Según sus propias y muy citadas palabras, Jane Austen tuvo un ámbito de escritura que nunca sobrepasó ``un pequeño pedazo de marfil sobre el cual y con un pincel muy fino inscribía trazos delicados apenas visibles después de una gran labor''. Esta mujer quien en su adolescencia se dedicó, como las más pequeñas de las hermanas Bennet (Orgullo y prejuicio), a bailar frenéticamente en cuanto baile le quedaba a mano y quien luego, pasado el tiempo, sería la imagen misma de la solterona, dedicada a cuidar a su madre y a sus sobrinos, supo captar con una precisión extraordinaria los enormes cambios que ocurrían en la sociedad inglesa de su tiempo y, por extensión, en el mundo.
Sí, Austen advirtió con clarividencia y sin inscribirlo en sus textos de manera ostensible las consecuencias de las guerras napoleónicas, las de la Revolución Industrial, y por tanto la decadencia de la aristocracia terrateniente de su país, clase a la que ella admiraba y que sin embargo critica con violencia. Y habló de Austen, tan de moda por las múltiples versiones filmadas de su obra para el cine y la televisión, porque sus libros son maravillosos y ganan en profundidad cada vez que uno los relee y porque a pesar de que fueron criticados como ``faltos de elegancia'' por esos mismos sobrinos a quienes ella tanto quiso y protegió, es una de las más consumadas y perfectas escritoras de todos los tiempos, es decir, Austen es una escritora clásica.
Y como dice uno de sus más lúcidos críticos, Tony Tanner, a pesar de la aparente ``modestia'' de su obra, en ella tienen cabida de manera imperceptible (para el lector poco cuidadoso) no sólo la obra de los novelistas que la precedieron, sino la de los filósofos más importantes de su tiempo, Locke, Hume, Burke y Smith, además de la magia y hasta la locura que caracterizan su escritura y, esto es lo más importante, nos siguen interesando sus historias de amor, la sensatez y la sensibilidad de sus personajes femeninos, y la vigencia de sus finas percepciones que anticiparon el tipo de mundo que habría de tocarnos en el futuro, es decir, el de este fin de siglo.
Si se examinan sus novelas de manera cronológica parecería que todas tienen el mismo tema y que las heroínas tienen características semejantes entre sí. Claro, las tienen, todas quieren casarse, casi todas están entre los 18 y 20 años, casi todas revelan tener un juicio superior a quienes las rodean, casi todas son bonitas, graciosas y francas. Y sin embargo cuando llegamos a su última novela inconclusa y póstuma, Sanditon, la coherencia del orden social, tal y como parece restaurarse en Orgullo y prejuicio o Mansfield Park, se ha derrumbado porque los valores de la clase hasta entonces dominante, la terrateniente, han dejado de ser vigentes y han dado entrada a lo que sería más tarde la sociedad de consumo, en la que ahora estamos viviendo y que Austen prefigura con precisión asombrosa en Sanditon.
Sus heroínas han cambiado también, Emma, la protagonista de su penúltima novela, es ya una mujer rica que carece de tierras, su riqueza está fundamentalmente en el dinero; Anne Elliot, la protagonista de su última novela terminada, es la hija menor de una antigua familia terrateniente que se ha desclasado por la estupidez y esnobismo de su padre y ha perdido su propiedad feudal, y su alianza ya no es, como en las novelas anteriores --aún en Emma-- con un caballero propietario de extensas tierras, su alianza es con un marino, el símbolo de una nueva Inglaterra cuya extensión territorial dependerá de un dominio marítimo del mundo, tan perfectamente representado en las obras de Joseph Conrad.
Sanditon, escrita durante los últimos meses de la vida de Austen, habla de un pueblo situado a orillas del mar, antes agrícola, y cuyas casas se han convertido en hoteles y pensiones que podrán alojar turistas o enfermos. Todo se desplaza, todo se degrada en este pueblo artificial; la ambigüedad reina, la agitación es una enfermedad, los valores sociales se asocian a la comercialización. Podemos concluir con Tanner y advertir con claridad lo que he subrayado: la asombrosa contemporaneidad de esta novelista cuyo ámbito de acción no sobrepasaba los temas del amor, unas cuantas familias y unas pocas ciudades inglesas y que parecía ignorar olímpicamente que además de sus personajes existían el mundo y la historia:
``Los nombres de las ciudades en donde Inglaterra tuvo grandes victorias son confiscados para embellecer un desarrollo urbano. No se conmemora el patriotismo sino la comercialización y la degradación. Hecho inocuo en sí mismo pero que indica sin embargo cómo el sentido de la historia puede explotarse y al mismo tiempo absorberse gracias a una oportunista especulación comercial''.