Héctor Aguilar Camín
Ser o no ser
Conforme cambio su posición en el tablero de preferencias electorales, Cuauhtémoc Cárdenas cambio en sus propuestas de debate con los otros aspirantes al gobierno de la Ciudad de México. Cuando su ventaja en las encuestas no era una tendencia clara, tomó la iniciativa de proponer un debate entre los tres candidatos competitivos: PRI, PAN y PRD. Cuando las tendencias de las encuestas empezaron a serle claramente favorables, cambió su propuesta e incluyó como debatientes a los candidatos de los partidos pequeños, para diluir el efecto de la confrontación y ganar la posible adhesión futura de algunos de ellos. Cuando la tendencia favorable se hizo contundente y el PAN abrió sus cartas polémicas dirigiéndose a impugnar el ámbito patrimonial de Cárdenas, éste concluyó de su propuesta al PAN y decidió proponer el debate sólo al candidato priísta.
No hay nada que reprochar en cuanto a eficacia o estrategia política en los aparentes titubeos cardenistas. Para empezar, están lejos de ser titubeos. Son decisiones tácticas perfectamente definidas según se presentan las condiciones favorables de la elección del candidato del PRD. Con las preferencias electorales entre once y quince puntos a su favor, ventaja que se antoja difícil o imposible de remontar, Cárdenas no tiene nada queganar y en cambio tiene todo que perder en un debate público. El riesgo de un revés existe y no se ve la ganancia decisiva que podria representar una victoria.
Con una candidatura a la alza, como está la de Cárdenas hoy, donde hasta lo que le hace daño lo fortalece o al menos no fortalece a sus competidores, el costo de negarse al debate, de alterar sus reglas o incluso rehuirlo es tan bajo, tan marginal, que una mirada pragmática al asunto aconsejaría buscar cualquier pretexto y no sentarse a debatir ni siquiera con el candidato del PRI. Todo lo que el candidato del PRD necesita para levantarse con una victoria clara, incluso aplastante en las elecciones de julio, es no cometer errores, no ofrecer flancos débiles, no correr riesgos. El debate público es un riesgo mayor, porque debatir no se cuenta entre las habilitades de Cárdenas y porque sus contendientes, desesperados, se le tirarán a la yugular en un último intento de frenar su ascenso e invertir la tendencia de la ola cardenista defeña.
Y sin embargo, contra todda e idencia de utilidad política, a pesar de los riesgos reales que incluye, me parece que en un sentido profundo Cuauhtémoc Cárdenas está moral y políticamente obligado a no escabullir ese debate, a no comportarse ahora, que parece tener la sartén por el mango, como se comportaron tantas veces el gobierno y el PRI frente a las oposiciones, cuando el PRI-gobierno tenía la sartén en sus manos y desdeñaba, una y otra vez, los justos reclamos de la oposición y las justas expectativas ciudadanas de una contienda transparente, equitativa y equilibrada.
Se entiende que luego de estos años de guerra y desconocimiento, hoy, cuando por primera vez parecen estar en condiciones de superioridad o dominio político de la situación, el reflejo del PRD y su candidato al DF sea imponer condiciones y administrar a otros las exclusiones que hasta ahora les impusieron a ellos. Pero actúan en eso como el régimen predemocrático que intentan reformar, cuyas prácticas autoritarias y ventajosas prometen extirpar. Su actitud conduce al más elemental de los cálculos: si se comportan excluyentes cuando su ascenso al poder es solo una tendencia firme en las encuestas, cómo se portarán cuando hayan sido elegidos.
En la era de los medios masivos, los debates públicos entre candidatos son una rutina democrática indispensable, que urge aclimatar. No tienen como objetivo primordial beneficiar a los candidatos, sino servir a la ciudadanía. Lo menos que puede esperarse, ya que no exigirse, de candidatos democráticos es que asuman los riesgos del debate y se tomen las molestias del caso, en mejor servicio de la transparencia y la equidad de las elecciones.