Se fue el invierno, la nieve se derrite y, obedeciendo al ritmo estacional de la naturaleza montañosa, la guerra despierta en su décimo octavo año. El terrible invierno afgano regaló seis meses de prórroga al león del Panshir, el tadzhik Masud Shah, y al general Uzbek Dostum. Seis meses durante los cuales los talibanes, dueños de Kabul y de casi todo el país, han tenido que esperar para apoderarse de las últimas provincias norteñas. Los talibanes son musulmanes fundamentalistas, implantados en la etnia mayoritaria (pashtun), la que, históricamente, de 1881 a 1978, integró un Estado afgano, contra la reivindicación de la minoría tadzhik.
Un poco de historia, perdonando: la invasión soviética (1979-1989) destruyó el Estado para beneficio de bandas armadas organizadas sobre una base regional. El otro dato esencial es la polarización étnica de los partidos y de las entidades: la guerra permitió a los grupos dominados por los pashtun transformarse en actores importantes: tadzhik primos de los iraníes, uzbe, etcétera. Además la guerra permitió a los Estados vecinos, Pakistán, Irán y Uzbekistán, de intervenir, lo que acabó con el papel histórico de Afganistán como Estado-colchón.
La caída de la URSS, la independencia de las repúblicas de Asia Central (hay uzbek y tadzhik por ambos lados de la frontera), la rivalidad entre Pakistán e Irán, todo amenaza la permanencia de fronteras por cierto artificiales. ¿Habrá un gran Uzbekistán y un gran Tadzhikistán del Norte? Todo depende de dos incógnitas: a lo mejor existe aún una identidad afgana, encima de las divisiones étnicas. Luego, no se puede descartar el regreso de las grandes potencias en el ``gran juego'' afgano, con el descubrimiento y la explotación del enorme tesoro petrolero del mar Caspio con sus hipotéticos gasoductos y oleoductos atravesando al Cáucaso y Afganistán: chechenos y afganos ¡un mismo combate!
Los talibanes (1994) salieron de una red de escuelas religiosas en el sur del país y en los campos de refugiados en Pakistán. Con todo y su pretensión de ser el ``verdadero Islam'', encima de las etnias, el movimiento, exclusivamente pashtún, restauró la hegemonía pashtún sobre casi todo el país. Pakistán tiene 20 años de apostarle sobre el fundamentalismo y sobre la nación pashtún, omnipresente en los altos mandos del Estado y especialmente del Ejército pakistano.
Uzbekistán tiene una relación directa con el general Dostum (uzbek) cuya provincia le sirvió de colchón contra el caos afgano. Tadzhikistán, hundido en su propia guerra civil desde 1992, prefiere olvidar los sueños de ``gran Tadzhikistán''. Irán privilegia la solidaridad religiosa con los grupos shiitas, contra los talibanés quienes son sunnitas. Con todo, ningún grupo habla de independencia o de reunión con otros países.
En cuanto al ``gran juego'' es de notar que la repentina expansión de los talibanes coincide con el proyecto de gasoducto desde Asia Central hasta Pakistán. Ese proyecto lo llevan la Unocal norteamericana y su socio saudita Delta. Ambos operan con el gobierno pakistaní y tienen el apoyo del Departamento de Estado. Rusia no pudo frenar ese proyecto, por más que Turkmenistán, la fuente del gas, sea una república ex soviética.
La debilidad rusa e iraní deja el campo libre a Pakistán que quiere hacer con Afganistán lo que Siria logró con Líbano: un protectorado. Esa debilidad no durará siempre. Si algún día Irán y Estados Unidos se reconcilian, Irán volverá a ser la salida natural de Asia Central. Lo único seguro es que el control de Afganistán será esencial en el reajuste estratégico alrededor del tesoro de hidrocarburos del mar Caspio. Por lo pronto los talibanes han empezado su defensa de primavera, han acabado con el ``barón rojo'', ex general soviético Dostum. A su último adversario, Masud, le quedan muy pocas posibilidades de resistir.