La Jornada 20 de mayo de 1997

El Califa, una guapachosa olla express en su 43 aniversario

Pablo Espinosa Ť El domingo estuvo de pelos El Califa:

Llueve desde las cinco de la tarde sobre la calzada de Tlalpan y llueve sobre el paisaje el paisanaje: mucamas, obreros, chalanes, doncellas, los habitués domingueros salen en cataratas de la estación Portales, se desdoblan como payasitos astrosos de caja de sorpresa y en número increíble descendiendo de atiborrados minitaxis, lucen ora sí que sus mejores garras para entrar al ``Palacio del Baile en México'' y la piel cobriza se abrillanta jacalón adentro con un cartel de gala, pues trátase de una jornada particular: este domingo se festeja el 43 aniversario del California Dancing Club y el personal se desata en un jolgorio que no terminará hasta transcurridas 12 horas de baile y agasajo popular, de rolas tropicosas y cumbión. De rompe y rasga.

Desde las 17 horas del domingo hasta las 5 de la mañana del lunes, el California Dancing Club se convirtió en la más guapachosa de las ollas express; su caldo de cultivo llevaba mucha salsa, su condimento, tropicoso y picozón, fue la música afroantillana en su versión suburbio trasterrado. Su prodigio fue la rumba de los pobres.

¿Qué diría Bukowski en medio de este mar proletario y proceloso de gente y música chillante? ¿Se limitaría a rascarse los sobacos? ¿Extrañaría aún más al poeta chino Li Po? Norman Mailer refrendaría: los hombres duros no bailan. Cabrera Infante encontraría en la genealogía de este mar cobrizo humano, en su obvia condición de clase, en su evidente ocupación o desocupación laboral, una oportunidad idónea para sus juegos de palabras, y citaría ipso facto el título de una novela de William Somerset Maugham: Servidumbre humana.

Trabajadoras domésticas, militares francos, peones, la puesta en carne y masa de lo que el Tigre Azcárraga llamaba ``los jodidos''. Jodido él que nunca tuvo estos motivos de agasajo, como los miles de jóvenes de piel cobriza que se trajeron de domingo a sus miles de chavitas, recién bañadas, chaparritas y prietitas, a festejar los 43 años de El Califa. Jodido todo aquel que no se emocione ante tal esplendor de convivencia y placeres compartidos. El ligue, el faje moderado, el baile de a brinquito. ¿Es este acaso el México bronco? Para nada, pero cómo brinca. El México brinco y querido.

Atravesar la pista de El Califa en pleno baile --un espacio ebullente de unos 30 por 40 metros-- para ir al baño es equivalente a trasbordar en horas pico en Pino Suárez. Derrapar en el piso donde se ha condensado esa mezcla pegajosa de sudores, refresco de a cinco pesos el vasito, chicles intercambiados en furtivos besos y desechados en el momento más subliminado del pasito de baile dominguero y de reciente adquisición, y adquirir en los zapatos una bonita colección de huellas asueleadas: pisotones. Es menester también cuidar el físico entre tantos físicos en pleno movimiento: la densidad poblacional que acusa el sacrosanto Califa ya es un cálculo probado por Los Clásicos: no cabe ni un alfiler. Y en el sitio más inesperado, en la mitad del equivalente de un ladrillo, en el mínimo milímetro cuadrado, la masa baila, se menea, se contonea y ejecuta los famosos pasos de vértigo, de a latiguito, y los codazos salen disparados al azar y ya le tocó a este pobre bailarín que acepta el clines que le aporta su consorte, pues los efectos del virtuosismo danceril de su vecino ocasional están patentes, al rojo vivo, en la mancha de sangre que le hace las veces de bigote. ``¡Chale, ya le rompites el hocico! ¡Tssss!'', protesta impotente pero a fin de cuentas divertida la consorte del danzarín herido. Gajes del oficio.

--No te metas con mi cucu. Cucu. No te metas con mi cucu. Cucu --sigue la música en la pista.

El cartel de festejo: los grupos ``del momento'' se han dado cita en El Califa. Predominan las bandas viajeras desde Veracruz. La raza se emociona cuando Fernando y su Grupo Marinero les trae desde el puerto jarocho su éxito cuyo título refiere la jerga actual en las arenas de lucha libre: Guácala de pollo. El baño sauna sube. Chucho Martínez, el maestro de ceremonias, pone a aplaudir a toda esta infantería de danzantes repartidos por doquier, y su voz hace eco radiofónico: aquí suena la québuena.

Ay, tiempos idos aquellos en que Rigo Tovar y su Acapulco Tropical glosaban en la pista de El Califa el nacimiento, justo al año de casados, de los dos sirenitos; la era Mike Laure y sus Cometas; la de la Orquesta del Sonorámico Juan García Esquivel con la curvilínea voz de María Victoria (``es que estoy táaaan enamorada''); los bailongos con los Solistas de Agustín Lara, con la Orquesta de Luis Arcaraz, y con la de Mariano Mercerón. ¡Qué tiempos aquellos, santo patrono de las causas ganadas en la pista de baile!: San Pascual Bailón. Calzada de Tlalpan: hoteles de paso, Salón California, carril de alta.

Codo contra codo, cadera tras cadera

Esta noche es otra noche, la del ``flamazo musical'' de Los Flammers y de Nativo Show, cuyo par de bailarinas detienen ora sí que el tráfico: paran el baile porque los caballeros las prefieren rubias y los hombres en l'oscurito: 80 minutos de aerobics tropicoso de este par de chavas sirven de descanso a bailadores, de refrigerio a los solteros o sin novia (``¿trabajas o estudias?''. ``Bailo''), de hipnosis ritual con la explosión de ese par de caderas femeninas que giran a la velocidad de un rehilete conectado a las bocinas, mientras en la pista de baile las caderas se agrupan y las grupas se acaderan. Codo contra codo, cadera tras cadera. Aaaaaay, dolor. La apoteosis del cumbión.

Desde uno de los palcos del Califa, se observa hacia abajo un sonoro rebullir de hormiguitas danzarinas, un chisporrotear de frijolitos --negros, saltarines-- un rechinar de chinampinas de pelo lacio, tez morena, sudor penetrante, paso chévere. Porque el calendario del dancing proletario indica, en una usanza que ya debería incluirse en el Mejor Calendario Galván: domingos: Califa con público ``juvenil, muchas mucamas, trabajadoras domésticas y muchos sardos'', según la estadística llevada por uno de los meseros; lunes: Salón Califa con público ``de licenciados, señores, profesionistas''; martes: Salón Los Angeles; miércoles: Salón Colonia; jueves: Salón Los Angeles; ``y el viernes regresan aquí, porque hay danzón con Acerina, además de la Sonora Siguaraya''.

Sale de escena Nativo Show, que se despide con un mambo de Pérez Prado, y es el momento de partir el pastel: la señora Mariana de la Cruz, quien continúa al frente del California Dancing Club, como sucesora de los fundadores, Ramón César González y Guillermina Escoto, encabeza la sencilla ceremonia, flanqueada por las ``madrinas de pastel'': Maty Huitrón, Luz María Aguilar, Amira Cruzat, Verónika con K, Blanca Martínez. Los Flammers entonan unas Mañanitas jarochas, tropicalosas y luego hilvanan Juana la cubana seguida de La güera Salomé y luego rinden homenaje al finado Chico Che con un popurrí de aquellas rolas célebres (``De quén chón? ¿Quién pompó? et al).

Toda la noche, los coritos, las estrofas: --Se tamba, se tamba, se tambalea. --Sácalabailar y apriétala, aaaahh priétala, apriétala.--Si-tú-quieres-bailar, sopa-de-caracol, é.

Son las cinco de la mañana del lunes. Empiezan a llenarse de neumáticos las venas abiertas de la calzada de Tlalpan. Salen, despeinadas y felices, las últimas parejas de los hoteles. Salen, sudorosos y felices, las últimas parejas de El Califa.

Si sobre México se cierne otra desgracia: en pocos meses cerrará definitivamente el Salón Los Angeles y por lo tanto ya nadie podrá conocer México, pues quien no conoce Los Angeles no conoce a Dios en tierra propia; si eso va a ocurrir y es irremediable, pese a los esfuerzos del maestro Miguel Nieto, aún tenemos El Califa, que se llena los fines de semana de jolgorio y alegría, donde la raza de bronce muestra el cobre, donde la clase baja es la más alta, enaltecida por el baile.

--Sácalabailar y apriétala, aaaahhh prieta-la, apriétala. Sácalabailar y apriétala ¡ah! ¡prieta! ¡la! apriétala, mi prieta.

Orgullo de los que tenemos piel morena: poder parafrasear la frase fundacional:

--Tú eres prieto y sobre esta prieta fundaré El Califa.

O bien:

--Acuérdate que eres polvo y en polvo te has de convertir. Polvo de aquellos lodos. Polvo, sí, mas polvo enamorado.

Pero lo bailao ¿quién nos lo quita.