Rusia está en la peor situación jamás conocida en este siglo que acaba y bajo una amenaza peor a la de la crisis de los cohetes en 1962. Alemania se ha unificado y dos de sus aliados tradicionales en el mundo eslavo la ex Yugoslavia y la ex Checoslovaquia se han desintegrado mientras en la misma ex URSS surgieron 15 Estados, muchos de ellos antirrusos o potencialmente hostiles. Por ejemplo, Letonia, Estonia y Lituania, incorporadas a la fuerza por Stalin a la URSS poco antes de la Segunda Guerra Mundial, tienen un pasado de dependencia de Alemania y controlan el Báltico que, desde Finlandia hasta Polonia, sale de la influencia rusa. En cuanto al Mar Negro, Rusia está en polémica con Ucrania por el control de la península de Crimea, del puerto de Sebastopol y de la ex flota soviética en ese mar y, además, la independencia de Georgia y la alianza de ésta y de Azerbaiján con los países occidentales, que desarrollarán el petróleo de esta última república, que antes iba a Rusia, deja a todo el Mar Negro fuera del dominio ruso, cosa que se agrava con la política antirrusa de Turquía que contrala el Bósforo, su salida al Mediterráneo. Ucrania, como los países antes citados, están por entrar en el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), instrumento de Estados Unidos en Eurasia y Rusia se encontrará así ante una futura potencia hostil (Ucrania) y ante varias potencias menores con bases de la OTAN (Polonia y los pequeños Estados de la zona).
Al mismo tiempo, en Transcaucasia, no sólo Rusia enfrenta las diferencias con Georgia y Azerbaiján (no así con Armenia, que teme a los turcos y a los azeríes), países que se apoyan en Turquía, sino que también está empantanada en los conflictos nacional-étnicos en Ossetia, Nagorno-Karabaj, Chechenia e Ingushia. Turquía, por último, cierra el cerco por el lado de los Urales y del Asia central ex soviética al jugar la carta del panturquismo en esas regiones donde las poblaciones de lengua turca son numerosas y el islamismo es potente. Por ahora, por suerte para Rusia, la otra potencia asiática limítrofe, Irán, que está en el Caspio y en la frontera azerí, es antiestadunidense y necesita comprar armas y tecnología en Rusia debido al bloqueo de Washington, pero el régimen de los ayatollas no es amigo sino enemigo del enemigo de los rusos.
Para colmo, el ministro de Relaciones Exteriores de Yeltsin, Kozyrev, es más clintoniano que Clinton y aplicó al pie de la letra la política de Washington en los Balcanes, zona exterior eslava de defensa rusa desde la época de los zares, abandonando a su suerte a Serbia, desde siempre aliada natural de los rusos, en el mismo momento en que Turquía hace pie en Europa desde Albania y Bosnia (como representante también de Estados Unidos) y amenaza a Grecia, Macedonia y Bulgaria desde Chipre y en el Mediterráneo oriental y desde el Cercano oriente y acaba con la influencia rusa en esa zona, que es el paso hacia Irán e Irak y hacia el Indico.
Con la OTAN en sus ex satélites (Hungría, República checa, Polonia) y en la ex URSS, Rusia asiste hoy pasivamente a las maniobras ofensivas de todos, incluso del Vaticano, que influyen sobre la mitad occidental católica de Ucrania. Acorralada en Occidente y con sus fuerzas armadas en descomposición, Rusia tiene ahora como vecinas a potencias nucleares potencialmente hostiles, como Azerbaiján y la misma Ucrania, si ésta llegase a conseguir el control de la flota de Sebastopol, y ve esfumarse la posibilidad de influenciar (con sus armas, sus instructores, sus reglamentos) los ejércitos de sus ex aliados en el pacto de Varsovia, hoy satélites de Estados Unidos. No le queda más que la alianza con China, que necesita todavía las armas rusas para modernizar su ejército.
Es cierto que la guerra coheteril moderna ha hecho obsoleto el concepto del territorio neutral o del Estado-tapón pues lo que cuentan no son los kilómetros que puedan existir entre el enemigo potencial y el territorio propio sino los medios para hacer pagar carísimo, con cohetes, un ataque eventual. Pero de todos modos Rusia deberá reconsiderar toda su política defensiva. Dado que sigue siendo, aun maltrecha, la segunda potencia militar mundial, esa humillación provoca en el pueblo ruso y entre los mismos militares un fuerte sentimiento nacionalista que en el futuro se expresará, estruendosamente, en el campo político. Si sigue existiendo la lógica y la historia no ha terminado, eso significa que Europa conocerá grandes problemas a medio plazo.