En días pasados, informes oficiales han ratificado que la deuda externa de México se acerca actualmente a 160 mil millones de dólares, equivalente a aproximadamente 47 por ciento del producto interno bruto (PIB). Esta deuda se compone de dos partes: la deuda externa del gobierno federal y la deuda externa de empresas mexicanas privadas. El servicio ineludible de estas deudas constituye un doble compromiso que pesa de manera extraordinaria sobre la economía nacional. Una cuestión vital para el futuro, por lo tanto, consiste en saber: ¿es factible reducir el peso de la deuda?
A lo largo de los últimos 25 años la deuda externa no ha dejado de crecer, sino que ha aumentado tanto en tiempos de crisis como en los de prosperidad. Entre 1976 y 1982 el auge petrolero fue una de las causas fundamentales del incremento geométrico de la deuda externa mexicana. Durante la larga crisis de los años ochenta, la deuda siguió creciendo a raíz de las restructuraciones. Luego, en el transcurso de la administración de Carlos Salinas, la deuda externa privada comenzó a despegar, lo que provocó una nueva expansión del endeudamiento, a lo cual se agregó el incremento del endeudamiento externo público a raíz de la emisión de los 30 mil millones de dólares en Tesobonos que tanto tuvo que ver con el estallido de la colosal crisis de 1995.
Durante la administración de Ernesto Zedillo la deuda externa no ha dejado de crecer, aunque por diversos motivos. El nuevo endeudamiento externo de 1995 consistió en los préstamos de rescate del Tesoro de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, que sirvieron esencialmente para pagar los costos de los errores financieros cometidos por los responsables de la dirección monetaria y hacendaria en la administración de Salinas.
En cambio, el principal incremento del endeudamiento en 1996 y lo que va de 1997 proviene del sector privado mexicano, que está emitiendo bonos en mercados de capitales extranjeros o tomando préstamos a través de la banca internacional. Son fundamentalmente unas 30 grandes empresas mexicanas las que han contratado una deuda que se aproxima a 27 mil millones de dólares. Pero a ello se agregan otros 20 mil millones de dólares que debe la banca mexicana a acreedores extranjeros.
Las autoridades gubernamentales argumentan que el peso del servicio de la deuda pública se está reduciendo con la restructuración de valores a más largo plazo. Por su parte, los empresarios sostienen que contratar deuda en el exterior es más barato que hacerlo en México debido a las altas tasas de interés domésticas. Sin embargo, ello no implica que los contribuyentes puedan respirar tranquilos, ya que en caso de que surjan nuevos problemas financieros para el pago de la nueva deuda privada, es previsible que el gobierno tenga que ofrecer garantías para cubrir su servicio, compromiso que suena cada vez menos convincente para las grandes mayorías que han tenido que pagar los verdaderos costos de la crisis.
La deuda externa pública y privada constituye, por lo tanto, una doble hipoteca a futuro que no será fácil de librar para la economía ni la sociedad que la sostiene, pues no debe olvidarse que son las personas las que sostienen la economía y no al revés.