La etapa marcada por el ingreso de nuestro país a una ``cultura de la evaluación'' es como una película que, si bien todos hemos visto, cada quien le dirige miradas distintas y encuentra en ella significados diferentes. La historia tiene la ventaja de ser muy reciente, por lo que es posible reconstruirla con fidelidad: se inicia en un periodo de crisis económica que lleva a una política de contención del gasto público y un severo control de los salarios. Los ingresos de los investigadores en las universidades e instituciones académicas no pueden crecer, como tampoco pueden elevarse las percepciones de ningún trabajador en el país, a riesgo de poner en duda el modelo económico general. Paralelamente y como un efecto del ajuste, comienzan a manifestarse signos de deterioro en la planta académica, como la desintegración de grupos de investigadores y la emigración de talentos, efectos que llevan a plantear nuevas fórmulas que buscan preservar la planta de investigadores, pero a condición de no romper las líneas generales de control de los salarios. Así es como surge, durante el gobierno del presidente Miguel de la Madrid, el Sistema Nacional de Investigadores.
Pero si bien esta ``cultura de la evaluación'' surge y se desarrolla como un subproducto del neoliberalismo económico, la responsabilidad sobre la creación de los mecanismos de evaluación del trabajo científico y su naturaleza no pueden ser atribuidos al gobierno. La tarea de juzgar el desempeño de los investigadores, el diseño de las reglas y la decisión sobre a quiénes sí o no deberá aumentarse el salario, queda en manos de los propios científicos. Atrás quedaban los tiempos en los que los investigadores protestaban por la imposición de políticas gubernamentales para la ciencia. A través de un proceso gradual, las políticas de investigación pasaban a manos de los científicos, quedando en el gobierno exclusivamente la vigilancia en el cumplimiento de las líneas generales de la política económica.
Este es un hecho de la mayor importancia, pues la discusión sobre los mecanismos de evaluación de la actividad científica deben tomar como centro a la propia comunidad científica.
Esta transferencia de responsabilidades es en extremo reveladora, pues pone a la vista de la sociedad las características de la comunidad científica mexicana y muestra algunas sus concepciones predominantes. Los mecanismos de evaluación no solamente se relacionan con el tema del salario --que sería el menor de los problemas-- de manera más importante, al juzgar la actividad de los investigadores, se pone de manifiesto todo un conjunto de creencias que expresan una concepción sobre tres preguntas fundamentales: ¿qué es un investigador? ¿qué es la investigación científica? y ¿qué es el conocimiento?
El modelo de evaluación presenta varias características importantes: Toma como base la experiencia de otras naciones en el terreno de la calificación del trabajo científico. Desde sus inicios los dos elementos principales han sido, por un lado, el número de artículos publicados en revistas internacionales arbitradas y en el plano cualitativo se indagan los factores de impacto a través del número de citas en los índices internacionales creados en otras latitudes para tal efecto. En ambos casos, y puede ser esto considerado como otra de sus características, estos criterios han sido, desde los orígenes mismos del SNI, severamente cuestionados por diversos sectores, aun en las naciones donde fueron creados.
Puede decirse sin lugar a dudas que otra de sus características es que se trata de un sistema en extremo jerárquico, pues plantea un juicio sobre el trabajo de los investigadores que lleva a ubicarlos en clases o niveles (en el caso del SNI, por ejemplo, los niveles I, II, III y candidatos). Muestra, además, una muy escasa capacidad de cambio, o los cambios se presentan de manera muy lenta, lo cual es sintomático de lo arraigado de algunas concepciones entre los científicos, como en el caso de algunas de las condiciones particulares que presenta el desarrollo académico y científico de las mujeres, problema que es ampliamente estudiado en nuestras universidades y en el mundo entero; así como la condición de los científicos de edad avanzada, quienes en no pocas ocasiones son desechados por el sistema después de haber entregado su vida entera a la formación de científicos y al progreso de la ciencia en México. O capacidad nula de cambio, ante aspectos como la necesaria valoración de la difusión de la ciencia.
Se podrían agregar muchas más características al modelo de evaluación de la investigación creada por nuestros científicos, pero hay una pregunta fundamental que nadie puede eludir: ¿para qué le sirve un modelo así a México? Esta definición acerca de lo que es un científico, de lo que es la ciencia y lo que se entiende por conocimiento, ¿es de alguna utilidad para la sociedad? Esta pregunta no se puede esconder. A ella se ha intentado darle varias respuestas, por ejemplo, que la investigación es indispensable para el desarrollo económico del país, ante lo cual podemos ver que, pese a los esfuerzos realizados, hay una ausencia de articulación entre la investigación y el sector productivo. También, cuando se afirma que la ciencia tiene una utilidad en el plano educativo para fomentar el interés en los jóvenes y elevar el número de investigadores, vemos que, por el contrario, la planta de investigadores no crece y --como se observa en los datos sobre el número de candidatos a investigador en el SNI-- el número decrece. También se ha planteado que la utilidad de la ciencia es que forma parte de la cultura del país, lo que resulta interesante pero discutible cuando un modelo no considera, en absoluto, su responsabilidad frente a la sociedad. Yo pienso que la idea de ciencia que surge de los actuales modelos de evaluación basados en creaciones externas sí tiene una utilidad, que es servir como una ``ventana'' frente a los cambios que marca el desarrollo de la ciencia a nivel mundial. A un país le resulta indispensable contar con este recurso, para no quedarse todavía más marginado y sin la información suficiente de lo que ocurre fuera de sus fronteras. Pero nada más. Si aceptamos que esta es su utilidad principal, ubiquemos las cosas en su justa dimensión y pensemos que estamos construyendo una ``ventana'', que es algo muy distinto a lo que debe entenderse por crear conocimiento.
Una palabra final sobre la difusión. Se trata de una actividad altamente especializada que crea vínculos entre la ciencia y la sociedad, no solamente de un modo unidireccional, de la ciencia hacia la sociedad, sino también en un sentido inverso, de la sociedad hacia la ciencia. Dado que el modelo actual de evaluación se sitúa, en mi opinión, de espaldas a la sociedad, no espero que la difusión sea incorporada nunca en el SNI. Quizá en otro momento, cuando se llegue el tiempo en que se organice un simposio semejante a este, en el que se discutan las responsabilidades de la ciencia frente a la sociedad.
Presentado en el simposio Evaluación de la evaluación realizado el 13 de mayo en la Facultad de Medicina de la UNAM