Jaime Martínez Veloz
PAN: marca de fábrica

Hace unas semanas, cuando acababa de ser elegido como candidato para el gobierno del Distrito Federal, Castillo Peraza prometió una campaña de altura, alejada de dimes y diretes. Eran buenos tiempos. Las encuestas señalaban al blanquiazul como el número uno en las preferencias de los electores. Su cortesía parecía el acto generoso del ganador.

Ahora que la mayoría de las encuestas lo colocan lejos de esas preferencias, asistimos al espectáculo de un Castillo Peraza compitiendo con programas amarillistas de televisión. Nos lo imaginamos buscando en archivos todo aquello que atraiga sobre sus oponentes la sombra de la duda y el descrédito, en un esfuerzo desesperado por cerrar una brecha que parece ampliarse.

Muchos analistas han querido ver en esta baja de la popularidad la falta de carisma del candidato panista. Puede ser cierto. Sin embargo, dicha explicación no arrojaría luz acerca del hecho de que el fenómeno se ha extendido a toda la campaña del PAN. En general, el blanquiazul, como el resto de la oposición, ha crecido no sobre la base de sus aciertos, sino debido a los errores que hemos cometido los priístas. La crítica cómoda ha mostrado ser una buena forma de atraer en principio la simpatía de la población. Sin embargo, en los tiempos que corren, este expediente se ha agotado ante una ciudadanía que exige también respuestas.

Nunca como ahora ha sido más evidente la ausencia de propuestas y autocrítica que tiene Acción Nacional, y la ciudadanía ya lo está percibiendo en toda su dimensión.

Esta carencia de autocrítica ha servido para solapar a personajes como Lozano Gracia y Diego Fernández. Ellos nunca se equivocan y cuando alguien se los indica, la respuesta suele ser elusiva o tiende a la descalificación. El lema del panismo parece ser: permisivo con nuestros errores, implacables con los de los oponentes. El que dude de esto que vea las respuestas de Castillo Peraza a los estudiantes de las universidades que osaron interrogarlo o cuestionarlo.

Por lo demás, es cierto que sería injusto achacarle al candidato errores que todavía no ha cometido. Sin embargo, la mojigatería y el autoritarismo recurrente del PAN, explícitos en críticas al uso del condón, la prohibición de obras de teatro, censura de exposiciones y carteles, así como golpizas a comunicadores, lleva a pensar que es una constante blanquiazul, una especie de marca de fábrica.

Castillo Peraza se ha asumido como la buena conciencia de la política. Ha exhibido, por un lado, sus cartas morales como garantía de buen gobierno y, por otro lado, se ha convertido no en un político que busca convencer sino en un político que busca enlodar y provocar. El enojo y la desesperación le han descompuesto la figura ecuánime y bien intencionada que quiso promover.

El PAN ha salido a la calle a disputarle al PRI y al PRD un territorio que no conoce y para lo cual afronta su carencia de discurso popular y, sobre todo, su falta de propuestas. Le falta esquina de barrio; se quiere llevar y luego no se aguanta.

Ha llevado su mala relación con la prensa a extremos como el proponer un instrumento para controlar lo que absurdamente llama ``la impunidad de los medios'', lo que se parece mucho a una forma elegante de decir censurar a los medios.

En el terreno de las propuestas y los análisis, Castillo Peraza ha ``descubierto'' que la capital tiene una grave problemática, algo que la mayoría de sus habitantes ya sabe de sobra. Su gran diagnóstico sobre las causas de esta situación es que el PRI es el gran culpable. Si esto fuera cierto, en aquellos lugares donde gobierna el PAN desde hace años los problema ya deberían estar resueltos. Es de dudarse que los habitantes de Baja California o Jalisco, por ejemplo, compartamos esta visión simplona de los problemas de esas entidades.

Cosas de la vida, los panistas son tan perfectos, morales y decentes que sólo Dios está por encima de ellos. Los demás mexicanos somos tan mundanos y pecadores que tal vez no nos los merecemos ni en el gobierno de nuestra capital.