Puede comenzar con un sabroso almuerzo en el hermoso patio del Hotel Cortés, antiguo hospicio agustino dedicado a Santo Tomás que proporcionaba reposo y sustento a los religiosos que, venidos de España, iban camino a las misiones de Oriente. Fiel a su antigua vocación, la hermosa construcción, admirablemente bien conservada, continúa brindando alojamiento a los fuereños y alimento y solaz a los locales.
Este lugar es un buen punto de partida para visitar varios de los museos que conservan exposiciones espléndidas, que se inauguraron durante el Festival del Centro Histórico. Una deleitosa en todos los sentidos es la de cocinas que presenta el Franz Mayer. Partiendo de la medieval, pasa por la prehispánica, la virreinal, poblana y una ``modernísima'' de los años cuarenta.
El mismo museo acaba de estrenar la sala de los textiles con bellos exponentes de diferentes artículos; hay tapetes, rebozos, mantelería, vestuario, mantones y algunos muebles magníficos. La única falla son las cédulas, de las que carecen muchas piezas. Para llegar a esta sala que es permanente, hay que recorrer parte del recinto lo que siempre es gozoso. Al igual que lo es su cafetería, recubierta de azulejos con mesitas en el soberbio patio, su fuente original y agradable vegetación.
También hay que visitar a su vecino, el Museo de la Estampa, que entre varias buenas exposiciones, tiene una excelente de Arnaldo Cohen, que comentó en este diario, erudita y ampliamente, el crítico de arte Jorge Alberto Manrique; por cierto, hermano de Ignacio Manrique, estupendo grabador que ilustra la portada del último número de la Gaceta del Consejo de la Crónica, que ya está a la venta en las librerías; contiene rica información del Programa de Historia Oral de los Barrios, que lleva a cabo el Consejo con el apoyo de diversas instituciones. También hay colaboraciones de Miguel León Portilla y Andrés Henestrosa.
Otra muestra obligatoria es la de Pedro Gualdi, que presenta el Museo Nacional de Arte. Este artista italiano llegó a México a mediados del siglo pasado, como escenógrafo de una diva para una temporada de ópera; se fascinó de tal manera con nuestro país que se quedó tres lustros, durante los cuales plasmó los edificios, calles, plazas y vistas de la ciudad en buenas pinturas y magníficos grabados, que permiten reconstruir la maravillosa metrópoli de esos años y también ver de lo que nos salvamos, pues hay un proyecto de remodelación de la Plaza Mayor, con el Palacio Nacional porticado como teatro y una columna de la Independencia con sendas fuentes a los lados, que afortunadamente nunca se realizó.
Otra exposición de excelencia es la de cerámica en el imponente palacio de los Condes de Calimaya, que aloja al Museo de la Ciudad de México. Pensada a lo largo de un año por su directora Amparo Clausell y con la curaduría de la experta en el tema Leonor Pintado, nos regalan con una muestra de piezas magníficas de la época prehispánica hasta nuestro siglo. Un acierto, poco visto, es la mesa con pedazos de cerámica de todas las épocas, que el visitante puede tocar a placer.
Estas visitas desatan deseos de poseer algo de esa belleza, lo cual es posible en cierta medida y en algunos casos. De cerámica se están elaborando piezas de gran calidad en Puebla y Guanajuato, principalmente; buenas muestras se venden en las tiendas del Museo de la Ciudad de México y en el Nacional de Arte.
Los textiles no se quedan atrás; en el Centro Histórico hay lugares que venden la bella mantelería y deshilados de Aguascalientes y otros estados que elaboran esas graciosuras, como el que se encuentra en la avenida 20 de Noviembre, cerquita del Zócalo. Los rebozos tienen sus sitios especiales, de los que hablaremos en otra ocasión, porque hay mucho que contar de ese tema.
Y como ya se acerca la hora de la comida, que tiene que ser sabrosa y abundante después de la larga caminata, nada mejor que el Mesón Navarro en 16 de Septiembre 57, con manjares exquisitos de la cocina vasca como los pimientos al piquillo en sal gorda, el lechón con papa panadera y una fresca ensalda verde; de postre, la exquisita panchinetta.
Para los presupuestos limitados, en el segundo piso hay comida corrida generosa, buena y barata.