Miguel Espinosa, Armillita, y Eulalio López, El Zotoluco, hicieron el paseíllo esta semana en corridas de la feria madrileña de San Isidro, que se celebra en la torerísima monumental plaza de Las Ventas, sin conseguir imponerse a la conocedora y difícil afición de la capital española. El toreo mexicano siguió sin poder dar un Do de pecho fuerte, en la primera plaza del viejo continente, como la dieron en su época Rodolfo Gaona, Armillita padre y Carlos Arruza, indiscutiblemente el gran triunfador de España al pelearle las palmas --tarde a tarde-- al legendario Manuel Rodríguez Manolete.
El toreo de Armillita y El Zotoluco fue sólo de bocetos desdibujados por la falta de acento personal. Manchas de color perdidas en la tarde festiva, galanura fugitiva que apenas era y parecía no estar en ningún lado, imprecisa, con la inseguridad de lo no mentalizado. Desganadas fueron las participaciones de los diestros mexicanos desde las primeras intervenciones, que después se esfumaban en las fugas de color en las tardes nubladas.
El toreo mexicano pasó, quedó en desmadejamiento convaleciente, permaneció en la fantasía de los toreros sin poder expresarse. Los pases, que flotaban en la entraña azteca como forma de diferir la muerte, se perdían inasibles del sol, a su vez enmascarado, a la sombra madrileña. Los versos toreros ondulados de sensualidad eran tan velados que sólo ellos mismos los vivían, desconectados del público. No podían, no pudieron manifestar su mexicanísimo toreo, terminando por desilusionar.
En capotes y muletas se quedó la poesía mexicana de El Zotoluco y Armillita, que no consiguieron calentar el delirio negro de la muerte emocionada y dejaron que Enrique Ponce y Joselito --una vez más--, se disputen la supremacía del toreo, con su quehacer torero, geometría de líneas y gestos singulares, matizados de un estilo personal, un carácter que les permite sobresalir.
Enrique Ponce y Joselito tienen ese fondo de finura, precisión y gracia que vienen tras la lucha que da el cotidiano torear, con toros de verdad, y que requiere de alma y coraje. La mano firme y flexible, para con naturalidad pasar al toro. La vida torera que surge conducida por la mente, en sueño sobre el redondel. Y no es que Armillita no posea cualidades para triunfar en grande; es que parece faltarle el coraje para imponerse. Debajo de la muleta de Miguel, que es un velo, hay poesía, sensualidad y melancolía; elementos del alma artista. Pero sólo aparecen el oficio y la técnica bien aprendidas por Armillita de su padre; le falta el desafío y el coraje necesarios para encumbrarse y ser...