Lo más impresionante de los sistemas de evaluación del trabajo científico es el impacto que han tenido sobre la política científica del investigador. Es decir, su conducta no es ya de su dominio exclusivo; por el contrario, ahora resulta de la interacción entre el saber y querer hacer del investigador con la probabilidad de que el trabajo realizado satisfaga exitosamente los requerimientos del sistema de evaluación. Así, el científico le devuelve al evaluador su imagen en el espejo, creando una relación del tipo de una Cinta de Moebuis donde dentro es fuera, o de Trenza Dorada que confunde el fin con el principio, o Serpiente Reflexiva que se devora por su propia cola. Es por esto que la evaluación del trabajo científico es importante y merece las más serias reflexiones y responsables acciones. Este simposio sería sólo una ceremonia más si no es seguido de un taller de trabajo que detalle sistemáticamente la estructura y funcionamiento de los procesos establecidos de evaluación científica y que culmine con una propuesta sobre su optimización para el futuro inmediato.
Como argumento de que la evaluación actúa como un instrumento de dirección de la ciencia baste recordar entre otros a los efectos notables del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en la conducta científica de los investigadores nacionales.
Diseñados originalmente para eliminar a la indolencia y a la simulación del quehacer científico, estos sistemas de evaluación funcionaban a base de una gratificación económica que representaba una fracción considerable de los ingresos del investigador. Con el tiempo, el SNI se convirtió, además, en un órgano de mérito académico, sin cuyo reconocimiento la autenticidad de un investigador entra en serias dudas. Si dinero y prestigio son los gratficantes con los que operan estos sistemas de evaluación, es la publicación científica la prueba de que el discurso personal está en el coro del discurso mundial de la ciencia, el producto mas concreto de la investigación. La formación de recursos humanos capaces de reproducir la ideología y metodología del tutor (y del evaluador en el espejo) es también una muestra de la capacidad de trascendencia que tiene un investigador, y su valor ante el SNI aumenta progresivamente.
Y, en efecto, la indolencia y la simulación se redujeron a efecto del SNI; ahora, la mayor parte de los investigadores de la UNAM son miembros del SNI y prácticamente nadie que no lo sea obtiene fondos para realizar investigación ni convoca el interés de los alumnos que necesita para trabajar y para perpetuarse.
Pero, al igual que otros sistemas de control, los procesos de evaluación del trabajo de investigación suscitaron la comisión de conductas que van en detrimento del progreso científico. Así apareció la práctica de los refritos disfrazados, además de los propiamente dichos, la multifragmentación de una obra en un conjunto de publicaciones puntuales que dificultan la compresión cabal de un hecho científico, la formación de clubes de autores en condominio cobijados en los supuestos de la colaboración multidisciplinaria, los excesos de los sátrapas del comercio de coautorías que esclaviza sobre todo a estudiantes y técnicos, la franca invención de obras inexistentes, los resentimientos justificados o paranoides entre colegas que mejor la harían juntos que separados y que gravemente deterioran el ambiente social de la ciencia nacional, con consecuencias retroactivas sobre el quehacer científico nacional y sobre la propia evaluación de la ciencia.
Sin embargo, no es la miscelánea de patologías científicas lo que más preocupa de la evaluación científica sobre la conducta del investigador, sino el efecto que podría tener sobre el investigador en la selección del trabajo científico a realizar, modesto o ambicioso, seguro o riesgoso, paradigmático o subversivo, una aventura o un paseo por el parque.
La evaluación científica del futuro, habiéndola reconocido como una causal de la conducta del investigador, tiene que escoger entre estas alternativas y diseñar un instrumento de evaluación que propicie la debida elección.
A estas alturas del desarrollo de la comunidad científica nacional se antoja oportuno introducir algo nuevo. Yo me inclinaría por la ambición científica, por los altos dividendos del riesgo, por el avance en la subversión del paradigma que su propia practica ha hecho trival, y por la emoción de la aventura, aun a costa de perder nitidez en los indicadores numéricos más objetivos de la evaluación científica actual. La ciencia nacional ha sobrepasado los tiempos heroicos de nuestros fundadores, cuando se hacia ciencia a como diera lugar, sin mayor miramiento curricular de quien la hacia y hasta con financiamientos caseros, y ha llegado al climax de la etapa profesional mostrando poder publicarse con periodicidad en los foros internacionales en que la mayoría de los científicos del mundo desarrollado publican. Ahora hay que buscar la trascendencia, hacer declaraciones grandes que no sean sólo coro del discurso científico mundial sino que trastornen su rumbo. Habría que intentar hace inscripciones con mayúsculas y tinta imborrable sobre las que otros discurran, discutan y trabajen. La ciencia de México se habrá desarrollado a plenitud cuando alcance este punto, cuando además de actuar con propiedad, escriba su propio guión, su propia obra.
Este objetivo pudiera no ser tan influenciable por un proceso de evaluación, como lo fueron la indolencia y la simulación científica. Pudiera depender de variables biológicas y sociales inalcanzables, tales como la probabilidad de que nos nazcan niños genios o que nuestra cultura sienta que puede conocer e influir sobre el entorno físico. Pero, en fin, si hemos asentado que el trabajo científico es fiel reflejo del perfil de evaluación habría que proponer algo que introduzca un nuevo modelo y termine con el dueto entre la misma imagen y el mismo espejo. El sistema de evaluación que tal objetivo busque no necesariamente implicaría el abandono total del existente, al que supone y agrega.
La jugada más sencilla que más cambiaría el rumbo de la ciencia nacional y su evaluación, sería la creación de una figura de investigador sin duda ni tacha. Un investigador de crédito, que basado en un proyecto científico de alta originalidad y generalidad, disponga para sí y sus asociados de, además de recursos suficientes, un periodo grande de confianza, diez años, digamos, en que se vea libre de las presiones de las evaluaciones frecuentes, para demostrar sus inscripciones de alto vuelo o, al menos, aunque perdiera sus prerrogativas de sin tacha, de las modestas de lo común. Así dispondría de un capital de tiempo y paz mental en donde mejor acomodar sus inversiones de talento y esfuerzos, en un portafolio de proyectos variados en cuanto a riesgo y rentabilidad académicas. La evaluación de sus labores demandaría desde luego de la lectura concienzuda de su obra por expertos nacionales e internacionales escogidos ad hoc y de un estudio meticuloso de las citas que su obra ha recibido, no sólo de su número sino de su posición central en la red de citas del área.
La otra jugada grande, la verdaderamente magistral, apunta al futuro de la partida, y consiste en la convocatoria de jóvenes talentosos y aventureros, a la temprana edad de los quince a los veinticinco años, a incorporarse a los proyectos ambiciosos, enlazando su desarrollo académico con el desempeño de su trabajo científico. En otras palabras, el SNI tendría que abrir o reconocer su propia escuela científica para que la ciencia nacional aspire a la trascendencia sin trasuntos de ensoñación.
Presentado en el simposio Evaluación de la evaluación, realizado el 13 de mayo en la Facultad de Medicina de la UNAM