Pedro Miguel
Kasparov frente a Deep Blue

En febrero de 1996, en Filadelfia, Gary Kasparov, campeón mundial de ajedrez, se enfrentó por primera vez a una computadora. No tuvo muchos problemas para derrotar a la máquina, y en esa ocasión Tony Marsland, presidente de la Asociación Internacional de Ajedrez Computarizado, predijo que en el curso de cinco años los sistemas digitales desarrollarían la capacidad suficiente para derrotar a un campeón del mundo.

No hubo que esperar tanto tiempo. El domingo pasado, esta vez en Nueva York, el propio Kasparov se levantó de la mesa, exasperado, después de sólo 19 jugadas. Su oponente, la misma IBM RS/6000 SP con procesamiento en paralelo y capacidad para calcular 400 millones de movimientos por segundo, acababa de ganarle un encuentro a seis partidas y una bolsa de 700 mil dólares.

A primera vista resulta estremecedora la derrota de un campeón mundial de ajedrez ante una máquina. Pero esta culminación del duelo, celebrado en Nueva York entre el primero y el 11 de mayo pasados, puede dar lugar a conclusiones erróneas porque, más que una serie de partidas de ajedrez, el segundo enfrentamiento entre el azerbaijano y Deep Blue fue una vasta operación de imagen corporativa: el desafío ha otorgado un considerable margen publicitario para divulgar el enorme poder de cómputo que han alcanzado los procesadores de tecnología de punta, lo que en el argot computacional se denomina ``fuerza bruta''.

Dejando de lado la visible neurosis del campeón, la cual fue un factor importante en su derrota, ésta era, a la larga, previsible. En materia de operaciones lógicas y aritméticas, cualquier calculadora de bolsillo es capaz de ganarle en rapidez, precisión y resistencia al matemático más superdotado.

Este hecho conocido no nos coloca en la inminencia de convivir con Frankenstein o con el Golem. La inteligencia artificial es un eufemismo que designa al conjunto de rutinas informáticas orientadas, por ahora, al mero reconocimiento y la percepción de contextos.

Pero ninguna corporación y ningún instituto de estudios tecnológicos ha podido producir un ingenio capaz de hacer el nudo en una agujeta.

Contra lo que se afirma en un popular chiste de gallegos, las computadoras sí han sido capaces de armonizar precisión y rapidez, pero a pesar de ello siguen siendo desoladoramente estúpidas. Aparte de las sumas y restas, que les salen muy bien y muy rápido, no tienen aptitud alguna para operaciones como la inferencia, la deducción, la inducción, el pensamiento analógico, la libre asociación, la síntesis, la antítesis, y mucho menos la intuición.

En suma, el duelo que culminó anteayer en Nueva York no tiene porqué alimentar los temores o las esperanzas en torno al surgimiento de una forma no humana de inteligencia. Permite, en cambio, sacar otras conclusiones: la primera es que de hoy en adelante las partidas de ajedrez entre masas encefálicas y circuitos integrados son un despropósito tan grande como lo serían las competencias de velocidad entre automóviles y humanos; la segunda es que Kasparov demostró ser menos inteligente de lo que habría podido pensarse, no por haber perdido la partida ante Deep Blue, sino por haber aceptado, a cambio de 400 mil dólares, hacer el ridículo de su vida compitiendo contra un refrigerador repleto de máquinas sumadoras.