Las pinzas del sistema político establecido comienzan a cerrarse, con todos sus alcances y fuerza, sobre el ámbito público y los distintos actores del proceso electoral, a medida que se acerca el 6 de julio. Sobre todo ante las evidencias, recogidas por las encuestas tanto en el DF como a nivel nacional, de que los ánimos electivos de los mexicanos parecen alejarse de sus parcelas y protectorados. Dicho sistema, al desplegarse, va mostrando aquellos ángulos que quedan no sólo por fuera de la legalidad sino de la mínima decencia y que, desgraciadamente, son los más numerosos. Por ello, como dice el mismo José López Portillo, es un sistema y no un Estado de derecho.
Relleno de complicidades entre sus oficiantes principales; saturado con medidas de corte administrativo que dejan grandes zonas a la discrecionalidad voluntarista y patrimonial; cruzado por profundas lagunas en las normas que auspician la impunidad, el sistema imperante va a echar todo su resto al asador en un intento de prolongar su vigencia. Aunque quizá, como dijo un líder obrero, los votantes les den una postrera oportunidad.
Se comenzó por aprovechar la actividad presidencial como materia prima de un esfuerzo propagandístico que satura todos los medios de comunicación. El derivado repunte en la aceptación de su gobierno entre los ciudadanos ha sido lento, penoso, menor, pero consistente. De este halo de imagen ejecutiva se piensan colgar las múltiples campañas priístas azotadas por la crisis y los escándalos. Punto culminante de la cercanía que cicatrizó la prudente distancia fue la amenaza, lanzada por el mismo doctor Zedillo, en el sentido de no poder concluir, con eficacia, el mandato obtenido si no contaba con una mayoría de diputados del PRI.
Se revivió, de lo profundo de los archivos exitosos, el expediente para alentar el sentimiento colectivo de miedo al futuro. Se azuzó el fantasma de la ingobernabilidad ante el cambio y el retorno de la fuga de capitales y la crisis cambiaria, como productos inevitables si había ``motín social''. Al refuerzo de tal fantasma acudieron presurosos algunos amanuenses internos y del exterior, que repiten sin cesar la cantaleta.
Pero la tolerancia de la sociedad, ya muy reforzada por los golpes dados por el presidencialismo autoritario, esquivó dicha táctica por redundante. La llave que iba abriendo la radio con las voces opositoras y críticas, inició su reculeo y cierre de tuercas. Varios comentaristas, los más irritantes por tocar de manera irreverente a la Presidencia, fueron expulsados del aire que empezaban a limpiar. Se continuó alejando del alcance televisivo a los oponentes que se han adelantado en las preferencias populares, y los voceros están a punto de dejar caer la mascarada de imparcialidad. TV Azteca ya se lanzó, desde sus urgencias, como voluntaria. Las pintas clandestinas y provocadoras aparecieron en las casas habitación de colonias de clase media en busca de su apoyo adolorido pero, ante la evidencia contraria, se les dio carpetazo.
El instrumental está lejos de agotarse. Al contrario, los días venideros serán testigos de todo un despliegue de utilería adicional. No se descartan las acciones desesperadas, como bien lo ejemplifica la protesta airada de los priístas en Cancún ante el presidente del IFE. Esta es una codiciada plaza que se ha mantenido dentro del sistema gracias a un sinfín de tropelías y fraudes. Ilícitos que van desde la compra, descarada y conocida, de aquel candidato panista que se enfermó repentinamente tras haber ingerido algunos millones de dólares como pago de marcha; hasta el uso de los promotores electorales alquilados, recientemente y por miles, por un conspicuo operador de los votos trasquilados.
El trasiego del actual gobernador de Quintana Roo ya no se puede ocultar por más tiempo. La ferocidad y cantidad de sus trapacerías son ya toque de escándalo y vergüenza para la salud de la nación. Pero aquí, precisamente, estriba el último, temible y efectivo, de los recursos del aparato de manipulación: la red de influencias de los jefes políticos locales. Todo ello se enfila con la reciedumbre y voluntad de siempre para torcer toda aquella disidencia que pretenda contrariar los dictados superiores del ``orden'' establecido. Un estado de cosas que, como dice Roque, no puede ser expuesto porque afrentaría la mirada de una sociedad mexicana sumida en la injusticia. Sería un escándalo mayor que el inacabado y grotesco deslinde con CSG que tiene que llevar a cabo ante el quisquilloso respetable.