Arnoldo Kraus
La educación traicionada
Nuevamente las noticias confluyen como dos artejos que cuestionan supuestos logros de nuestros gobiernos. Ahora el turno es para la educación. Al igual que en tantas otras situaciones vitales, alumnos, mentores, el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) y la Unesco han manifestado números, datos y querellas suficientes para encender varias mechas. El resultado es evidente: desasosiego en exceso, que deprime incluso a las almas más tranquilas.
Desde hace algunos años, durante ``el día del maestro'' los mentores han preferido manifestar su inconformidad en lugar de ser sujetos de parabienes y lisonjerías que a nada conducen. Y no es para menos. El sueldo es la primera piedra. Números más números menos, en el Distrito Federal el salario quincenal promedio para los educadores con carrera magisterial, antes de los descuentos, es de mil 766 pesos; quienes carecen de la carrera perciben aproximadamente 300 pesos menos. Hasta hace poco, por cada quinquenio de antigüedad, los profesores recibían ocho pesos más. Afirma la Secretaría de Educación Pública que el incremento recientemente otorgado en lo que va del año es del 33 por ciento, ``aproximadamente 608 pesos mensuales para la plaza más baja, es decir, la plaza inicial de un maestro de primaria''. Sin menospreciar otras labores, estoy convencido de que muchos surtidores de gasolina, peluqueros o meseros reciben emolumentos mayores cada mes. Sólo que la responsabilidad, metas y obligación son diferentes.
Mientras la SEP sostiene que el esfuerzo presupuestal llegó ``al límite de la capacidad financiera del gobierno, debido a que también se invierte en rubros como construcción y equipamiento de escuelas...'', los maestros, año tras año, intentan no recular a sus demandas, a su ideario. La razón es obvia: su sueldo es indigno.
No es culpa de los mentores que las reservas monetarias de la nación hayan desaparecido, ni que la educación ``real'' no haya sido prioridad en las últimas décadas. Tampoco es culpa de los alumnos que la insatisfacción del profesorado se traduzca en lecciones mal preparadas y enseñanza ``a medias''. Hay quien dice --yo también-- que para perpetuarse, los gobiernos omnipresentes y todopoderosos se reciclan cuando ejercen sobre pueblos no educados, poco informados. La inconformidad, la disidencia y las voces de protesta florecen con mayor fuerza en las sociedades en donde la educación es arma, no en la inopia. Los datos ofrecidos por el INEA apoyan la idea anterior.
Afirma la dependencia que el problema no es analfabetismo sino rezago educativo. Y agrega que mientras en el análisis del censo de 1990 el retraso se estimaba en 31 millones de personas, en la actualidad es de 35 millones. La certeza de que somos más mexicanos no debe atemperar el malestar de las cifras ni las inequidades educativas en nuestro México. El consuelo para quienes ostentan el poder es que el fracaso suele encontrar disculpas: desnutrición, comunidades pequeñas y distantes, gobiernos previos que equivocaron las políticas educativas, e incompatibilidad para trabajar y estudiar simultáneamente, no deberían justificar las fallas en la educación. Es evidente que el magisterio no puede sentirse estimulado cuando se perciben sueldos de hambre que obligan a andar otros caminos para satisfacer las necesidades familiares; aquel profesor que no logra conciliar el deseo y el tiempo de la enseñanza con la seguridad económica, es afuncional. Los resultados están a la vista. El rezago educativo es evidente: conozco jóvenes y adultos que después de haber finalizado la primaria leen, escriben y suman con dificultad.
No son los profesores quienes están equivocados, ni son disparates de los alumnos quienes después de leer a Bernard Shaw --``desde muy pequeño tuve que abandonar mi educación para ir a la escuela''-- manifiestan su inconformidad con la falta de calidad de nuestro sistema educativo. El Estado debería ser el primer interesado en alimentar a sus profesores --pilar cimental de cualquier nación-- para que estos puedan responsabilizar a sus alumnos por el presente y futuro del país. El quid es que en la educación florecen la democracia y las oportunidades del cambio. Y éstas no han sido las metas de los gobiernos priístas.