La Jornada jueves 22 de mayo de 1997

Fernando Benítez
Una memorable comida

Recientemente el escritor Gutierre Tibón dio una comida a sus amigos en su casa de Cuernavaca. Tiene 92 años de edad y apareció vestido de blanco, impoluto, un poco delgado. Ha escrito 40 libros, todos ellos sobre México, y se mantiene ingenioso y bromista. Escribe ocho horas diarias y nada todos los días durante media hora en su alberca. Es el pasado y es el presente. Su esposa Cristina es pintora y hace grandes bodegones realistas, en un estilo anterior al surrealismo. Entre los invitados figuraba el jefe del Departamento del Distrito Federal, Oscar Espinosa Villarreal (regente de la ciudad más conflictiva del mundo).

En mi larga vida me ha ocurrido con frecuencia que gentes contrarias a mis ideas y convicciones políticas sean mis mejores y más queridos amigos. En fin, cada cabeza es un mundo. Por ejemplo, el jefe del DDF, es ferviente priísta. Nunca le he solicitado ayuda, a pesar de que mi calle está amenazada por ladrones. Sin embargo me atrajo de él su franqueza, su simpatía personal, el hecho de que sólo duerme cuatro horas, desvelado por resolver los problemas de nuestra cuidad. En la larga conversación que tuve con Oscar me dijo entre otras cosas que para él gobernar es conducir los asuntos públicos de conformidad con la complejidad política de la Ciudad, lo que ha implicado la toma de decisiones que han buscado dejar atrás el clientelismo. Esta práctica nociva, me dice el titular del DDF, no sólo fomentó equilibrios perversos en aras de preservar una estabilidad, sino que condujo al gobierno a tomar decisiones en función de los intereses de grupos, sacrificando la viabilidad misma de la Ciudad.

La modernización del transporte público de pasajeros, en sus palabras, exigió el enfrentamiento del DDF con poderosos intereses de un sindicato que ejercía el control y la dirección en esa materia. En función de la viabilidad citadina, puntualizó Oscar, el gobierno no debe temer enfrentar conflictos si esa es la condición para resolver problemas, lo anterior aunque la imagen del Jefe del DDF resulte afectada.

Entre los invitados a la comida de Gutierre Tibón figuraban también Gustavo Petriccioli, el joven José Luis Martínez y Pedro Hoth, organizador de la fiesta. Para mí Petriccioli fue siempre un gran personaje: Secretario de Hacienda y cuatro años embajador en Washington, donde se ganó el respeto de todos. Después se retiró a Cuernavaca y como no tenía dinero para sostener la carrera de sus hijos montó en su casa una consultoría que le permite vivir descansado. Tuvo la gentileza de dejar su lugar lejano y sentarse a mi lado donde platicamos largamente.

Esa memorable comida me incitó a escribir esta pequeña crónica.