Javier Flores
La lucha contra el oscurantismo

La penetración de la ciencia moderna en México se da a través de un proceso que no estuvo exento de obstáculos. Después de la Conquista, las mentes más avanzadas que se desarrollaron en la Nueva España, tuvieron que librar numerosas batallas en contra de una ciencia oficial que dominó a Europa y especialmente a España durante siglos; una teología oscurantista que se apoyaba en los excesos del deductivismo escolástico y en un conocimiento puramente verbalista basado en el argumento de autoridad de Aristóteles. En las etapas más oscuras de la época colonial, esta lucha es patente y podemos tener acceso a algunos de sus detalles gracias a la obra de uno de los más importantes historiadores mexicanos de nuestro siglo, Elias Trabulse. Entre la diversidad del trabajo de este autor, sobresale un pequeño libro sobre los orígenes de la ciencia en nuestro país realizado mediante una metodología muy interesante: el análisis de las lecturas realizadas por las diversas comunidades de hombres de ciencia en México en los siglos XVI y XVII 1.

Una de las primeras cosas que llaman la atención es la forma en la que se pretendía imponer una ciencia oficial y por tanto, una visión única sobre la naturaleza a través de la vigilancia sobre las lecturas de los intelectuales novohispanos. Todas las obras que llegaban a la nueva españa, así como los volúmenes que integraban las colecciones particulares y bibliotecas, debían ser informadas al Santo Oficio que contaba con un Indice de libros prohibidos.

Sobra decir que si algún volumen quedaba comprendido en esta relación era confiscado y destruido. Una muestra del carácter de la represión era la feroz persecusión de los libros que trataban de las ciencias ocultas, lo que era sin duda un atentado en contra de la naciente ciencia moderna pues, como se sabe, parte del movimiento renovador contra el oscurantismo en Europa provino de disciplinas como la magia, la astrología y la alquimia. La ciencia oficial revelaba una tendencia hacia la uniformidad del saber y la intolerancia hacia modalidades del conocimiento que consideraba ajenas, extrañas o incluso peligrosas.

Pero si bien existía esta prohibición, llegaban a México una gran diversidad de textos provenientes de distintos países europeos y no sólo españoles, entre ellos de Francia, Bélgica, Portugal e Italia y en menor medida de Inglaterra, Holanda y de otros países protestantes que lograban burlar las barreras inquisitoriales. Los intelectuales mexicanos podían estar en contacto con autores como Galileo, Descartes o los algebristas italianos e incluso con Newton, aunque en este caso a través de comentaristas y glosadores. De acuerdo con Trabulse, la represión que ejercía el Santo Oficio, no era lo suficientemente poderosa para frenar el desarrollo científico de la Nueva España. Los científicos novohispanos empleaban diversos recursos para eludir la censura, por ejemplo, utilizando las obras científicas de autores de ortodoxia indiscutible que contenían amplias exposiciones de las tesis de autores prohibidos como Copernico y Kepler. Otro recurso fue la introducción de obras mediante el contrabando en barricas de vino, toneles de fruta seca, o disimuladas entre el equipaje. También encuadernando dos o tres obras en un solo ``cuerpo de libro'', o directamente mediante el soborno a los oficiales del Santo tribunal. Si bien Trabulse insiste en una cierta tolerancia de la Inquisición hacia los libros científicos, puede pensarse que siempre es más cómodo no tener que recurrir a estas artimañas para allegarse conocimiento.

En contra de las historiografía tradicional de la ciencia que tienden a ver en los orígenes una etapa poco propicia a la ciencia moderna, Trabulse demuestra que, por el contrario, esta apertura ocurrió desde los orígenes . Adicionalmente, en el recorrido por su obra aparecen a cada paso los detalles de un combate silencioso entre la ciencia oficial y la naciente ciencia moderna.

Una muestra de que las relaciones entre el oscurantismo y la ciencia moderna no fue ron siempre suceptibles de arreglo, son los procesos seguidos en el siglo XVII a destacados intelectuales novohispanos, algunos organizados en torno a la tertulia científica encabezada por Fray Diego Rodríguez en respuesta al excesivo carácter teológico de la educación universitaria. Casi todos sus miembros eran criollos, seguidores de las teorías herméticas y cultivaban las matemáticas y la astrología. En 1646 se inició el proceso contra Fray Nicolás de Alarcón, acusado de practicar la astrología (en su sentido de principio de la astronomía moderna), quien gracias a la intervención de sus amigos resultó absuelto. Otro caso sonado fue el seguido contra Guillén de Lampart, acusado de astrólogo y hereje, así como por sus ideas independentistas. Las ideas políticas de Lampart, quien era además astrónomo, matemático y agrimensor, llevaban a los agentes de la inquisición a identificar las tertulias científicas con focos de subversión. Otro caso fue el de Melchor Pérez de Soto, condenado entre otras cosas por poseer libros prohibidos y por practicar la astrología a quien, por supuesto, se le decomisó su valiosa biblioteca y murió en 1655 a manos de un compañero de celda.

Puede decirse que la vigilancia ejercida por los inquisidores terminó a la larga siendo ineficiente gracias a que existía una fuerza superior a ella que es la sed de conocimiento contra la que nada se puede, ni siquiera el enorme poder de una ciencia oficial. Esta sed de saber fue uno de los atributos de nuestros primeros científicos, lo que constituye una herencia indiscutible para las siguientes generaciones de mexicanos.

1. Trabulse, E.: Los orígenes de la ciencia moderna en México (1630-1680). Fondo de Cultura Económica, México, 1994.