Elba Esther Gordillo
El debate

Anoche, a cinco semanas de la primera elección de jefe de gobierno del Distrito Federal, tuvo lugar el debate entre los candidatos del PRI y el PRD, Alfredo del Mazo y Cuauhtémoc Cárdenas, respectivamente.

Las elecciones federales --en las que se inscribe la disputa por el Distrito Federal-- se dan en un contexto sustancialmente distinto al que experimentaba el país hace sólo dos años: claros signos de recuperación económica que están empezando a incidir en lo que cuenta: el empleo, el ingreso familiar, el control de la inflación, etcétera; nuevas reglas electorales que garantizan comicios equitativos y apegados a derecho; innegables avances democráticos (en un país con la historia de conflictos poselectorales de México, no es un dato menor la serie ininterrumpida de elecciones en las que sólo el voto ha decidido los resultados). Otra variable significativa es la contribución responsable de los medios de comunicación que, en términos generales, están ejerciendo un periodismo maduro y reflexivo.

En un país al que llegaron tarde los debates televisados --habría que recordar su dramática inauguración en 1960, con el encuentro Kennedy-Nixon--, es bienvenida cualquier posibilidad de confrontar ideas, visiones, propuestas; de ofrecer un nuevo acercamiento, en este caso, a dos de los principales contendientes.

Pero no hay que sobredimensionar al instrumento. El debate vía la televisión es solamente otro recurso --no el único ni el más importante-- en la práctica democrática. Si se ajustaron a las reglas convenidas, cada candidato habrá tenido unos 30 minutos (¡sólo 30 minutos!) para exponer su visión y su compromiso en torno a cuatro temas capitales: gobierno y democracia, seguridad pública y justicia, asuntos económicos y asuntos sociales.

El riesgo de evaluar a través de la televisión es enfatizar las imágenes o lo anecdótico. La ciudadanía ya ha dejado claro con su rechazo al discurso descalificador, que no acepta confundir los planos y reemplazar argumentos por diatribas, que quiere una confrontación de altura; que conoce a quién se esconde detrás de disfraces de ocasión o, mejor dicho, para la ocasión. No se tratará de saber quién es más ocurrente o más rijoso, sino de apreciar la seriedad de las propuestas, la congruencia personal e ideológica de los partidos y de sus candidatos, su congruencia, responsabilidad y madurez, no de ayer o de antier, de toda la vida. De lo que no debe haber duda es de la importancia de multiplicar los espacios de reflexión y de confrontación de ideas y propuestas.

Hay quienes esperan que un solo hecho (el debate, en este caso) produzca la voltereta en las preferencias electorales. Es posible. Pero la experiencia indica que los debates no afectan el ``voto duro'' de los partidos, aunque sí el comportamiento de los ``indecisos'' (cuyo número hasta hoy sigue siendo alto), de allí su importancia estratégica.

El ``debate'' no es, en rigor, sino la prolongación en otro espacio, la televisión, cuyo impacto multiplicador es formidable, de una confrontación que viene de atrás: de proyectos de país y alternativas de gobierno.

Los resultados electorales para la capital de la República son de pronóstico reservado. Distintos estudios de opinión ofrecen en estos días ``instantáneas'' del ánimo ciudadano y de su intención de voto. Dependiendo de la metodología: del universo, del procedimiento aplicado, la formulación y orden de las preguntas, etcétera, los resultados varían de una encuesta a otra. Pero, lo más importante: la encuesta definitiva en un régimen democrático es la de las urnas. Esa se levantará el domingo 6 de julio, ni un día antes ni un día después.

Con todo lo importante que son estos comicios --mostrarán el nuevo mapa político y establecerán los equilibrios de fuerzas--, los partidos tienen que asumir que son un episodio más en la tarea política; oportunidad de revisar y revisarse, de fortalecer las estructuras, las propuestas, las prácticas...

En un contexto de competencia inédita, muchas cosas están en juego: no sólo la legitimidad del mandato en espacios de importancia mayúscula (como el Distrito Federal y la Cámara de Diputados), sino de visiones de lo que debe ser México. En los resultados del 6 de julio un factor (que no es el debate) será definitorio: el voto de los jóvenes y de las mujeres.