Hace unos meses señalé en estas páginas que quizá sea tiempo de crear el Parlamento de América del Norte. Ahora, con los aleccionadores resultados de la 36 Reunión Interparlamentaria México-Estados Unidos, insisto con mayor énfasis en ello. En esta ocasión, a diferencia de las interparlamentarias anteriores, hubo un verdadero intercambio de posiciones sin menoscabo de la defensa de los intereses nacionales y de las soberanías de ambos países, mayor definición de los intereses estratégicos de las partes, mayor franqueza en el trato y un mejor entendimiento.
Cosa significativa y también alentadora fue que los legisladores de las dos naciones anotaron la necesidad de incorporar en una próxima sesión a los canadienses. Sería espléndido que ese propósito se concretara en la próxima interparlamentaria. De ahí a la Asamblea o Parlamento de América del Norte sólo falta un paso y la voluntad política trilateral para acceder a ello.
Se trataría de conformar un verdadero parlamento subcontinental con sede y sesiones regulares que permita racionalizar los mecanismos de discusión sobre problemas comunes en términos más equilibrados, y que rompa con el monopolio de los Poderes Ejecutivos en el manejo de las relaciones trilaterales. Ahí, los legisladores, sin los excesos de la interminable recriminación mutua, coadyuvarían a establecer los términos de la cooperación en todos los sentidos, así como del intercambio de información confiable sobre las respectivas posiciones estratégicas o de principio, sobre las diferencias de percepción tanto en asuntos bilaterales y trilaterales como continentales.
Aun si se difiere, el ``acuerdo de poder estar en desacuerdo'', como está planteado ahora entre Estados Unidos y Canadá, y como empieza a suceder entre estos dos y nuestro país, redundaría en la reafirmación de las posiciones de interés nacional de los tres países en igualdad jurídica de condiciones a pesar de las asimetrías. Además, la mejor manera de lidiar con los desequilibrios es la de trilateralizar la discusión: así, el peso de Estados Unidos encontraría un contrapeso mayor en sus socios y aliados.
En términos trilaterales sería más fácil la construcción de la confianza y conocimiento recíprocos que den fundamento a una diplomacia distinta, capaz de romper con la cadena de prejuicios o certidumbres unilaterales, los cuales, en su irracionalidad, desquician cualquier posibilidad de entendimiento. Incluso puede aventurarse una hipótesis: mientras mayor sea el contacto entre los legisladores de los tres países, mayor será su capacidad de intervención en la resolución de diferencias y contenciosos, y mayor su capacidad de realmente intervenir en la configuración de la política exterior de su país. Quizá los senadores mexicanos hasta despertarían de su largo letargo de aprobadores acríticos de las jugadas presidenciales en materia de política exterior.
La Asamblea o Parlamento de América del Norte se podría crear bajo acuerdo trilateral, y estaría formado por delegados de los Poderes Legislativos de los países miembros, designados según procedimiento que cada Estado elija; el número de delegados será determinado por consenso y bajo tratado, y los delegados se agruparían según afinidades políticas, independientemente de su nacionalidad, sin por ello abandonar la defensa de sus intereses nacionales. Este procedimiento, que a simple vista resultaría quimérico, corresponde al mecanismo para la formación y funcionamiento del Parlamento Europeo.
Y si éste permitió a franceses y alemanes discutir en el mismo recinto sus diferencias pocos años después de que culminara la Segunda Guerra, dejando de lado las armas, el odio acumulado y el recelo, no habría por qué pensar que en el caso de nuestra región no sea posible. Además podría pensarse en que los países que se sumarán al TLCAN, incluyendo Cuba por supuesto, como ya se dejó sentir en la 36 Reunión Interparlamentaria México-Estados Unidos por parte de los legisladores mexicanos, se incorporarían a dicha asamblea parlamentaria como parte del mismo proceso de integración continental.