Eduardo Montes
La batalla por el salario

El paro magisterial en varios estados, los plantones y las marchas en la capital de la República, todo ello realizado por los maestros para apoyar sus demandas de un salario digno y mejores condiciones de vida y de trabajo, han dado un resultado inicial: las autoridades de la Secretaría de Educación Pública y la dirigencia del oficialista sindicato de ese gremio, accedieron el pasado miércoles a sentarse en la mesa de negociaciones con la representación de los maestros disidentes.

Lo anterior tiene importante significación, pues las autoridades no querían ver las acciones de los maestros aunque el centro de la capital del país prácticamente se paralizara con sus marchas y el riesgo de provocaciones y de una confrontación violenta acechara en cada esquina. Tampoco tenían oídos para escuchar sus reclamos y argumentos; habían dado por concluidas las negociaciones con los aumentos convenidos el 14 de mayo: 6 por ciento directo al salario y 10 por ciento en prestaciones diversas. La tenacidad y energía desplegada por los maestros de la CNTE, así como los tiempos electorales particularmente intensos en el DF, orillaron al gobierno y a la dirigencia sindical oficialista a negociar. Es lo más atinado de su parte, pues sería equivocado prolongar por más tiempo las tensiones y abrir los espacios a la provocación y a quienes dentro del gobierno son proclives a la tentación represiva.

Sobra decirlo, las demandas del magisterio desde cualquier enfoque son más que justificadas. Efectivamente, como afirma la SEP los maestros han sido beneficiados con 23 por ciento de aumento salarial en el curso del año, pero eso apenas será suficiente para compensar el crecimiento de la inflación. Porque los rezagos salariales del magisterio, así como los de todos los trabajadores son muy grandes, sus niveles de ingreso han sido duramente golpeados en estos años de neoliberalismo.

Y si antes del inicio de la última crisis económica, gracias a las acciones de la CNTE, se había producido alguna recuperación ésta se perdió sin remedio. Eso explica por qué --de acuerdo con datos de la Fundación SNTE-- el 52 por ciento de los docentes deben tener dos empleos para subsistir; el 20 por ciento tiene un ingreso familiar de tres o menos salarios mínimos; el 41 por ciento recibe entre tres y cinco minisalarios, y sólo el 35 por ciento recibe más de cinco salarios mínimos de ingreso, apenas 4 mil pesos en los ingresos más altos. La situación para la mayoría de maestros es verdaderamente desesperante, sobre todo en algunos estados; seguramente los granaderos de la ciudad de México o los policías judiciales tienen salarios superiores a los del magisterio, aunque su función social es incomparable.

Según las autoridades, con el aumento del 6 por ciento y 10 de prestaciones, el gobierno hizo su máximo esfuerzo presupuestal. Pero eso resulta inadmisible cuando, en los días en que se iniciaba el paro magisterial, el secretario de Hacienda anunciaba orgulloso la existencia de un superávit fiscal sin precedentes. Sólo en la racionalidad neoliberal cabe esa paradoja de que el gobierno atesore mientras se niega al magisterio un salario suficiente y digno. Pero esa es la racionalidad que por ahora se ha impuesto, y con ella se topan el magisterio y todos los trabajadores en su lucha por mejorar sus condiciones de existencia. Eso explica por qué cada lucha de los trabajadores privados o públicos de alguna manera se convierte en una lucha contra el modelo económico neoliberal.

El magisterio con su lucha ha propiciado el inicio de negociaciones con la representación oficial, pero la suerte de las mismas va a depender no sólo de la firmeza de los maestros, sino de la inteligencia y capacidad de sus verdaderos representantes para conseguir en las circunstancias actuales los mayores avances posibles. En todo caso, en los últimos días los maestros han demostrado que el poeta Efraín Huerta tenía razón: no hay peor lucha de clases que la que no se hace.