La Jornada Semanal, 25 de mayo de 1997


ARTAUD ENTRE LOS TARAHUMARAS

Carlos Montemayor

Entre agosto y septiembre de 1936, Antonin Artaud viajó a la sierra Tarahumara en búsqueda de las raíces de una cultura mágica. El poeta y novelista Carlos Montemayor sigue las huellas, de aquel peregrinaje, y encuentra el punto de intersección entre dos sueños: el de Artaud en la tierra de los rarámuri y el de Erasmo Palma, escritor tarah que en 1992 escribió una canción sobre el poeta. Las fotos que ilustran el texto fueron tomadas por Ernesto Lehn en un viaje a la Tarahumara durante las fiestas de Semana Santa y forman parte de un proyecto de investigación de la ENAH.



En 1936 el escritor francés Antonin Artaud visitó México.1 Buscó aquí el conocimiento espiritual propio del amanecer del hombre, de la revelación de los orígenes, que lo liberara del racionalismo europeo que sentía ya como el fracaso de la civilización moderna. Encontró ese conocimiento en una región remota y deslumbrante, en una majestuosa sierra del norte de México, entre los hombres de un pueblo desconocido, extraño, atrayente: los tarahumaras.

Artaud sabía que en México el indio era considerado como una raza inferior, como un salvaje sumergido en la superstición, el primitivismo, la magia, la ignorancia. El gobierno mexicano desde ese momento ofrecía como único camino de redención a las comunidades indígenas su incorporación a las formas occidentales de civilización.2 El interés de Artaud iba a contracorriente del país entero:

La cultura racionalista de Europa ha fracasado y he venido a la tierra de México para buscar las raíces de una cultura mágica que aún es posible desentrañar del suelo indígena[...]3 sobrenatural cultura, producto de una sobrenatural inspiración.4

Su encuentro con esta cultura tuvo lugar durante las últimas semanas de agosto y las primeras de septiembre de ese mismo año. De la ciudad de Chihuahua viajó por tren hasta Estación Creel o quizás hasta Bocoyna, ya en la sierra Tarahumara. Luego a caballo prosiguió hasta Sisoguichi y Norogachi, zonas que aún se hallan bajo la importante influencia de las misiones jesuitas. Un artista como Artaud no podía quedar impávido ante la innegable belleza de la sierra, ante los macizos de bosques y rocas. Estas son sus primeras emociones cuando se dirigía a Norogachi:

La montaña de los tarahumaras relata una patética y fabulosa historia[...] muestra un cuerpo humano atormentado sobre una roca. Si la mayor parte de la raza tarahumara es autóctona, y si como ella misma lo pretende, ha caído ``del cielo a la sierra'', se puede decir que ha caído en una naturaleza preparada de antemano.

Esta naturaleza ha querido pensar ``en hombre''. Como hizo que los hombres evolucionaran, igualmente consiguió la evolución de las rocas.5

Desde niño he sentido una gran admiración por la sierra Tarahumara. Me deslumbra desde siempre su silencio, su inmensidad de horizonte, de cimas, de barrancos, de cielos despejados cuando el día es luminoso o de negrura y relámpagos en toda la bóveda celeste cuando hay tormentas. Y muchas veces sentí que entre el tarahumara y ese paisaje hay una corriente, un mutuo respeto, sobre todo cuando están inmóviles, casi imperceptibles, formando una sola presencia con la roca o la tierra en que se sientan, los llanos donde vigilan rebaños, los árboles donde atraviesan sigilosos o las quietas milpas donde, a escondidas, de pronto vemos que nos observan. Varios etnólogos norteamericanos, menos entusiastas que Artaud o que yo, en una bibliografía que cada semana es más numerosa, han empezado a señalar desde hace algunos años que las condiciones geográficas en que los tarahumaras tienen que vivir determinan muchos de sus rasgos culturales, particularmente su resistencia a la concentración en pueblos y el llamado plexo del tesgüino.6

En el mes de septiembre, Artaud presenció en Norogachi una de las ceremonias que más lo cimbraron:

...un poco antes de que el sol se pusiera en Norogachi, los indios condujeron un buey a la plaza del lugar y después de haberle atado las patas comenzaron a despedazarle el corazón. La sangre fresca era recogida en grandes jarras. Los danzantes de ``matachines'' concurrieron a reunirse delante del toro y cuando éste estuvo bien muerto iniciaron sus danzas de flores... los otros indios, vestidos de reyes y con una coronaÊde espejos en la cabeza, ejecutaban sus danzas de libélulas, de pájaros, del viento, de las cosas, de las flores.

Las danzas duraron hasta la medianoche.7

Artaud ignoraba que Los Matachines constituye quizá la única danza no original de los tarahumaras, puesto que es resultado de la incorporación de rituales y creencias cristianas; por tanto, los zapatos (no huaraches), los pantalones, la camisa y los tocados reflejan el sincretismo de los ahora llamados tarahumaras bautizados o pagotames, que se distinguen de los gentiles o cimarrones, que no aceptan el contacto con misiones jesuitas ni protestantes y que desconocen la danza de Matachines.

Ante la sangre fresca recogida en jarras y la vestimenta de los matachines, particularmente el tocado con espejos, que consideró un tocado de reyes, Artaud recordó otras remotas edades:

Cuenta Platón que al ponerse el sol se reunían los reyes de la Atlántida delante de un toro sacrificado. Y mientras que los sirvientes descuartizaban al toro pieza por pieza, otros recogían las piezas vertiendo en copas la sangre. Los reyes bebían esta sangre y se embriagaban cantando una especie de melodía lúgubre hasta que no quedaba en el cielo sino la cabeza del sol moribundo y en la tierra nada más que la cabeza del toro sacrificado. Entonces los reyes se cubrían la cabeza de cenizas...8

Atrapado quizá por la emoción, Artaud olvidó algunos detalles del relato original y agregó, con su buena imaginación de dramaturgo, algunos elementos. Platón refirió9 que esa reunión era periódica y que la efectuaban solamente los reyes para ratificar los juramentos a las leyes de la Atlántida, grabadas en la columna junto a la cual inmolaban al toro. Con el sacrificio, las aspersiones y la ingestión de sangre, los reyes se comprometían a fortalecer y cumplir estas leyes sagradas. Cuando se había puesto el sol y el fuego del altar de sacrificio se había extinguido, se ataviaban con lujosos vestidos azules y se sentaban en las cenizas para juzgar los errores que algunos de ellos hubieran cometido y resolver ahí mismo cada caso. Platón en ningún momento mencionó que hubiera música o cantos.

Pero Artaud llegó a esta conclusión:

...he visto en Norogachi, al fondo de la Sierra Tarahumara, el rito de los reyes de la Atlántida... [describe a los atlántidas como una raza de origen mágico]. Los tarahumaras, a quienes considero descendientes directos de los atlántidas, continúan dedicándose al culto de ritos mágicos.

Que vayan a la Sierra Tarahumara aquellos que no me crean... he visto en la Sierra Tarahumara el rito de esos reyes quiméricos y desesperados.10

Más importante que el paisaje sagrado o los ritos de la Atlántida, fue para Artaud la ceremonia del peyote, uno de los más profundos y venerados secretos entre los pueblos tarahumaras. Transcribió el nombre tarahumara de esta planta, que es jícuri o jículi, como ciguri. Desde su acercamiento a la sierra, en el mes de agosto, refiere que un guía mestizo le había advertido que frente a los tarahumaras

siempre hablara de él (del ciguri) con respeto y precaución, porque, me dijo, les da miedo.11

El jícuri es una planta considerada sagrada por muchos motivos. Primero, por su cercanía con Dios mismo, de quien la creen hermano; también, porque está dotada de alma y de voz: por ello canta, habla, informa, se comunica o se siente agraviada. Al describir el final de la danza, Artaud afirmó que uno de los hechiceros

Porque había terminado las doce fases de la danza y aclaraba, nos pasaba el peyote molido, parecido a una especie de dulce de leche fangoso; y frente a cada uno de nosotros fue excavado otro hoyo pare recibir los escupitajos de nuestra boca, que el peyote había, desde ese momento, vuelto sagrados.

``Escupe -me dijo el danzarín-, pero tan adentro de la tierra como te sea posible, porque ninguna partícula de ciguri debe escaparse jamás.''12

El Sipame, nombre nativo del curandero de más alto rango entre los tarahumaras, conduce esta ceremonia y se apoya en el sonido rítmico e interminable que produce el frotamiento de una vara con incisiones o rallador. La revelación que vivió, la empatía con la planta, le permitió entender de inmediato la significación de esa vara ceremonial:

La danza del peyote está en un rallador... En ese bastoncillo rígido y retorcido reside la acción curativa de este rito... Hay un rincón en la alta sierra mexicana donde al parecer abundan estos ralladores. Duermen allá, esperando que el Hombre Predestinado los descubra y los haga salir a la luz.

Al morir, cada hechicero tarahumara renuncia con muchísima más pena a su rallador que a su cuerpo...13

Artaud fue más lejos aún. Su exaltada percepción y su vena poética lo condujeron quizás a una representación inusual de esta planta sagrada:

La raíz del peyote es hermafrodita. Tiene, como se sabe, la forma del sexo del hombre y de la mujer en cópula. En ese rito reside todo el secreto de estos indios salvajes.14

Su experiencia con el jícuri contrasta, por ejemplo, con la de Karl Lumholtz, que fue el primer europeo de los tiempos modernos que los vio con ojos de científico:

Sólo tomé un trago, pero a los pocos minutos empecé a sentir sus efectos. Primero obró sobre mis nervios como poderoso excitante, superior al café, sensación que me duró unos diez minutos, y me vinieron luego una depresión y escalofrío tan grandes como nunca había sentido. Para entrar en calor, casi me eché dentro del fuego, pero no pude vencer aquel estado friolento hasta por la mañana... cuando le comuniqué al sacerdote el efecto que me había producido la bebida, díjome que era porque no había raspado en la vara labrada, pues el jículi no causa frío a la gente que raspa, lo que, dicho en otras palabras, viene a significar que es posible contrarrestar tal efecto por medio del ejercicio físico.16

En esta experiencia, acaso impropia del gran Lumholtz, resulta infantil confundir el ritual del Sipame con el ejercicio físico. Ante una visión así, la grandeza de espíritu de Artaud es iluminadora.

Por otro lado, Artaud quiso reconocer en los tarahumaras y en la danza de Los Matachines a los descendientes de un continente fabuloso: la Atlántida, lo que es, ciertamente, una imagen desusada. Para el jesuita Peter Masten Dunne, en cambio, la danza se despoja de toda magia y de todo misterio, y aun merecen el calificativo de ``grotescos'' algunos elementos que para Artaud fueron prodigiosos:

Las danzas llamadas matachines, que no son necesariamente supersticiosas y que han permitido los misioneros, son un ejemplo del modo como las antiguas costumbres se han introducido poco a poco en la observancia y en las celebraciones religiosas. Los tarahumaras tienen estas danzas en las fiestas de Nuestra señora de Guadalupe, la Navidad y Pascua de Reyes -fiesta de Epifanía-. Para tales ocasiones se visten ropas llamativas y a veces extravagantes, medias de colores, zapatos y grotescas coronas.17

La contemplación de la sierra, la vibración sagrada de esa parte del mundo, fue también una de las profundas experiencias de Artaud. Para Peter Masten Dunne, en cambio, la localización geográfica sirve sólo para distinguir diversos grados de poblaciones sin aculturar:

Hay alguna diferencia en las costumbres y el vestido entre los tarahumaras de la sierra y los de las barrancas. Los primeros son más salvajes y desconocen por completo la civilización moderna; mientras que los que viven en los llanos y praderas se han incorporado más al pueblo mexicano... Sin embargo, desde que llegaron el blanco y los misioneros, hace trescientos años, el tarahumara ha aprendido a construirse toscas y primitivas chozas con tablones y troncos de pino.18

La diferencia es significativa: unos son más salvajes que otros, y esta condición cultural los marca de tal manera que, a pesar de la influencia del blanco o de los misioneros, sólo pueden construir desde hace trescientos años no toscas sino primitivas cabañas.

Este rasgo despectivo suele aparecer en muchos autores. Lumholtz mismo, por ejemplo, apuntó que

los tarahumaras tienen nombres para seis clases de pinos, una de cuyas especies, la primera que encuentra uno cerca de Tutuhuaca, era nueva para la ciencia.19

Lumholtz estuvo muy atento al paisaje de la sierra, sí, a tal grado que esa variedad de pino que solamente los indios conocían, hecho que no importaba a la ``ciencia'', lleva ahora su nombre, en lugar de alguna voz tarahumara que contuviera alguna gratitud para los indios.20

Conviene quizá recordar que el interés de Artaud en la Tarahumara era de tipo espiritual; que el de Masten era destacar el papel de los misioneros jesuitas, y el de Lumholtz explorar y conocer las ignotas y extensas regiones habitadas por ``los últimos trogloditas americanos de hoy'' y que pertenecían, o podrían pertenecer, a algunos de los grandes empresarios norteamericanos que patrocinaban sus expediciones.

Franois Lartigue señala este contexto:

La expedición de Lumholtz, quien era miembro de sociedades científicas de Nueva York, fue financiada por numerosos suscriptores, entre los cuales resaltan Andrew Carnegie, J. Pierpont Morgan, George W. Vanderbilt y Phoebe Hearst... El México desconocido, su relato de cinco años de exploración... presenta observaciones sobre todos los grupos étnicos de la Sierra Madre y proporciona sugerentes descripciones de la zona serrana, bajo múltiples aspectos, en la época que nos sirve de punto de partida: cuando se empieza a considerar la sierra de Chihuahua como una reserva forestal aprovechable.21

Las opiniones sobre los tarahumaras, pues, asomándonos apenas a tres autores, no pueden ser más contradictorias. Para unos, descendientes de los atlantes y poseedores de un conocimiento primigenio que la civilización actual necesita; para otros, salvajes que el cristianismo apenas logra mejorar; para otros más, los últimos trogloditas. Lumholtz los vio así en 1896; Artaud, hacia 1936; Masten hacia 1948.

II

Pero los tarahumaras también han visto y le han cantado a Antonin Artaud: me refiero a un largo poema (un largo canto) compuesto por el escritor rarámuri don Erasmo Palma, de quien haré un breve esbozo antes de terminar con esta exposición.

Erasmo Palma, ilustre tarahumara en muchos sentidos, puede ser un ejemplo también del cambio de mentalidad que algunos rarámuris están experimentando por la influencia del pensamiento católico y por su relación amistosa con monjas y sacerdotes desde temprana edad. Dirige severas críticas al sistema tradicional de curanderos y a las disfunciones de las tesgüinadas. En todos sus argumentos se trasluce, aunque con algunas contradicciones, su nueva perspectiva cristiana. Este es un ejemplo de su crítica:

Una vez, por Pawichiki, andaba trabajando un hombre muy pacífico llamado Gonzalo. Cuando dejó el trabajo se fue al tesgüino. Ahí encontró a un hombre muy macho que lo golpeó bastante. Los demás lo agarraron y amarraron.

Se levantó Gonzalo para darle su merecido y sintió que le daba un manazo al que estaba amarrado. Pero con la borrachera no se dio cuenta de que antes había ido a su casa a traer un hacha. Se fue a dormir muy tranquilo, ya que le había dado su merecido al valiente, sin saber que en vez de darle un manazo le había trozado el pescuezo.

El tesgüino hace esto.22

Se evidencia también su fractura cultural cuando se opone a la tradición general de los pueblos indígenas de México, no solamente de los tarahumaras, que con el tequio, la fajina o trabajo cooperativo, resuelven solidariamente sus necesidades de apoyo y de fuerza de trabajo adicional para subsistir, no para comercializar el trabajo:

...muchos esperan a que se termine el trabajo y llegan tarde para comenzar a tomar. Si el casero es muy duro, y todavía es hora, les da un hacha y un mecatito para que vayan a traer leña y así tengan derecho a tomar. Unos sí son muy obedientes y lo hacen, pero otros no.

Algunos esperan hasta que es muy noche. Llegan cuando ya todos están bien borrachos para que así no los manden a trabajar, pero, a veces, hay caseros muy tacaños que los corren diciéndoles: ``usted no trabajó, usted no tiene derecho a tomar''. A veces hasta salen golpeados.

...Mi raza dice que con el tesgüino se paga el trabajo porque ellos no tienen dinero. Que nomás los mestizos pueden tener dinero. Pero queriendo, uno puede hacer mucho trabajo sin tesgüino. Esto lo digo porque yo lo he hecho.

En toda mi vida, una sola vez hice tesgüino para que me ayudaran a trabajar. Pero lo hice nada más para disimular, para ver si trabajaban. Vi que unos trabajaban y otros no. Se quedaban sentados muy borrachos a wiri wiri. Al fin me puse en contra del tesgüino.23

Al descalificar el valor cultural del trabajo cooperativo, puede reducir las tesgüinadas a engaño y simulación. El mismo procedimiento emplea para descalificar el trabajo de los Sipames:

Hay curanderos que curan con hierbas. Yo estoy con ellos. Hay otros que dicen tener poder mental. Casi la mayor parte de los que se creen poderosos, lo son por medio de la droga que los hace tener muchas visiones. ƒsta la sacan de una planta y cuando la toman, ya no son los mismos... Por medio de estas plantas, los sanadores se creen muy poderosos; pero con el tiempo les llega a producir un daño penoso.24

Los enfrentamientos personales con diversos curanderos reflejan la temprana conversión cristiana de Erasmo Palma. Formado al lado de jesuitas y de religiosas, ayudante de dispensarios médicos que acudía de un paraje a otro para poner inyecciones a enfermos, sus relatos provocan un interés más allá de la descalificación tajante de su cultura tradicional. Provocan un interés por el propio enfrentamiento con su cultura, por el proceso interior que un rarámuri tiene que experimentar para desprenderse socialmente de su pensamiento ancestral. Desde muy joven lo empezó a vivir:

Casi un mes después de su experiencia mística entre los tarahumaras, Antonin Artaud regresó a Francia. ¿Por qué contempló de esta manera exaltada a los tarahumaras? ¿Qué imágenes previas se encontraban en sus ojos que fueron superponiéndose a las nuevas? ¿Cómo ponderar las ideas que tuvo de los tarahumaras ante las ideas de otros?

En esos tiempos no había hospital y había muchos enfermos. Las religiosas tenían una botica y me mandaban a inyectar a los enfermos. Cuando se aliviaban, los sanadores eran los que se aprovechaban. Mandaban a hacer tesgüino y mucha comida para ellos.25


Casi un mes después de su experiencia mística entre los tarahumaras, Antonin Artaud regresó a Francia.15 ¿Por qué contempló de esta manera exaltada a los tarahumaras? ¿Qué imágenes previas se encontraban en sus ojos que fueron superponiéndose a las nuevas? ¿Cómo ponderar las ideas que tuvo de los tarahumaras ante las ideas de otros?

En sus conversaciones de 1964 con el jesuita David Brambila podemos leer afirmaciones como ésta:

...muchos tarahumaras... no son capaces de creer otras cosas. ònicamente esas cosas que los tarahumaras dijeron en tiempos pasados, tales como ellos mismos hablan, eso no más quieren creer.

Mas unos cuantos de nosotros no creemos ya como dicen los viejos. Yo opino que no...26

En otras ocasiones revela un esfuerzo por conciliar las dos culturas mediante el procedimiento de cristianizar o ``mejorar'' las leyendas de sus antepasados.

Con el paso de los años, Erasmo Palma desistió de unir en sí mismo la imagen tradicional de su cultura con la doctrina que había adoptado en su conversión cristiana. Con esa distancia pudo enfrentarse con varios puntos medulares de su cultura. Veamos uno de esos momentos de distanciamiento y confrontación. Tuvo lugar, según él lo apunta, el 8 de noviembre de 1947, pero como lo relató tiempo después, los muchos años transcurridos se dejan ver en la retórica de descalificaciones que no podía haber sido tan clara en ese temprano momento. Se confrontó con Luis Rechanichi, el más grande sanador por los pueblos de Tewerichi, Narárachi, Awachérare, Bakéachi y Norogachi, e hijo de otro gran sanador llamado Osilario, un día que Erasmo se dirigía hacia Gomárachi:

...que lo voy encontrando en la mera cumbrecita, a poca distancia de mi casa. Venía con unos señores... Al reconocerlo pensé: ``¡Caray! Aquí viene este hombre que yo necesitaba calar. ¿Cómo le haré? ¿Cómo empezaré?'' Mis pensamientos como que no se acomodaban porque al mismo tiempo yo sentía miedo. Antes de chocar con él ya estaba asustado. Decían que con sólo clavarle los ojos a uno lo enfermaba. También decían que él adivinaba los pensamientos aunque uno estuviera retirado de él. Que gritaba diciendo: ``¿Por qué está usted pensando mal de mí?''

Por eso yo le tenía tanto miedo: ``Luego luego me va a adivinar lo que yo pienso de él. ¡Ahí viene!'' Pues no había más lucha que acercarse cada vez más. Al fin dije yo: ``Me voy a hacer fuerte. Si me adivina lo que pienso de él, ¡caray!, que aquí me acabe y ya. A fregarme y que me mate''...

Al encontrarnos me da la mano y me dice ``kuira''. Creo que mis ojos casi se me salían con la mirada grande que le puse. ƒl también me miró y yo seguía clavando mis ojos en él. Entonces bajó los ojos. Ninguno de los dos podíamos pronunciar palabra. Un momento nos quedamos en silencio como unos tontos. Quién sabe qué pensaría de mí. Yo temeroso buscaba cómo empezar a platicar porque mis pensamientos eran calar a ese hombre...

Sus compañeros se pasaron hacia el pueblo de Norogachi; tal vez se asustaron al ver que nos quedamos en silencio, pues ni ellos supieron pronunciar palabra...

-¿Usted conoce algunas enfermedades?

-Sí, sí conozco -me responde.

-Pues yo no creo que haya hechiceros -le digo.

-¿Cómo no? Esos son los que enferman a la gente.

-¿Pero quiénes son esos hechiceros?

-Hay muchos que ustedes no conocen.

-Pues verdaderamente muchos estaremos tontos, pero yo no quiero ser igual a los demás. Yo creo que aquí ha nacido un único tonto que es el que ha estado observando lo que hacen los sanadores.

-Sí -dijo él-, me gustaría conocerlo para mandarlo al otro mundo.

-Ese que los está observando sabe que ustedes son una bola de mentirosos.

ƒl se me quedó mirando, clavándome sus ojos. Estábamos viéndonos uno al otro como si hubiéramos dicho: ``Vamos en serio.'' Ahí estuvimos un buen rato sin parpadear...

-¿Pues qué les parece? ¿Y dónde aprendiste eso?

-Ustedes mismos me han enseñado cómo roban a sus prójimos.

-¿Pues cómo sabe usted que nosotros les estamos robando?

-Muy claro se entiende -le digo yo-. Y no quiero ser malo con ustedes. Lo único que no quiero es que ustedes anden curando por medio de sueños. ¡Curen con hierbas!27

La emoción de estos recuerdos está controlada ya por un discurso moral e intelectual posterior, que no muestra a Erasmo Palma en un proceso de cambio sino poseedor ya de otra mentalidad, con una distancia que marca sintiéndose parte de las religiosas, del dispensario médico o de las misiones.28 Es decir, estamos ante un nuevo rarámuri que ha roto con las viejas tradiciones de sus antepasados y que ahora reduce todo a un engaño de su pueblo. Su reiterado apoyo a los que curan con yerbas es otra forma de enfrentarse a los rituales. En efecto, los yerberos son los únicos que no recurren a un ritual ni ceremonia de tipo religioso para curar:29 no se apoyan en ``supersticiones''.

Sin embargo, aun para un hombre tan firme como él, es difícil abandonar tan antiguas y profundas concepciones. Esto se trasluce cuando recuerda su infancia, cuando quizá por sentirse más libre, por no tener que esforzarse en compaginar distintas culturas religiosas, narra episodios de su niñez. Erasmo Palma refiere que en 1932 soñó paisajes muy hermosos. Días después, su familia emprendió una visita al pueblo. Como él padecía una grave dolencia en las piernas, una de sus hermanas lo cargó sobre la espalda, sujetándolo como las madres lo hacen con sus hijos:

...íbamos pasando un arroyito... Un hermoso manantial goteaba en una ladera; en lo alto había una casa muy bonita y en el manantial unos verdes zacatitos como los que ya antes había soñado. Me quedé impresionado pensando: ``¿Cómo es posible que yo venga viendo lo que ya antes había soñado?''... Pues diciendo mi hermana ``vámonos'', me cargó nuevamente. êbamos pasando por unas peñas blancas... Ese era exactamente el lugar que ya antes había soñado. Yo, en la espalda de mi hermana, sin poder pronunciar ni una sola palabra, iba pensando: ``Si yo nunca pude caminar, ¿cómo es posible que aquí ya conozca?'' Al fin me acordé que esto había sido un sueño. Mis padres y mi hermana seguían caminando, mientras mis ojos miraban para todos lados...30

Al recordar estos sueños de infancia pudo emerger en él una de las más bellas y profundas concepciones de la cultura tradicional rarámuri: los sueños son los recorridos que el alma efectúa cuando el hombre duerme. Algo así ocurre en esos primeros escritos: la cultura verdadera aflora cuando es inútil lo que los hombres han aprendido.

Erasmo Palma va de sorpresa en sorpresa. En el año de 1992, escribió una conmovedora canción a Antonin Artaud.31 Se trata de una larga composición de veinte tercetas sin medida fija, escrita originalmente en español. Constituyen el mejor homenaje que Artaud pudiera haber esperado de los descendientes de aquellos rarámuris que lo guiaron en sus ritos secretos. Afirma que Artaud deseó venir a México para combatir su enfermedad, para conocer a ``doctores'' rarámuris que le enseñaran sus secretos y ver la danza de Tutúburi. Narra su trayecto por Bocoyna, Cusárare, Narárachi y Norogachi; aclara que 28 días caminó y 12 esperó a ``los doctores''. Comenta que pensó haber hallado a los hijos de la Atlántida, y celebra su visión del paisaje de la sierra, porque descubría una nueva realidad. Termina así:

Reflexiones en memoria de Antonin Artaud que difícilmente podríamos suponer pertenecientes al mismo autor que había roto ya con los engaños de los Sipames y Owirúames, con el autor que estaba ya alejado del jícuri y de los sueños con que las almas rarámuris recorren la tierra y el cielo.

Notas

1 Cf. Luis Mario Schneider, ``Artaud y México'', en Antonin Artaud, México y Viaje al país de los tarahumaras, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

2 ``Se considera a la raza india como inculta y el movimiento que domina en México es elevar a los indios incultos hacia una noción occidental de la cultura, hacia los beneficios (siniestros) de la civilización'', ``Carta a Jean Paulhan de 23 de abril de 1936'', en Antonin Artaud, op. cit.

3 ``Surrealismo y revolución'', en Antonin Artaud, op. cit.

4 ``Carta Jean Paulhan...'', en Antonin Artaud, loc. cit.

5 ``La montaña de los signos'', en Antonin Artaud, op. cit.

6 Cf. infra. También véase John G. Kennedy, Inapuchi, Ediciones Especiales, Instituto Nacional Indigenista, México, 1970.

7 ``La montaña de los signos'', en Antonin Artaud, op. cit.

8Ibid.

9 El relato completo aparece en Critias 119d-120c.

10 ``La montaña de los signos'', en Antonin Artaud, op. cit.

11 Cf. Luis Mario Schneider, op. cit.

12 ``La danza del peyote'', en Antonin Artaud, op. cit.

13 Ibid.

14 ``La raza de los hombres perdidos'', idem.

15 Cf. Luis Mario Schneider, op. cit.

16 Carl Lumholtz, El México Desconocido, trad. Balbino Dávalos, Editora Nacional, México, 1970. Nótese que Lumholtz utilizará la variante jículi, en vez de jícuri. Cf. infra.

17 Peter Masten Dunne, Las antiguas misiones de la Tarahumara, Primera Parte, Editorial Jus, México.

18 Ibid.

19 Carl Lumholtz, op. cit.

20 Ibid.

21 Franois Lartigue, Indios y bosques, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Ediciones de la Casa Chata, SEP, México, 1983.

22 Erasmo Palma, Donde cantan los pájaros chuyacos, Gobierno del estado de Chihuahua, 1992.

23 Ibid.

24 Ibid.

25 Ibid.

26 Fructuoso Irogoyen Rascón, Cerocahui, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1974.

27 Erasmo Palma, op. cit.

28 Ibid. caps. XIII, XIV, XVI.

29 Wendell C. Bennett y Robert M. Zingg, Los tarahumaras, una tribu india del norte de México, Instituto Nacional Indigenista, México, 1986.

30 Erasmo Palma, op. cit.

31 Erasmo Palma escribió esta canción para una exposición fotográfica de Pedro Tzontémoc, Tiempo Suspendido, basada en la ruta de Artaud en la Tarahumara. Aparece en el catálogo de la exposición, Acopilco, México, 2». Edición, 1994.

32 Ibid.