El debate entre candidatos no es una obligación, es apenas una sana novedad en nuestra cultura electoral. Cualquier candidato tiene el derecho de elegir cómo hacer su campaña electoral. En el caso del debate entre contendientes al gobierno del DF, los frecuentes cambios de propuestas tienen el riesgo de acabar de frustrar o desnaturalizar el esperado debate. Si las negociaciones no se alteran, el próximo domingo habrá un debate entre Cárdenas y Del Mazo. Dicho formato estará lejos de las expectativas lógicas que se tenían respecto a la confrontación de candidatos.
Cárdenas, puntero casi unánime en las encuestas de opinión, fue quien tomó audazmente la iniciativa de citar a sus dos contendientes principales a un debate; con el tiempo reconsideró su propuesta original e hizo extensiva la invitación a la totalidad de candidatos; recientemente volvió a modificar su invitación y citó, en un formato de dos, a Del Mazo.
Por supuesto que Cárdenas tiene todo el derecho a desplegar las estrategias de campaña que él considere convenientes, y seguramente habrá evaluado todas las opciones, pero tengo la impresión de que en esta ocasión cualquiera que sea el formato final, su candidatura resentirá algunos cotos. Si debate únicamente con Del Mazo, el encuentro no tendrá la talla de un verdadero debate, su impacto será acotado, y no se habrá resuelto el debate sobre el debate.
En lo que resta de la campaña la exclusión del candidato panista, dado que al decir de las encuestas no está del todo claro que ocupe el tercer lugar de las preferencias, será un tema recurrente.
Por su parte, Castillo Peraza con todo derecho reclamará la exclusión, y aducirá, con razón o sin ella, que Cárdenas le teme a una confrontación con él. Si por el contrario, en el curso de la semana se enderezaran las negociaciones para incluir al panista, Cárdenas también pagaría el costo de la operación más allá de los resultados del debate.
Es realmente lamentable que la sana práctica de confrontar propuestas no cuente aún con el aval de todos los actores. Ciertamente tampoco hay la garantía de que el debate sea efectivamente un encuentro para contrastar los programas, visiones y propuestas de los candidatos y no sea ocasión para lanzar ataques personales, pero aún así, parece mejor correr el riesgo que rehuir la ocasión. Pero todo parece indicar que se desaprovechará la oportunidad de implantar con toda normalidad la práctica del debate entre candidatos, práctica con que todos saldríamos ganando. No está claro, sin embargo, quién se pueda beneficiar de un debate a medias. Lástima.