A estas alturas del proceso electoral, cuando faltan 47 días para las elecciones, se puede observar la encrucijada política que forman las encuestas de opinión, las campañas y los debates. Poco a poco esta campaña se ha convertido en una expresión apretada de la situación política del país. Lo que parece que está más en juego en esta elección es la asimilación del pasado inmediato, del salinismo: sanar las
heridas de los asesinatos, la crisis económica que sigue, la incapacidad institucional para impartir justicia, las obsesiones presidenciales, y los abusos del poder, para, al mismo tiempo, generar futuro y cambios democráticos.
El ingrediente que aparece con mayor visibilidad en esta campaña es la novedad instrumental de las encuestas de opinión que expresan las decisiones ciudadanas, las cuales han obligado a los partidos y candidatos a modificar sus estrategias para ganar votos. La ciudadanía emite su opinión y los candidatos y partidos se mueven de acuerdo con sus inercias y recursos. Algunos han aprovechado los tiempos, como Cárdenas, y otros se han extraviado en lecturas equivocadas y obsesiones personales, como Castillo Peraza; por su parte, el priísmo ha empezado a pagar los costos de su corrupción y su impunidad.
Los signos más confusos de esta elección son las batallas que ha dejado la propaganda negativa. En esta campaña el mayor espacio para conseguir votos ha sido mediante los métodos rudos que han predominado sobre las propuestas. Resulta realmente ridículo ver cómo Roque Villanueva finca su estrategia en desacreditar al panismo pasándole la factura del salinismo y de la crisis, cuando Zedillo gobierna con el mismo programa; al PRI se le puede aplicar la comparación histórica del imperio romano, que tuvo momentos de gloria con Julio César y llegó a la decadencia con un emperador como Calígula; diferencia que podría haber entre Reyes Heroles y Roque. También se ha extraviado Castillo Peraza orientando su estrategia contra Cárdenas por su pasado priísta; al parecer este candidato acomoda la historia a su gusto y no ha logrado asimilar la ruptura de 1987, el fraude de 1988, la persecución salinista al PRD durante todo ese sexenio. Aferrarse obsesivamente a una lectura equivocada de la realidad es un lujo, que en todo caso se puede dar un académico y un analista, pero para un político resulta fatal. En este contexto de fuegos cruzados, el PRD y Cárdenas han mostrado el aprendizaje de los golpes que hoy le dan serenidad, flexibilidad y la madurez que faltó en 1994.
La ciudadanía ha sido testigo de estos embates, pero parece que no le ha afectado demasiado, ya que no hay grandes variaciones en las preferencias de votos, según algunas de las últimas encuestas. A pesar de la propaganda negativa que ha inundado el espacio público de las últimas semanas, Cárdenas se consolida en el primer lugar (36.6 por ciento, CEO, y 39, Reforma); Castillo Peraza sigue a la baja (12.5 por ciento, CEO; 21, Reforma) y Del Mazo no logra repuntar (17.7 por ciento, CEO, y 17, Reforma).
La parte que está hecha nudos es la del debate. En las últimas dos semanas se ha ido modificando tanto que ya se ha dado un debate sobre el mismo debate, como apuntó bien Granados Chapa. La condición de ser el candidato que puntea en las preferencias electorales ha colocado a Cárdenas en el blanco de ataque de sus competidores, como es lógico; y esa misma situación lo ha llevado a decidir un debate dividido, primero con el PRI y luego con el PAN. El excluido, Castillo Peraza, pide a la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión la mitad del tiempo de uno de los otros dos para intervenir después del debate. De esta forma el debate se ha convertido en un problema de estrategia y cálculo para nivelar las preferencias del voto de una elección competida; pero debatir entre dos y no entre tres genera un claro problema de exclusión. A final de cuentas, este debate sobre el debate es una expresión de las distancias que todavía faltan a este país para llegar a tener un sistema democrático.
Mientras los partidos y los candidatos siguen sus campañas y se ponen de acuerdo sobre los próximos debates, la ciudadanía que tiene el privilegio de votar más o menos libremente -porque todavía hay franjas de millones de mexicanos que padecen la compra y la coerción del voto- aún espera propuestas claras para enfrentar los graves problemas del país y del Distrito Federal. Esperemos un debate incluyente, entre los tres principales candidatos, en el que predomine el discurso político `y se quede fuera la antipolítica.