Aun haciendo a un lado toda beatería, es difícil evitar el asombro frente a la fantasía de los seres humanos cuando se trata de enriquecerse sin trabajar. Un asombro que se convierte en desconcierto frente a la creatividad de los políticos para robar al erario público mientras asumen poses de Catón el censor. Y uno se pregunta si es posible salir del atraso ahí donde las instituciones estén corroídas por el cohecho, la concusión, la venta de influencias y similares. El problema es sencillo: en las situaciones en que los mercados no alcanzan elevados grados de integración y dinamismo, la política está forzada a jugar un papel esencial en la salida del atraso. Y sin embargo, es justo ahí donde, muy a menudo, los gobernantes, y sus redes de poder, disponen de licencias autootorgadas de enriquecimiento. Será impreciso y burdo, pero tiendo a pensar que donde hay políticos muy ricos hay países muy pobres.
No hablemos de Mobutu que después de tres décadas de ``gobierno'' abandona su palacio de Kinshasa con algunos billones de dólares en el bolsillo. La historia de todos los días nos da varios ejemplos del tema que nos ocupa aquí. En Corea del sur el hijo del presidente Kim Young Sam es acusado de haber cobrado sobornos por la ayuda oficial a una empresa siderúrgica que quebró a comienzos de este año dejando deudas por 6 mil millones de dólares. En India, el presidente del Janata Dal, uno de los principales partidos de la coalición de gobierno, es acusado de pertenecer a un racket político que por 20 años compró animales de cría para el Estado de Bihar. El problema era que gran parte de los animales moría misteriosamente para ocultar el hecho que nunca habían sido adquiridos. Sigamos. En un aeropuerto australiano, uno de los principales políticos del gobierno de Malasia, acaba de ser arrestado mientras viajaba con cerca de un millón de dólares de procedencia no explicada. Y, para concluir, en Pakistán, el jefe de Estado Mayor de la marina acaba de ser enjuiciado por el nuevo primer ministro por haber recibido ``comisiones'' en la adquisición de tres submarinos franceses que costaron poco menos de mil millones de dólares. Y así podríamos seguir alegremente por un buen rato.
Pero, antes de caer en el folclorismo, hagámonos la pregunta central. ¿Es posible salir del atraso económico con estructuras institucionales recorridas por episodios sistemáticos de corrupción? La respuesta es banal: en la vida todo es posible, pero algunas cosas son altamente improbables. Es digno de notarse que en Asia oriental la mayor parte de los casos de crecimiento acelerado se han realizado con administraciones públicas tan autoritarias como incorruptibles, desde Park Chung Hee en Corea del sur hasta Lee Kuan Yew en Singapur. No constituye ninguna casualidad que una de las mayores preocupaciones para el futuro de Hong Kong --que en seis semanas volverá bajo el control de Pekín-- estribe justamente en la corrupción de la administración pública del gobierno chino. Esto es lo que temen pequeños empresarios y grandes multinacionales de Hong Kong, mucho más que el fantasma comunista: una administración pública no confiable con su séquito de ineficiencias, clientelismos, desvío de fondos, encarecimiento de los servicios públicos, infraestructuras de mala calidad y burocratismos irracionales. De los riesgos de corrupción viene para Hong Kong la amenaza mayor al dinamismo y al bienestar de las últimas décadas.
La gran diferencia entre Asia oriental y América Latina está justamente aquí. Mientras en Asia la corrupción llega tardíamente, cuando ya se construyeron en varios países estructuras productivas eficientes y competitivas, en América Latina la corrupción sigue carcomiendo las posibilidades de convertir la política en factor positivo de salida del atraso. La corrupción constituye en la mayoría de los países de la región un cáncer que asesina temprana y silenciosamente las posibilidades de construir maquinarias institucionales y económicas confiables. Pero bien a bien aún no conocemos las consecuencias específicas de cada forma de corrupción en el desempeño económico de largo plazo de las economías. Sólo sabemos que corrupción significa administraciones públicas no confiables, caras, de baja legitimación social, productoras de parasitismos de todo tipo. Pero ¿cuánto pesa, en pesos y centavos, una administración pública corrupta? Esto es aquello que habría que estudiar en cada país para entender la fuerza de las inercias que nos vinculan tercamente al atraso y a sus humillantes folclorismos.