Jordi Soler
Un mago pierde los estribos

La Sociedad Protectora de Animales sumó esfuerzos con el ayuntamiento de la ciudad de Manaus, para condenar a un mago que perdió los estribos. El conflicto tuvo lugar hace unos días, en el escenario de un teatro, en medio de la selva brasileña.

Con el pretexto de celebrar 50 años de existencia del teatro, el empresario organizó tres jornadas artísticas, a todo lujo, anunciadas con el sugestivo título de Colón echa el teatro por la ventana''.

Colón es el nombre del teatro, cuyo escenario fue engalanado por una casa completa de utilería. Un hombre, disfrazado del célebre marinero genovés, se ocupaba de arrojar los eventos por la ventana de la fachada, sin reparar demasiado en las complicaciones; ni en las técnicas ni en las estéticas. Estas complicaciones pueden ilustrarse con tres ejemplos breves.

Uno de los números principales fue el de la banda Aerosmith, que interrumpió su gira mundial para asistir a tan importante festival. La prensa brasileña no ha revelado la cantidad que pagó el empresario por su actuación, pero publicó este dato relevante: un jet voló de Manaus, en el norte de Brasil, hasta Toronto, en el sur de Canadá para trasladar a los músicos, que tocaron en el Teatro Colón y fueron inmediatamente regresados a Toronto, para que pudieran cumplir, sin retraso, con las siguientes fechas de su gira. El marinero genovés, ataviado como Colón cuando pronosticó, en el castillete de proa de su carabela, que faltaban unos cuantos minutos para el grito de ¡tierra a la vista!, fue arrojando (o mejor, fue obligando a brincar) a cada uno de los integrantes de Aerosmith por la ventana. Los músicos, acostumbrados a peores excentricidades, accedieron divertidos al requerimiento escenográfico, con todo y que, del alféizar de la ventana, a la tarima en donde los esperaban sus instrumentos, mediaba más de un metro.

Ese gag de echarlo todo por la ventana, tuvo su punto trágico en la jornada siguiente, cuando Joao Dirceu, poeta mayor de la Amazonia, perdió el precario equilibrio que le permitían sus 70 años, y cayó desde el alféizar con la consecuencia de un esguince, tan mayor como su obra, en el tobillo. A pesar del accidente, el poeta valeroso leyó las cuartillas que había preparado.

La tercera complicación no es tan trágica como absurda. El Cristóbal Colón de utilería, ayudándose con una cuerda, colocó en el filo del alféizar una televisión encendida, en donde aparecía una toma en plano estadunidense del cineasta Roman Polanski. En directo desde el Festival de Cannes, explicaba porqué es imposible que la televisión acabe con el cine. Cuando terminó la transmisión, en un gesto de solidaridad con las palabras del cineasta, el Colón soltó la tele para que se rompiera contra el escenario.

Dentro de este contexto cercano al delirio que consignó el diario O Sol, en su edición del 19 de mayo, apareció el mago que se encuentra actualmente sujeto a un proceso judicial, por atentar contra los derechos de los animales.

El mago Chelo, gloria de la magia brasileña, brincó, como todos, del alféizar al escenario, enfundado en un frac tan negro como inadecuado para los 40 grados de temperatura interior del teatro. Antes de hacer nada, hizo de la nada una paloma blanca que en vez de volar, se agarró de su dedo índice.

Armado con ese equipo mínimo (que era exclusivamente la paloma), le pidió a una señorita del público que subiera al escenario para corroborar la autenticidad de su acto. Chelo explicó, en un portugués apresurado, que su acto consistiría en desaparecer la paloma. Su público, acostumbrado a verlo desaparecer la barcaza de Fitzcarraldo en escena, murmuró desconcertado ante la perspectiva de ese truco modesto.

``¿Ve usted que la paloma está viva?'' --preguntó el mago. ``Sí'', respondió su asistente casual. ``Muy bien, ahora vamos a desaparecerla'', dijo Chelo y puso manos a la obra mágica, que ya se adivinaba trágica. Sujetó a la paloma de las alas y cerró los ojos buscando un poco de concentración. Un redoble de tambor hizo crecer la tensión que reinaba en el ambiente. El mago tiró con fuerza de las alas y se quedó con ellas, mientras el resto de la paloma se iba a pique contra el suelo. La asistente casual ahogó un grito. El mago, sin ganas de alargar más el acto, pateó el muñón de paloma hacia el fondo del escenario y luego arrojó las alas en la misma dirección. ``La paloma desapareció ¿o alguien la ve todavía?'', preguntó a su público.

El mago Chelo abandonó el teatro custodiado por dos policías. Su única declaración fue captada por una cámara de Televisao Do Brasil: ``Estoy cansado de mi oficio''.