en la memoria de los campesinos de la sierra de Atoyac. La región es considerada como de ``alto riesgo'' y es suficiente emprender el tránsito por sus maltrechos caminos para encontrarse con que la persecución de los integrantes del Ejército Popular Revolucionario se mantendrá como hasta hoy y el Ejército Mexicano no abandonará las posiciones que ya ocupa.
El enfrentamiento en El Quemado tuvo rápidamente sus efectos en la zona alta de la sierra: las comunidades de San Vicente de Jesús, San Francisco de Tibor, La Remonta y La Felicidad, ubicadas a 15 kilómetros del lugar donde ocurrió el choque armado, fueron sitiadas por unidades de asalto del Ejército Mexicano, que llegaron aerotransportadas en helicópteros artillados desde el 49 Batallón de Infantería, con sede en Atoyac.
Hasta el pueblo La Felicidad arribaron agentes de la Policía Judicial Federal. Estos hombres, temidos por la población, se apostaron en la entrada y salida de cada una de las comunidades referidas. A cartucho cortado se han dado a la tarea de revisar y esculcar a los pobladores cuando éstos piden permiso para cruzar la línea de los caseríos.
La militarización en la zona montañosa ha despertado el temor y la impaciencia entre algunas familias. La incertidumbre ha empujado a un número importante de campesinos, a sus mujeres y sus hijos a emprender un éxodo temporal hacia otras comunidades donde es menor la presencia del Ejército.
La sierra de Atoyac, foco rojo en Guerrero, es escenario proclive donde se mueve la sombra de la violencia y se acrecienta el miedo. En cuanto Francisco Olvera, reportero gráfico de este diario, intentó captar una imagen sobre la revisión que realizan los cuerpos de la Judicial Federal, éstos cambiaron su actitud prepotente por otra falsamente amable:
-¿De dónde vienen? -preguntaron.
-Somos reporteros.
-¿Para qué jalaron hasta acá?
-Para saber qué pasa en la sierra.
-¡Ah! ¿Y van rumbo a El Paraíso?
-Sí.
-Cuídense, porque está duro -advirtieron los militares.
Disparos, alerta e inmediata movilización militar
De San Vicente de Benítez, rumbo a El Paraíso, la lluvia dificultó el acceso a la sierra. En el caserío de El Imperial, donde viven campesinos cafetaleros, un convoy de catorce vehículos Hummer impidió el paso. Un soldado, a quien se le pidió vía libre, con frialdad sugirió: ``Hable con el mayor''.
-Oficial, vamos rumbo a El Paraíso.
-Pueden pasar, pero hay peligro.
-¿Hay maniobras?
-Sí, estamos trabajando.
-Pero, ¿se puede pasar, sí o no?
-Sí, pero ya les dije que hay riesgo.
El mayor ordena en esos momentos a sus subalternos: ``¡Vámonos! Tenemos que completar el recorrido''.
Los soldados obedecieron a medias. Treparon a los Hummer, pero no cumplieron en ese momento la actitud de centinela -asomar sólo la cabeza pertrechándose en el interior del vehículo- y dejaron al descubierto medio cuerpo. Su jefe, molesto, les recriminó: ``bajen esas pinches barbas, cabrones''.
El convoy permaneció inmóvil en el claro de una loma. Los motores de los vehículos estaban encendidos, sólo restaba que a uno de ellos subiera el mayor para reanudar el recorrido. Caía la tarde y repentinamente se escucharon cuatro detonaciones. De inmediato el militar al frente ordenó terminante: ``¡Cúbranse! Ustedes, periodistas, agachen la cabeza''.
La tropa se ocultó en la maleza y, mientras cortaban cartucho, los soldados se preguntaban: ``¿dónde fue?''
En posición de repeler un posible ataque, los militares señalaban hacia la hondonada: ``Allá va un cabrón corriendo''. En la sierra de Atoyac, a pocos minutos de los disparos, sobre del lomerío, apareció rasante un helicóptero artillado.
Sobrevoló el área, la peinó y amagó en dos ocasiones con aterrizar, mostrando a los costados armas de alto poder pendientes para contratacar.
Tras varios sobrevuelos, la aeronave se retiró de la misma forma en que apareció, sorpresivamente. Los soldados poco a poco fueron saliendo de sus madrigueras.
Con la calma recobrada se le preguntó al mayor:
-¿Qué sucedió?
-Nada.
-¿Pero... y las detonaciones?
-Fue algún dedo nervioso -dijo y acompañó el diálogo con una sonrisa forzada. De paso prohibió el tránsito hacia El Paraíso.
En minutos quedó demostrada la capacidad de respuesta que el Ejército Mexicano implantó en la sierra de Atoyac.