A mediados de noviembre del año pasado viajé un día a Monterrey para participar en la presentación del nuevo libro de mi joven amigo, el doctor David Gómez Almaguer, distinguido especialista e hijo de mi inolvidable y fraternal amigo Alvaro Gómez Leal, quien fuera uno de los médicos hematólogos más prestigiados y queridos del norte del país. En lugar de referirme al texto de David, mis comentarios se orientaron a intentar contestar la pregunta que encabeza estas líneas; lo que sigue es un resumen de ellos. Mi primera observación fue que, en realidad, los médicos no escriben, como tampoco escriben los ingenieros, los saltinbanquis o los agentes de publicidad. Esto está muy bien, porque la actividad profesional de los médicos es atender enfermos, mientras que la de los ingenieros es construir puentes y casas, la de los saltibanquis es hacer maromas, y la de los agentes de publicidad es decir mentiras. Los profesionales que sí escriben son los escritores.
Pero resulta que a esta regla general hay excepciones: algunos (pocos) médicos sí escriben, y algunos (pocos) escritores no escriben. A continuación señalé que los pocos médicos escritores se podían separar en dos grupos: los que dedican sus escritos a la medicina y los que se proyectan a la literatura universal. Dos ejemplos de esto último son Martín Luis Guzmán, médico de los villistas y autor de la novela La sombra del caudillo, y Enrique González Martínez, médico general e insigne poeta del ``tuércele el cuello al cisne'', pero de ellos no me ocuparía. En cambio, los médicos que escriben de medicina pueden clasificarse en tres grupos, no necesariamente excluyentes: 1) los autores de libros de texto, 2) los investigadores que describen sus observaciones originales, clínicas o experimentales, y 3) los que llenan cuestionarios, solicitudes de apoyo, informes y otros formularios, que ya forman parte inevitable de la vida institucional y académica.
Esta variedad de escritos médicos tiene el mismo destimo común: no ser leídos. Los estudiantes no leen los libros de texto; lo que leen son sus apuntes, tomados entre rodillas mientras el profesor habla, y la inmensa mayoría de las veces la información pasa de la laringe del profesor al aparato auditivo del alumno, y de ahí a su cuaderno de apuntes, sin haberse detenido ni una fracción de segundo en su corteza cerebral. Por otro lado, los médicos no sólo no escriben sino que tampoco leen, especialmente lo que escriben otros médicos; en otras palabras, un artículo científico de medicina escrito en español por un médico mexicano y publicado en una revista nacional será leído por menos del 1 por ciento de los 120 mil médicos activos en nuestro país; si la publicación es en una revista internacional la leerán todavía menos. Lo que leen de medicina los pocos médicos mexicanos que sí leen algo son los folletos de propaganda de las casas farmacéuticas, que los abruman con sus hojas multicolores.
Finalmente, las solicitudes de apoyo a proyectos de investigación, y en especial los informes sobre el desarrollo de los que recibieron recursos para llevarse a cabo, no los lee prácticamente nadie; cuando se reciben se revisan para ver si están completos y a continuación se archivan. Cuando más, alguna comisión dictaminadora revisa las solicitudes para determinar cuáles deben apoyarse; los informes no se leen jamás. Todo esto es bien conocido en el gremio, a pesar de lo cual todavía hay unos cuantos médicos académicos que escriben. Creo que la explicación de este hecho, que parece realmente absurdo, es muy sencilla: los médicos escriben para ``hacer currículum''.
En los medios académicos se ha puesto de moda hacer depender los contratos y los ascensos en los nombramientos (y por lo tanto, en los ingresos) en la ``productividad'', que se mide por las publicaciones; lo mismo sucede con los estímulos adicionales a los salarios, como el SNI, el PRIDE y otros por el estilo. El médico que escribe 2 artículos científicos al año no es tan productivo como el que escribe 4, independientemente de su contenido. Si además escribe un libro técnico, sea de texto o monográfico, su productividad es mayor y mejorarán sus ingresos, no porque obtenga regalías de las ventas de su libro (que puede ser pésimo) sino porque recibirá más estímulos.
Nunca antes había sido más literalmente cierta la famosa frase: ``Publica o perece'', pero ahora es bien claro que la muerte será por hambre.