Adolfo Sánchez Rebolledo
El tiempo de los candidatos

El debate confirmó con exactitud las tendencias descubiertas por las encuestas previas. Ganó Cárdenas. En el contexto de una situación marcada por el hartazgo de la gente, la irritación contra el gobierno y el deseo de cambio, el candidato perredista resurge de sus cenizas. Saldos positivos de la persistencia pero también expresión de un benéfico aprendizaje. La campaña actual de Cuauhtémoc está lejos de ser un ultimátum al elector. Hoy se le propone un camino capaz de inspirar confianza: un nuevo amanecer para la ciudad en vez de la oscuridad del derrumbe.

Frente a él, el PRI poco puede ofrecer que no hubiera prometido antes. Sólo que ahora las inercias no le favorecen, como en el pasado. La gran sorpresa, sin embargo, es el PAN, no por excluido menos presente. El panismo sepultó en esta contienda la propaganda positiva que había hecho de ese partido el portavoz de cierto optimismo democrático y se dejó seducir por una paulatino ensombrecimiento general del mensaje. El día de hoy se puede decir que se durmió en sus laureles, murió de confianza.

No obstante está impresionante actividad electoral, la opinión pública advierte imprecisión en las propuestas. A mí, en lo particular, me sorprende que a ninguno de los candidatos les preocupe demasiado el tiempo. Téngase presente que el nuevo gobernante del Distrito Federal tendrá tres años escasos y recursos limitados para cumplir con las promesas de campaña, es decir, un lapso apenas suficiente para reorganizar algunas de las políticas que están en marcha. Así pues tendrá que discenir con rapidez y eficiencia administrativa qué deja y qué quita, la continuidad de las obras necesarias y los programas que mantienen funcionando a la ciudad y, a la vez, impulsar las reformas prometidas durante la campaña que no son pocas. Si triunfa la oposición, como indican las encuestas, el nuevo gobierno tendría que comenzar estableciendo una relación funcional con el Ejecutivo, pero también con la Cámara de Diputados cuya composición aún está por verse. Visto desde la capital, el momento está definido por el signo de la transición en el sentido estricto del término. Por eso se echa de menos en el debate electoral una discusión a fondo de estos temas.

En cualquier caso lo que ocurra en estas elecciones intermedias será decisivo para el año 2000. La consolidación de una nueva distribución de las fuerzas en el tablero nacional nos lleva a un terreno inédito, toda vez que el fin del partido único y del presidencialismo autoritario obligan a reflexionar seriamente sobre los fundamentos de la gobernabilidad, así como cuál será el tipo de régimen que pueda darle expresión a la pluralidad mexicana hacia el siglo XXI.

Tengo la impresión de que los ciudadanos del DF esperan, sí, propuestas para los graves problemas que aquejan a la metrópoli, pero también una discusión más seria sobre el futuro de México y sus instituciones. Y eso falta.