La ficción ibseniana. En mi juventud gozosa de estudiante pobre cayó en mis manos un volumen con obras de Henrik Ibsen el gran dramaturgo noruego empastada en cuero y con finísimo papel. Una pieza me conmovió hasta el tuétano y hoy me sigue conmoviendo: Un enemigo del pueblo. En esa y otras obras, Ibsen trató sobre los varios destinos de quienes se atreven a decir la verdad, o la enfrentan, o temen sus consecuencias. La trama es la siguiente:
El doctor Stockmann se ha establecido felizmente en su pueblo natal. Es un hombre de buen ánimo, generoso y optimista, y cree en las verdades de la ciencia. Su hermano es el alcalde. Al doctor Stockmann se le ocurrió que el pueblo, al borde de un fiordo, podía aprovechar las aguas termales de tierras más altas, conducirlas y crear un balneario para aliviar quebrantos de la salud. La obra se ejecuta gracias al poder e influencia de su hermano y el pueblo prospera con los visitantes. Sin embargo, por razones de dineros, la obra no se llevó a cabo siguiendo las instrucciones del doctor, y las aguas se tomaron de tierras más bajas y empantanadas después de haber cursado a la vera de molinos contaminantes. El tifus hace presa en algunos visitantes. El doctor entra en sospechas y manda analizar las aguas, que se descubren pletóricas de bacterias. Stockmann se alegra de haber hecho el hallazgo antes de que se causen males mayores y a tiempo aún de eliminar la causa, que desde luego deber ser dada a conocer. Los periodistas locales y el dueño de la imprenta le ofrecen su apoyo. Stockmann espera sin duda que su hermano encabece un movimiento restaurador. Pero la necesaria obra implica costos y que el balneario cierre por un tiempo. El alcalde se indigna y sabe que brazos retorcer. Intenta que su hermano, médico del balneario, se retracte, pero no lo consigue a pesar de amenazarlo. Los periodistas y el editor son fácilmente amedrentados. La población es manipulada y quien antes era el mejor amigo del pueblo, pasa a ser su peor enemigo. Es cesado de su trabajo y echado por su casero. La casa es apedreada. Su familia sufre también las consecuencias. A pesar de todo el doctor Stockmann decide continuar luchando por su verdad.
Para el médico, el mal estaba en la inadecuada ejecución de una obra, lo que era remediable. Para el alcalde, el mal estaba en decirlo. Que no hubiese costos ni a famas ni a bolsillos era lo que importaba. Lo que más indigna a Stockmann es la estupidez de sus coterráneos coetáneos. Supongamos que la situación planteada por Ibsen siguiese el curso previsible. Las infecciones adquiridas en el balneario aumentarían, éste se desprestigiaría y el pueblo, apestado, acabaría por arruinarse.
La realidad mexicana. Cuento ahora lo que le paso a un potencial enemigo oficial del pueblo o, por lo menos, de ciertas autoridades. Se trata de un investigador que ha dado a conocer su opinión, que está académicamente fundada, acerca de la intención de crear 13 mil 500 maestros y doctores 13 mil 500 exactamente, ni uno más, ni uno menos, para el cabalístico año 2,000 y otros tantos para el 2,003. Que se abran oportunidades para que los docentes universitarios se superen académicamente es del todo loable, pero al investigador le parece que el plan no tiene ni pies ni cabeza.
Coincido con él. El programa Supera de ANUIES parecía bien encaminado, pero el actual Promep se desboca. No hay forma de cumplir lo prometido con veracidad, que en este caso consiste en que los maestros sean maestros, y los doctores, doctores. Carecemos de la estructura indispensable y no hay visos de que se esté pensando en crearla. Es posible que quienes planean establecer un balneario para curar la ignorancia piensen que basta con aprovechar el agua disponible. Un cínico quizá le aconsejaría al investigador que deje el agua correr si no la ha de beber. A fin de cuentas, todo quedará en agua de borrajas y en un dispendio tan inútil como otros tantos.
Para eso están los préstamos bancarios internacionales y el país para pagarlos. Si todo parase ahí, el prudente consejo podría ser eso, prudente. Sin embargo, el balneario podría acabar contaminado por agentes patógenos e imposibles de erradicar.
El peligro está en que, en efecto, por decreto se lleguen a otorgar los grados anunciados en el plazo previsto. De que es posible otorgar los grados, lo és. Podrían entregarse, por ejemplo, al liberar las cartillas de conscripción militar. Pero es imposible que tal número de grados acredite una formación académica aceptable. Los profesores con posgrado aumentarían en cantidad pero muy poco en calidad. Aún así, el cínico diría que algo es algo. Pero ese algo implicaría la consagración de la mediocridad, sobre todo en el caso de los doctorados al vapor. Como diría el maestro Anguiano, lo doctor no quita lo pendejo. Más que formados, quedarían deformes. Si la empresa va en serio, a estas alturas ya deben estar inscritos algunos miles.
Académicos ficticios, sin brillo y ni siquiera relumbrón, que muy probablemente se opondrán a que otros mejor formados se incorporen después a las filas de la docencia y la investigación universitarias.
¿Qué instituciones deformarán a esos miles de maestros y doctores por venir?
El ``buen éxito'' del Promep no está asegurado. No hay programas ad hoc para ejecutar el programa. ¿Cuál es la planta docente para alcanzar las cifras anunciadas por el Promep y por el señor presidente de la República, doctor Ernesto Zedillo Ponce de León? Ni siquiera se sabe si hay candidatos reales en número suficiente para cumplir con el anuncio.
El análisis crítico del investigador ya tuvo efecto. Se le echó en cara el daño que está haciendo, pues podrían cesar al presidente del balneario y poner a otro peor. La política del miedo que ya nos es familiar. Para el funcionario académico, el mal está en decirlo.
Nunca le dijo al investigador que estuviese equivocado. Si la mediocridad se entroniza disfrazada de excelencia, nuestras universidades serán irremediable incompetentes. ¿No serán estos los mejores argumentos para abandonarlas y abrirle más las puertas a las universidades privadas y posiblemente extranjeras?