Angeles González Gamio
Auto de fe

Para Amapola Andrés y los tres Césarman

``Este día los dichos señores de Mexico dixeron que, porque para en fin deste presente mes de Hebrero, se haze auto publico de fee en esta cibdad, e porque es cosa nueba en esta tierra, mandaron quel señor obrero mayor mande hazer un tablado para esta cibdad, a costa de los propios della, y para las mugeres de los señores alcaldes y caballeros regidores deste ayuntamiento''.

...No, no lo escribió García Márquez, es la ortografía del siglo XVI, que en formal edicto --cuidadosamente redactado-- notifica el primer Auto de Fe, que habría de llevarse a cabo en la capital de la Nueva España el 12 de febrero de 1574, al poco tiempo de la llegada del primer inquisidor Pedro Moya de Contreras, quien seguramente quería estrenarse en el cargo con un acto espectacular, ya que hasta esa fecha las funciones del Tribunal del Santo Oficio las habían llevado a cabo los dominicos con bastante discreción, pues los pocos Autos de Fe que habían celebrado fueron en privado y de unas cuantas personas.

Se construyó un enorme tablado en donde tomaron asiento los 68 acusados, las autoridades civiles y eclesiásticas, el inquisidor Moya, desde luego en primera fila y bajo palio; detrás de ellos 300 frailes franciscanos, dominicos y agustinos; abajo, la multitud expectante. Esto se llevó a cabo en la Plazuela del Marqués, la que se encuentra frente al actual Monte de Piedad, a un costado de la Catedral. Recibía ese nombre por estar enfrente de la mansión de Hernán Cortés, marqués del Valle.

Los reos eran hombres y mujeres acusados de brujería, bigamia, hechicería, de practicar el judaísmo, ser luteranos y otras herejías; antes de ser vestidos con sambenitos amarillos pintados ``atrás y adelante'' de cruces encarnadas, desayunaron tazas de vino y pan frito en miel. A la hora señalada, salieron en procesión desde la sede de la Inquisición, situada en la Plaza de Santo Domingo; llevaban en la mano una gran cruz verde apagada, una soga en el cuello y un español a cada lado como custodio.

A lo largo del suceso, que duró de las seis de la mañana a las cinco de la tarde, se escuchó un solemne sermón que predicó el obispo de Tlaxcala y Caballero de la Orden de Santiago, Antonio Morales; al concluir, se leyeron las sentencias. Estas fueron: tres quemados, siete a servir a conventos y el resto azotados y condenados a galeras.

Los destinados a la hoguera fueron chamuscados ese día en la propia Plaza; a los otros, al siguiente, los pasearon por la calles de la capital, azotándolos con largos látigos, recibiendo injurias y burlas de la población poco caritativa. A partir de esta fecha, periódicamente se repetía el patético espectáculo, que se anunciaba con 15 días de anticipación ``al son de atabales y trompetas'', cual si fuera una gran fiesta. El nefasto tribunal fue suprimido el 10 de junio de 1820.

Hasta esa fecha funcionó en el soberbio palacio reconstruido en el siglo XVIII, sobre la primera edificación, por el extraordinario arquitecto Pedro de Arrieta, autor también de uno de los mejores planos de la ciudad virreinal, que se puede ver en el Castillo de Chapultepec.

El primer asiento del Santo Oficio fue en unas casas en la Plaza de Santo Domingo; poco a poco adquirió las aledañas, para finalizar con las que se usaron para establecer la cárcel perpetua, que se encontraba en las actuales calles de Venezuela y Brasil, en donde se conservan hermosas residencias con restos de la antigua mazmorra.

A principios de nuestro siglo, esa vía aún llevaba el nombre de Cárceles de la Perpetua; lo perdió cuando José Vasconcelos decidió cambiar los nombres por los de los países latinoamericanos --lamentable decisión.

Lo que sí permanece es el palacio de Arrieta, que después de su triste vida como asiento de la muerte y la aflicción, pasó a alojar a la Escuela de Medicina, en donde se formaron hasta los años 50 de esta centuria excelentes médicos mexicanos, que, paradójicamente, han salvado miles de vidas y brindado alivio al dolor.

En toda visita al Centro Histórico es indispensable una vuelta por este lugar, para ver su majestuoso patio y el encantador Museo de la Medicina, del que ya hemos hablado.

Otra ventaja es su cercanía con la tradicional Hostería de Santo Domingo y su sabrosa comida mexicana, o como opción económica la antigua cantina de los estudiantes de medicina, el Salón Madrid, en la misma Plaza, también conocido como la ``Policlínica'', que reconfortó con rica botana y generosas bebidas espirituosas a los futuros médicos, muchos de ellos hoy grandes eminencias.