Marco Rascón
¿Quién expulsará a Zedillo?

No es necesario consultar los astros ni el Tarot para dibujar el futuro político de México si sigue el PRI al frente de la conducción del país. Basta aplicar la regla del presidencialismo descifrada por José López Portillo, ``chocar para estabilizar'', para averiguar lo que vendrá: ¿quién expulsará en el 2002 a Ernesto Zedillo, convirtiendo el pensamiento popular de hoy en explícito consenso del mañana, por los errores y crímenes cometidos en su sexenio?

La regla se ha modificado; ahora es aplicada como simple recurso electoral y no sólo para la estabilidad. Por obra de esta ley del poder, el país se construye y se destruye cada seis años bajo la lógica del presidencialismo. El vínculo entre poder personal y continuidad de proyecto nacional ha pervertido toda lógica de desarrollo continuo de las instituciones en una aspiración: instaurar un maximato de poder personal. En ese sentido, la nostalgia de José López Portillo hacia las reglas del presidencialismo es obsoleta; no a partir de su carta ni de las intenciones de Roque Villanueva y Zedillo contra Salinas, sino de la muerte de Colosio.

Bajo esta contradicción murió Colosio, atrapado entre dos conspiraciones: la de quienes luchaban contra la continuidad salinista y la de los defensores de la continuidad. Colosio fue hombre muerto desde su designación. Para los primeros, Colosio era el ``hijo largamente preparado'' por Salinas; para otros, un traidor del grupo compacto que pretendía separarse y ``chocar para estabilizar''. ¿Qué grupo ganó con la muerte de Colosio? Ambos. Los primeros se reforzaron en el poder político y económico llenando los vacíos que creó el rompimiento; sustituyeron la trenza de Solidaridad con el símbolo de la Mercedez Benz, cuyo sello cubre hasta la modernización militar del país, controla Gobernación, Comunicación Social de la Presidencia, regencia del DF, Comisión Nacional de Derechos Humanos, PRI, Sedeso; además, el hankismo ha ganado nuevamente la hegemonía de las listas de candidatos priístas defendidas por Zedillo y ha dejado escapar declaraciones como la de Del Mazo, quien dijo que siempre estuvo a la sombra, embozado, en desacuerdo con Salinas, induciendo que estaría en contra de un posible maximato salinista (al igual que los de su grupo).

Para los segundos, encabezados por Córdoba Montoya, el ``choque para estabilizar'' significaba el rompimiento del proyecto, y Colosio daba muestras de que buscaba aplicar la regla del presidencialismo para triunfar y estabilizar mediante el rompimiento; reivindica esta tesis el que Colosio pactaba, días antes del crimen, una alianza con otros excluidos como Manuel Camacho y Fernando Gutiérrez Barrios.

Ambas tendencias coincidieron seguramente el 3 de marzo en las Lomas de Chapultepec para legitimar ante el gran elector, la decisión del relevo por alguien confiable.

Los Umbrales de López Portillo constituye un nuevo marco para analizar la crisis de la sucesión presidencial de 1994 e inscribir sus causas dentro de la pugna entre continuidad y relevo de intereses. Su denuncia ``de mal gusto'' --porque dice que lo llenaron de mierda--, se convierte en abierta coprofilia por parte de Roque Villanueva en relación al ``choque'' Salinas-Zedillo, pues busca ``desligarse de todo lo que huela a salinismo'' --¡órale con el olor de la política!--. Sin embargo, hay que resaltar que Salinas triunfó en la continuidad del proyecto, que en lo estructural el rumbo no ha virado un solo milímetro, y que la interferencia entre ellos es precisamente el protagonismo del hankismo que, pese a su poder, pierde en las urnas y piensa resolverlo expulsando a Carlos Salinas para que se estabilicen ellos --no el país-- en el poder.

Según esta proyección, Zedillo no sólo será expulsado, sino quizás sea el primero, antes que Salinas, en pisar una prisión. ¿Quién será el Roque del año 2000 que persiga todo lo que huela a zedillismo? ¿Quién producirá el ``choque para estabilizar'' en el nuevo siglo? ¿Es posible la transición pacífica cuando hay una guerra entre ellos que amenaza extenderse? ¿Saldrá México de ese drama que lo destruye y lo construye cada seis años? Almoloya fue construida para dirimir descomposturas del sistema sucesorio y para guardar secretos de Estado, por eso están juntos Aburto, El Chapo Guzmán, Raúl Salinas, Caro Quintero, Gutiérrez Rebollo: todos con procesos que, por voluntad de unos cuantos poderosos, protegen la razón de Estado.

El símbolo real de todo esto es el águila y la serpiente al revés en el Zócalo, anuncio de la muerte de la nación mexicana y el regreso al pasado, a repetir la historia...