En los años del nuevo milenio, enmedio de problemas innegables que se agolpan frente a nosotros proponiendo situaciones límite, tenemos que preguntarnos qué futuro queremos como individuos y como sociedad, qué estamos dispuestos a realizar para no volver a retroceder cíclicamente asegurándonos de que lo invertido se traduzca en avance y no en nuevas frustraciones.
Discusión profunda que, abarcando una amplia agenda, sin duda concluye en el espacio de la educación, único medio del que disponemos para construir, hoy, el futuro.
No podemos negar que el mundo enfrenta una severa crisis en sus sistemas educativos, derivados de los profundos cambios que las relaciones humanas han experimentado, como tampoco podemos omitir que, en México, a esta compleja situación se agrega el retroceso que trajo consigo una crisis económica sin precedente que golpeó prácticamente todo: el gasto social, la generación de empleos, el poder adquisitivo del salario, también el del maestro, actor central de la educación y de la vida toda de la nación.
Las preguntas que debemos respondernos son: ¿qué maestros queremos? ¿Cómo los vamos a formar? ¿Cómo los vamos a recompensar salarial y socialmente?
Es innegable que la capacidad económica del Estado se ha visto reducida por el impacto de la crisis. Eso todo mundo lo entiende, lo que no acabamos de comprender es el cómo y cuándo terminará la espera para empezar a recibir los beneficios del sacrificio realizado. Hablar con verdad, fijando tiempos y metas posibles, nos permitiría recuperar las expectativas y, lo más importante, evitar llegar a situaciones que mucho lastiman, como ser testigos de las luchas callejeras que protagonizan quienes tienen su mayor compromiso con formar a la juventud haciendo del ejemplo el medio privilegiado.
La inmensa mayoría de la sociedad está de acuerdo que el salario del maestro debe mejorar, como también lo está de que requerimos revisar su formación, actuar en su permanente actualización, mejorar el equipo y las herramientas que se emplean en la enseñanza; en una palabra: elevar la calidad de la educación. Hace algunos años, la vocación era la característica esencial del maestro, característica que se ha ido desdibujando. Tenemos que recuperar la vocación del magisterio, lo cual sólo sucederá planteándonos metas de futuro, capaces de trascender el duro presente que nos impide superar las diferencias; revitalizar los mecanismos para hacer de la superación académica el medio para elevar el ingreso; idear mecanismos para que la sociedad participe del hecho educativo; revalorar socialmente la tarea del maestro.
La crisis del magisterio debe servirnos para revisar nuestro proyecto de futuro, nuestras aspiraciones trascendentes, la decisión acerca de si queremos avanzar o aceptamos como fatalidad el estancarnos.
Si algún reto vale la pena, ante problemas que son esencialmente educativos como el desproporcionado crecimiento demográfico, la pobreza, el desempleo, la violencia, la drogadicción, es el de hacer de la educación la mejor de nuestras inversiones. Mejores salarios y reconocimiento social, y mayor esfuerzo magisterial; lo uno dependerá de lo otro.