El debate televisado que se efectuó ayer entre los candidatos perredista y priísta al gobierno capitalino, Cuauhtémoc Cárdenas y Alfredo del Mazo, respectivamente, significó una importante oportunidad para que los votantes de la ciudad de México pudieran constatar, en las propias palabras de los aspirantes, las propuestas de gobierno, las actitudes y los rasgos de personalidad de uno y otro.
Los observadores atentos e interesados en el fondo de las posturas partidarias estuvieron en posibilidad de contrastar estos elementos y dejar de lado las tendencias publicitarias que buscan convertir a los candidatos a puestos de elección popular en ``productos'', a los electores en ``consumidores'' de ``ofertas'' políticas, las campañas electorales en espectáculo, y los programas de gobierno en mercancías.
Por otra parte, a pesar de la insistencia del aspirante priísta en las descalificaciones personales y partidarias contra su adversario --y a las respuestas, en estos mismos terrenos, del perredista--, fue posible presenciar una polémica de ideas y propuestas, especialmente en lo que se refiere a la reorganización del Distrito Federal, las acciones orientadas a contrarrestar la grave inseguridad pública y las decisiones en materia económica, hacendaria y administrativa.
En otro sentido, la moderación del encuentro fue ecuánime e imparcial. Cabe lamentar, en cambio, la determinación de limitar la transmisión del debate al área metropolitana, la cual, si se considera que éste despertó un gran interés de carácter nacional, constituye una decisión a todas luces equivocada y frustrante para las audiencias de otras regiones del país. Ciertamente, las campañas de Cárdenas y de Del Mazo tienen, en estricto sentido, una significación meramente local, pero tanto la relevancia de ambos políticos y de sus partidos como la importancia del cargo que está en juego hacían evidente la pertinencia de dar cobertura nacional a su encuentro.
Finalmente, cabe esperar que la práctica esclarecedora de los debates entre candidatos termine de adquirir carta de naturalidad en nuestra vida política, que se realicen otras confrontaciones de esta clase, que en ellas prevalezca la exposición de las propuestas propias y se dejen de lado los intentos de desprestigiar a los rivales.
La Jornada lunes 26 de mayo de 1997
La primera vuelta de las elecciones generales francesas parece llevar al país a una nueva ``cohabitación'', ésta vez entre la coalición de derecha, que con Jacques Chirac ocupa la presidencia de la República, y la coalición de izquierda, que podría impedir a la primera el control absoluto de las cámaras e, incluso, llegar a nombrar un primer ministro. Evidentemente, el domingo próximo el electorado dará el veredicto decisivo y hay una serie de importantes factores que podrían modificar el resultado de este 25 de mayo.
Probablemente una parte importante de los electores conservadores que en la primera vuelta se abstuvieron (los de izquierda votan en forma más masiva y disciplinada) podrían modificar su actitud ante el avance de la izquierda y acudir a las urnas para sostener al actual gobierno. Además, parte de los votantes de la extrema derecha (el Frente Nacional, de Jean Marie Le Pen, cuyo electorado es en buena medida obrero, pero también nacionalista-racista) podrían inclinar la balanza en favor de la derecha a secas, mientras que una parte menor de ese electorado que ``queda libre'' podría verse motivado a favorecer el programa social del bloque de la izquierda. De este modo, mientras que el bloque socialista-comunista podría absorber sobre todo y casi exclusivamente los votos de la mayoría de los verdes y de la extrema izquierda, el bloque de la gaullista Reunión por la República (RPR) y de la conservadora Unión Democrática Francesa tendría, en cambio, mayores reservas para la segunda vuelta. La suerte, por consiguiente, no está echada y el resultado del domingo 25 puede ser invertido por el del domingo 1o. de junio.
Sin embargo, es evidente que el gobierno no ha convencido a los franceses, la mayoría de los cuales o se abstuvieron o votaron por la oposición y, por lo tanto, que el primer ministro Alain Juppé no durará mucho. Además, incluso en el caso de que el bloque derechista mantenga una mayoría relativa, podría perder el control de la Cámara de Diputados y debería enfrentar a más de la mitad de los franceses, pues éstos o votan por la izquierda, o apoyan a Le Pen o se alejan del gobierno. De las elecciones surge, por consiguiente, una doble comprobación: por un lado aumenta la insatisfacción política y social y por otro crecerá la inestabilidad, cualquiera que sea la coalición triunfadora en las elecciones.